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Construcción del posconflicto en Colombia

¿Seremos capaces de aceptar el posconflicto? De eso depende cambiar nuestro destino como nación.

Dejar atrás la guerra es difícil. La sociedad se ha acostumbrado a aceptar que existe un conflicto permanente y que, por ende, siempre debe haber algún enemigo a quien derrotar. Esa ha sido la realidad en nuestro país con la guerra.
Más de 50 años de conflicto armado ha hecho que las instituciones y las personas modelen su comportamiento alrededor de la confrontación.
Uno de los grandes desafíos del actual proceso de paz, una vez se pongan de acuerdo las partes, será el posconflicto. La decisión política de ponerle fin a la guerra no solo es un aspecto que implica un deber de las partes en cesar las hostilidades, sino de la ciudadanía que debe entender que más allá de las críticas al proceso de paz –centradas o no–, se requiere cambiar la actitud y aceptar de forma generosa a quienes estuvieron por fuera de la legalidad por años.
Pero el proceso no será gratuito, los responsables deberán reconocer sus delitos, decir la verdad, restaurar los derechos de las víctimas, abandonar prácticas ilegales para que se consolide un proceso de justicia transicional. La guerrilla de las Farc y quienes de parte del Estado ensuciaron la dignidad de Colombia deben decirlo, y la sociedad deberá escuchar con atención. Esa idea de pensar que solo es la guerrilla quien debe ser sancionada es irreal. Un ejemplo que refuerza lo anterior se presenta no solo ante los actos documentados de paramilitarismo y de exceso de la acción de la Fuerza Pública en las últimas tres décadas, sino en el hecho denunciado este mes con el hallazgo de la vergonzosa fosa de cadáveres en el basurero de la Escombrera (Medellín), producto de ataques de paramilitares y la Fuerza Pública. Estos nuevos hechos demuestran el nauseabundo panorama de desinstitucionalización que ha vivido el país.
La ciudadanía debe ser también consciente de esto. El conflicto tan natural en Colombia debe comenzar a desaparecer de la cotidianidad de las personas. Una cosa es hacer la paz y otra, construirla. El reto es enorme.
Por eso, la pregunta que surge es si los colombianos seremos capaces de aceptar el posconflicto. La respuesta es vital porque de eso depende cambiar nuestro destino como nación. Tenemos varios ejemplos de posconflicto exitoso en nuestra región. En el estado de Chiapas en México, los indígenas gestionan su territorio, sus parques naturales, sus ruinas arqueológicas sin intervención directa del Estado. Incluso la misma comunidad indígena se ha organizado para prestarle al turismo un servicio adecuado. Ese fue el resultado del levantamiento del subcomandante Marcos en 1994, a pesar que existan problemas de otra índole.
En igual sentido, en la selva Lacandona en la frontera entre Guatemala y México la guerra era la regla hace algunos años: secuestros, masacres, bombardeos, desplazamientos de indígenas mayas, entre otros. Hace unos días, como lo pude constatar, la zona fronteriza a través del río Usumacinta se recorre con tranquilidad y la sociedad entendió que matarse no era la opción. No obstante, muchos no aceptan la impunidad que ha existido frente a los máximos responsables, a pesar de la pacificación del país.
En la sierra del sur del Perú era imposible pensar que la guerra desaparecería. Hoy en día, muchos de los antiguos combatientes se han convertido en guías turísticos en una de las zonas más relevantes de la historia prehispánica. Incluso se ha desarrollado desde Cuzco una estrategia turística para enfrentar ya no al ejército sino al turismo.
Las gentes se acostumbran a matarse, pero también la historia ha demostrado, como lo explicó Jean Monnet luego de la Segunda Guerra Mundial, que la paz y la convivencia pueden tener un efecto para apaciguar los espíritus y mutar la violencia por valores de paz. No hay otro camino.
Francisco Barbosa
Ph. D. en Derecho Público (Universidad de Nantes, Francia). Profesor de la Universidad Externado de Colombia.
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