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Comunidad mundial

Un movimiento inmenso se da en el mundo hacia la construcción de la comunidad de los pueblos.

La intervención de Theresa May antier, para justificar el 'brexit' total con un discurso que sirve de oportunidad política para concitar (¿o manipular?) al 50 por ciento legítimamente indignado del Reino Unido, fue una muestra de las resistencias contra el caso más importante de comunidad de naciones unidas por la paz y la convivencia mundial. Y es obvio que, no obstante las frases bonitas que dirigió a los europeos, la Primera Ministra estaba asumiéndose como ejecutora de un proyecto que hace mal a la Unión Europea y a la comunidad de naciones.
A pesar de eso, un movimiento inmenso se da en el mundo hacia la construcción de la comunidad de los pueblos conscientes de que hay una sola especie humana, con la misma dignidad y con derecho y deberes que permiten la convivencia y la protección de la Casa Común. Este movimiento avanza, afirmando la unión dentro de las diferencias culturales, las tradiciones religiosas y las responsabilidades por el medioambiente.
Este proceso se da espontáneamente en la interconexión acelerada de las comunicaciones y la multiplicación de los encuentros que muestran la radical igualdad que nos une. Y en la emergencia de valores comunes que llaman a la inclusión de todos los hombres y mujeres presentes y futuros. En un movimiento en que se puede discernir la fuerza del Espíritu que actúa en el corazón de las personas y los pueblos.
No es un movimiento lineal. Se desarrolla entre incertidumbres y altibajos impredecibles ante un futuro abierto. Y se da en el escenario internacional y en los procesos internos de ciudades, territorios y naciones. Enfrenta a un sistema técnico-financiero y económico mundial que se resiste a compartir el mundo y que el papa Francisco ha señalado como responsable de la bancarrota humana.
La reconciliación de Colombia es parte de este proceso. Y no es de extrañar que la comunidad internacional reconozca de nuevo, con el premio Gernika para el presidente Santos y ‘Timochenko’, el valor de nuestro complejo acuerdo de paz, que es símbolo significativo para el mundo, y que el Eln, al iniciar la mesa pública, obtenga también este tipo de reconocimientos.
Pero las fuerzas que se oponen a este movimiento son muchas, desiguales y enormes. Como las multitudes partidarias del muro de Trump contra México, que temen la llegada de otros que les exigirían compartir los inmensos niveles de consumo de que disfrutan. O como el grupo del uno por mil de los habitantes del mundo que acaparan la mitad de todas las riquezas. O los que han hecho del Mediterráneo el cementerio de pobres que mueren sin esperanza.
Y también entre nosotros, a nivel local, están las fuerzas que se oponen a formar comunidad nacional, terminar la guerra y construir un país liberado de las injusticias, la desigualdad y la corrupción, y por eso más vinculado con el mundo; y generan la manipulación de la reconciliación por la política que destruye el sentido gratuito de la paz, y son ocasión de los asesinatos de líderes campesinos e indígenas que trabajan por la paz, y promueven el miedo a construir juntos un país entre todos, a sabiendas de que somos diferentes en sensibilidades e intereses, y se resisten al perdón.
Todos los pueblos tienen sombras. Los británicos, que son mucho más que el 'brexit', están ahora llevados por el entusiasmo del triunfo de Trump, y la sombra suscita en ellos la ilusión de los tiempos pasados, en que creyeron que eran más gente que los demás. Podrían volver a pensar como lo hicieron hasta principios del siglo XX, cuando un viejo jesuita inglés, en Mount St Mary’s, College, Shefield, solía decir a sus alumnos que las únicas instituciones que durarían hasta el final de la historia eran la Iglesia católica romana y el British Empire.
Francisco de Roux
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