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Como en el foro romano

¿Ha producido la era digital condiciones para declarar caduca la democracia representativa?

Democracia directa. Democracia participativa. Ambas expresiones, atractivas pero difíciles de llevar a la práctica. Sin embargo, la era digital –en ese mundo mágico del Skype– parecería abrir inmensas posibilidades para transformar las formas de gobierno de la humanidad. Solo a primera vista, pues hoy como ayer las barreras siguen siendo en el fondo las mismas.
Considérese, por ejemplo, lo sucedido en el debut del nuevo líder laborista, Jeremy Corbyn, en la sesión de preguntas al Primer Ministro –evento regular desde 1881, en el que los miembros del Parlamento británico interrogan al jefe de gobierno sobre sus políticas–.
Según Corbyn, esa sesión de preguntas al Primer Ministro es muy “teatral”, desconectada de la realidad. Llegó a tal conclusión tras conversar con “mucha gente” para conocer sus opiniones. Sus “voces”, le dijeron aquellos interlocutores, debían ser escuchadas en el Parlamento.
Corbyn decidió entonces circular un correo electrónico en el que pide sugerencias sobre qué debería preguntarle al Primer Ministro en su debut. Recibió 40.000 preguntas. “No hay tiempo para hacer hoy 40.000 preguntas”, reconoció el líder laborista. ¡Por eso se limitó a seis!
Esta anécdota ilustra bien los dilemas de la democracia moderna, frente a las válidas demandas de repensar las funciones de los parlamentos y sus modos de operar.
Por supuesto que no es posible hacer 40.000 preguntas, mucho menos responderlas en el mismo día. ¿Se leyó Corbyn todas esas preguntas? ¿Cuánto tiempo toma leerlas? ¿Qué criterio utilizó para seleccionar solo seis y excluir 39.994? ¿Fueron una buena muestra de las 40.000 que recibió? Como líder de la oposición, ¿cuáles habrían sido sus propias preguntas?
Si Corbyn persevera en esta iniciativa con mayores éxitos, las dimensiones del problema se incrementarán.
Imaginemos que cada miembro de su partido le enviara un mensaje semanal, antes de cada sesión de preguntas. ¿Qué hacer frente a las posibilidad de 500.000 preguntas? ¿Seleccionarlas por rifa? ¿Por qué formularlas a través del líder de la oposición y no enviarlas directamente al Primer Ministro? Y si es así, ¿para qué el Parlamento?
Estos dilemas no son novedosos. Forman parte de viejas preocupaciones. Para buscarles solución, se inventó la democracia “representativa”, con sus instituciones parlamentarias. No todos los teóricos están de acuerdo. Rousseau, el más famoso, nunca creyó que la voluntad popular pudiese ser representada. Su modelo era el cantón suizo, cuyo tamaño hacía posible la democracia directa.
¿Ha producido la era digital condiciones para declarar caduca la democracia representativa? Plantearlo así sería una simple y falsa dicotomía. Pero existen sectores radicales que mantienen la ilusión de la democracia directa, mientras desprecian al gobierno representativo. Un reto de las democracias del sigo XXI es adaptarse a la era digital con el fin de mejorar la calidad del proceso representativo.
El debut de Corbyn no fue menos teatral que el “teatro” objeto de sus críticas. Teatro y Parlamento tienen mucho en común: ambos son escenarios de representación. Y el ejercicio de Corbyn no fue de democracia directa, sino de representación, aunque a la antigua. Nadia Urbinati se ha referido al “foro romano”, para recordar el papel de las multitudes en el Senado de la república romana.
Sorprende que ningún miembro del Parlamento británico, ni del Gobierno ni de la oposición, saliese a defender sus funciones representativas ante la alternativa propuesta por Corbyn. Nadie parece haber visto en aquellas 6 de 40.000 preguntas un acto demagógico. O se dejaron intimidar, como en un foro romano.
Eduardo Posada Carbó
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