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Mi arcaica vida digital

Los avances son tan rápidos y arrolladores que apenas nos dan tiempo de adaptarnos.

A pesar de enormes presiones de todos lados, yo todavía uso mi celular como un teléfono: para recibir y hacer llamadas. Ni internet, ni aplicaciones, ni videos, ni juegos, ni fotos ni WhatsApp. Arcaica es una buena descripción. Mis hijos hacen chistes, mis amigas me critican. Qué desperdicio de las extraordinarias oportunidades tecnológicas que nuestros tiempos nos ofrecen. Yo sé, yo sé.
Porque vivimos en una época de revolución digital cuyos avances son tan rápidos y arrolladores que apenas nos dan tiempo de adaptarnos y adoptarlos. Y prácticamente, sin darnos cuenta, nos encontramos trabajando, relacionándonos, comprando, vendiendo, haciendo nuestras transacciones bancarias, estudiando, comunicándonos, informándonos o desinformándonos, en un mundo intangible, el ciberespacio, al que accedemos a través de aparatos con pantallas que insidiosa e inevitablemente se han vuelto indispensables.
Lo que era ciencia ficción hace apenas una década es realidad hoy. Los medios están llenos de noticias sobre extraordinarios avances en inteligencia artificial. Computadores y robots se hacen cargo de cada vez más sectores de nuestra vida y más labores humanas pasan a ser funciones cibernéticas.
Robots programados para ser cada vez más hábiles e inteligentes ocupan espacios de trabajo humano en fábricas, en el transporte público, bancos, hospitales, supermercados, finanzas, supuestamente cometiendo menos errores y requiriendo mantenimiento en cambio de licencias, sueldos, permisos, primas, vacaciones, ascensos...
¿Ha notado cómo tarjetas automatizadas remplazan personal de servicio al público y ya no necesitamos ir al banco o cargar dinero en efectivo? Imperceptiblemente le hemos confiado el futuro a la tecnología, sin chistar, obnubilados con el progreso, naturalmente. La inteligencia artificial está eliminando empleos a diestra y siniestra, y esa tendencia solo va a aumentar en escala. Según expertos, será mayor que cualquiera de los grandes cambios tecnológicos que hemos experimentado hasta ahora.
Pronto los carros se conducirán solos y mejor que en nuestras manos, según dicen las grandes empresas que invierten inmensos capitales y compiten en la carrera por desarrollar esa tecnología.

Un microchip dentro del cuerpo que se usa hoy para acceder a un edificio o hacer pagos rápidos podría, en teoría, ser usado de maneras más invasivas y sin que el empleado sepa o autorice

Y hasta nuestras manos se van automatizando. Microchips del tamaño de un grano de arroz que se implantan entre el dedo gordo y el índice de la mano permiten a los empleados de varias empresas innovadoras entrar sin timbrar tarjetas o pagar por comida en la cafetería. En otro contexto, eso parecería una teoría conspiratoria. ¿Qué mejor manera de controlar y vigilar lo que hacen los empleados?
Tantas veces un producto que fuera diseñado con un propósito termina sirviendo para otro. Un microchip dentro del cuerpo que se usa hoy para acceder a un edificio o hacer pagos rápidos podría, en teoría, ser usado de maneras más invasivas y sin que el empleado sepa o autorice, para saber cuánto tiempo gasta para ir al baño o para el almuerzo, por ejemplo. O para detectar sus movimientos fuera de la oficina... las posibilidades son infinitas. La literatura y el cine han explorado muchas veces ese escenario.
Pero, según un artículo de The New York Times, los empleados de las empresas que lo ofrecen hacían colas para que les implantaran el chip. Un aplauso a la modernidad.
¿Porque qué importa? Nuestros teléfonos, con sus innumerables capacidades, son 100 veces más rastreables que un pequeño microchip y libremente hemos aceptado convertirlos en compañeros de nuestras actividades, intermediarios de nuestras relaciones, partes indispensables en nuestras vidas como microchips gigantes de los cuales no nos podemos separar.
CECILIA RODRÍGUEZ
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