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Regreso a Perpiñán

¿Qué queda de nuestros amores? ¿Qué pasa con nuestros recuerdos, que atraviesan la bruma del tiempo?

Vivió en Perpiñán a los ocho años. Había llegado con sus padres, con la resaca de la guerra civil. Allí empezó el colegio. A él lo llamaban ‘Le petit espagnol’. Pero a finales de los años 40 había muchos españoles en esa pequeña ciudad del sur de Francia. Pocos años antes, más de quinientos mil españoles habían cruzado la frontera buscando refugio en ese país hermano, después de la caída de Barcelona en manos de Franco. El profesor Fornaguera, quien educó a tantos colombianos, estuvo entre ellos. Francia no podía absorber tanta gente de un solo golpe. Muchos refugiados fueron a campos de concentración o “internamiento”, en condiciones infrahumanas.
Nuestro pequeño amigo no supo nada de eso, o le dio la importancia que los niños dan al mundo de los mayores. La guerra, que había acabado antes de nacer él, solo la imaginaba por los relatos de sus padres. En Perpiñán, su familia la frecuentaban tanto refugiados como franceses.
La casa era alquilada a Charles Trenet, quien en ese tiempo recorría el mundo cantando 'Que reste-t-il de nos amours' y muchas otras canciones de su autoría. Era el padre de la chanson française, un movimiento renovador que incluía a la Piaf, Brell, Aznavour y tantos más.
Una vez, el hermano de Charles los visitó. Después del aperitivo, llevó a Petit al segundo piso y abrió el cuarto que siempre permanecía cerrado, reservado para guardar cosas del dueño de casa. Allí le descubrió un mundo de juguetes en el que se destacaba un caballo balancín, como sacado de un tiovivo. El hermano Trenet le regaló a Petit un precioso álbum de cromos, que representaba las especies de la naturaleza.

La guerra, que había acabado antes de nacer él, solo la imaginaba por los relatos de sus padres

En el colegio se hizo a un amigo, Pierre, que era un pequeño diablo de pelo color rojizo. Pero Petit pronto se sintió enamorado de la niña más vivaz de su clase. Una pequeña de ojos azules y pelo negro. Para él, era hermosa. Por eso, cuando la mamá de su amiga llegaba a recogerla, él las acompañaba un trecho. No mucho, pues ellas vivían más allá de su casa.
Un día, el amor, que provoca ideas y acciones locas, hizo que Petit las acompañara bastante más lejos. Pasaron por un puente en donde vieron, junto a la cañada, un gato muerto. Cuando llegó a su casa ya era tarde. Todos estaban alarmados. Su excusa fue “fui a ver un gato muerto”. Nadie le creyó, y pronto se supo de sus afectos por la niña. “El gato negro” fue la frase a la que recurrían en su familia cuando querían reírse de él.
A Petit le regalaron un perro, cuyo nombre catalán era Peret. Una noche de tormenta, Peret no volvía a casa. Petit oía ladridos, pero, para su posterior arrepentimiento, nada lo movió de la poltrona en la que comía pan con mantequilla. Peret estaba atascado, ahogándose. Lo rescató un vecino. Pero desde entonces el perro, desagradecido, empezó a ladrar furiosamente al que lo había salvado de las aguas. Confundía la bondad recibida con el dolor y la angustia. Cuando llegó el momento de volver a España, regalaron a Peret a una anciana ciega. Eso dijeron.
Han pasado setenta años. Petit, que ya no lo es, decidió recorrer los pasos perdidos en Perpiñán. Ha recorrido las calles buscando su casa. La encontró al reconocer la higuera y la palma del jardín. Al deambular por la ciudad, tiene una peregrina idea. Se pregunta si ese anciano con bastón que ve es su amigo Pierre o si ese perro negro que pasa es descendiente de Peret. Y esa bella anciana ¿no será su amor de la infancia?
Parece que las notas de 'Que reste-t-il de nos amours' salieran de la casa de Trenet. ¿Qué queda de nuestros amores? ¿Qué pasa con nuestros recuerdos, que atraviesan la bruma del tiempo? ¿Dónde está nuestro pasado real o imaginario? ¿A dónde van?
CARLOS CASTILLO CARDONA
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