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Aunque esté cantado

Nos están enfrentando a dos espejismos, ambos llenos de promesas que sabemos no podrán cumplir.

Es imposible sustraerse a la tensión electoral de la segunda vuelta. He oído decir a varios de mis amigos que no ven el momento de que se elija a quien se elija, que pasen las elecciones, para que todo siga igual. Vano deseo, pues es posible que mucho cambie. Es probable que volvamos al Estado guerrero, con toda clase de sobresaltos que surgen del autoritarismo y la opresión, que creíamos haber superado. O, por lo opuesto, nos dirigirnos a una sociedad que no conocemos, ondeante e indeterminada, supuestamente más justa, menos corrupta, pero también con grandes dosis de autoritarismo y arbitrariedad.
Esa es la tensión a la que nos han sometido los errores acumulados de los políticos. Nos están enfrentando a dos espejismos, ambos llenos de promesas que sabemos no podrán cumplir. Estamos acostumbrados a que todo está armado para que la política no funcione. Solo funcionan los intereses particulares por encima de los de todos los ciudadanos.
Para muchos de nosotros, nos son ajenos los candidatos que ahora se enfrentan. Sabemos por qué no votar. Nunca votaremos por Uribe, menos por su interpuesta persona, Iván Duque. Está rodeado de personajes que rechazan los demócratas progresistas, tales como Ordóñez, José Obdulio, Londoño, Pastrana, César Gaviria y otros más. Tiene el apoyo declarado de Popeye, tan nefasto personaje. No puedo votar por “el que dijo Uribe”, y no creo que Duque tenga capacidad de traición. Votar por él facilitaría el volver a la guerra, a los ‘falsos positivos’, a las escuchas, a las ‘mermeladas’ duras, a las amenazas, al machismo, a los hijos presidenciales negociantes y altaneros. Además, el discurso de los uribistas se ha radicalizado durante el gobierno de Santos. Un retorno al poder de ese grupo asegura el revanchismo y la persecución de los oponentes.

Los demócratas, y especialmente los que tienen un pensamiento de izquierda, que hemos sufrido la desunión y las divergencias, no tenemos más opción que votar por Petro.

En condiciones normales tampoco votaría por Petro. Ahora que lo han hecho clarificar su discurso, dice muchas cosas que deseo que se digan y sucedan. Sin embargo, no confío que las pueda cumplir dada su permanente confusión ideológica, los rasgos autoritarios de su carácter y el errático comportamiento demostrado durante su alcaldía. Sin embargo, esa es la opción que nos ha dejado la mala práctica de los políticos tradicionales.
Los demócratas, y especialmente los que tienen un pensamiento de izquierda, que hemos sufrido la desunión y las divergencias, no tenemos más opción que votar por Petro. Es paradójico que la izquierda democrática y los liberales demócratas estén unidos para votar en contra, cuando nunca se unen para votar en un programa común que nos saque de esta sociedad desigual, injusta y llena corrupción y malos manejos.
Ahora es necesario mostrarles a Uribe y a su interpuesta persona que una masa enorme de ciudadanos están en contra de que vuelva a utilizar el poder en su propio beneficio. Duque necesita tener un límite moral puesto que tiene el camino allanado. El uribismo está en todas las ramas del poder y tiene una fuerza de presión que va más allá del orden institucional. La falta de una masa de electores que rechace todo lo que el uribismo representa lo dejaría con las manos libres.
Con un improbable triunfo, Petro tendría todos los controles que el Ejecutivo necesita en una democracia. Él ni nombró ni son suyas la justicia, las instituciones de control, las legislativas ni la Rama Ejecutiva. Tendría que ir con pies de plomo.
Por eso creo que el voto en blanco solo sirve para lavarse las manos, para tranquilizar las conciencias. Finalmente, tanto el voto en blanco como la abstención serán interpretados por el ganador como un voto o una inhibición que castigaba al perdedor.
CARLOS CASTILLO CARDONA
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