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La oscuridad del pesimismo

La anarquía generada por las redes sociales acabó con el debate político de altura.

Rara vez, en los últimos cincuenta años, se había respirado en el país, a menos de tres meses de la elección presidencial, un ambiente tan cargado de pesimismo como el de la actualidad.
Las elecciones de 1990 se realizaron en una situación de orden público tremenda, cuando fueron asesinados tres candidatos presidenciales y el narcoterrorismo agobiaba a los colombianos. Pero el pesimismo de ahora es diferente; parece que una mayoría de personas piensan que no hay nada que pueda rescatarse como positivo ni en la sociedad, ni en la economía ni, mucho menos, en la política. Se desconocen los progresos de largo plazo del país, la ampliación de las clases medias y la extensión de las coberturas de la educación, la salud y los servicios públicos. Los problemas del día a día y las noticias negativas dominan sobre cualquier otra consideración.
El asunto no es exclusivamente colombiano. Michael Spence, premio nobel de economía y profesor de la Universidad de Nueva York, escribió la semana pasado una columna que tituló ‘Pesimismo en medio de la abundancia’ (Project Syndicate, 23 de febrero de 2018). Su argumento es que “no debería permitirse que los enormes desafíos que enfrentan las economías y las sociedades hoy en día oscurezcan las tendencias de largo plazo, y el mejor remedio para un pesimismo injustificado es práctico: políticas públicas efectivas, basadas en la evidencia, moldeadas por la investigación científica y la solidaridad social”.

Parece que una mayoría de personas piensan que no hay nada que pueda rescatarse como positivo ni en la sociedad, ni en la economía ni, mucho menos, en la política.

La receta parece tecnocrática, pero no lo es. Cualquiera que sea un gobierno, de izquierda o de derecha, su responsabilidad es diseñar políticas públicas que beneficien a la mayoría de la población y promuevan su bienestar. Que es exactamente lo contrario de lo que se ha hecho, por ejemplo, en Venezuela. Y de lo que haría en Colombia un gobierno que prescindiera de las recomendaciones técnicas o científicas en la solución de los problemas.
Ahora bien, el mismo Spence pregunta las razones del pesimismo, si se tiene en cuenta la mejora que experimentó el mundo desde la Segunda Guerra Mundial, incluyendo a la población de los países en desarrollo, un 85 por ciento de la cual también se benefició de los avances globales. Y plantea varias respuestas:
– La explosión de las noticias negativas, multiplicada desde que aparecieron los medios digitales y las redes sociales. “El ciclo de las noticias se acortó a minutos, lo que ha promovido el flujo continuo de contenido impreciso, sensacionalista, falso y sesgado a lo negativo”.
– La incertidumbre, que alimenta y echa fuego a las tendencias pesimistas en un ambiente en que abunda, precisamente, el pesimismo.
– La complejidad de los problemas. El mismo progreso tecnológico, junto con el avance económico, crea nuevos problemas sociales y ambientales, por ejemplo, cuya solución requiere creatividad y cooperación entre los grupos sociales y las naciones.
Los robots y la inteligencia artificial desplazan empleos en muchas industrias, generando desempleo en algunas zonas. La producción de ciertos bienes que la humanidad demanda y demandará por muchos años más, como la gasolina o los plásticos, impacta el clima, lo cual causa, a su vez, tragedias ambientales y sociales.
– Los beneficios de la globalización no se han repartido uniformemente, sino que han favorecido a unos pocos, y se ha deteriorado la distribución de la riqueza en el mundo. Así, por más que haya menos pobres y se expandan las clases medias, no hay una percepción de justicia social (fairness), lo que resiente a los votantes.
La anarquía generada por las redes sociales acabó con el debate político de altura. Quedamos, entonces, sometidos a la oscuridad del pesimismo.
CARLOS CABALLERO ARGÁEZ
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