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La difícil tarea de los economistas

A los asesores de los candidatos presidenciales les corresponde frenar los deseos de los políticos.

Ya se percibe en la campaña electoral por la presidencia de la República una fuerte tensión entre las estrategias de los candidatos y las restricciones que impone la economía. O, puesto al revés, entre los planteamientos económicos y las aspiraciones políticas de los candidatos.
A lo largo de la historia ha sido evidente el conflicto entre la economía y la política. Se manifiesta en diferentes formas. Cuando los reyes tuvieron el poder absoluto, ellos eran los llamados a resolver esa tensión, para lo cual ocasionalmente contrataban consejeros.
Más recientemente emergieron los especialistas –los conocedores de los temas económicos– y las tecnocracias modernas. Es decir, los grupos de funcionarios con grados superiores en economía que analizan con rigor técnico los problemas y recomiendan cursos de acción a quienes tienen la responsabilidad de tomar las decisiones. Sus propuestas son entonces aceptadas, o modificadas o rechazadas por los mandatarios. Muchas veces deben, además, presentarse a discusión y aprobación por parte de los congresos, en donde, como es bien sabido, “se sabe lo que entra, pero no lo que sale”.
La buena marcha de la economía depende de una virtuosa combinación de economía y política. Para lograrla, a las tecnocracias y a los asesores de los candidatos presidenciales les corresponde la difícil tarea de frenar y equilibrar los deseos de los políticos. Porque todo lo que estos últimos proponen no puede responsablemente ejecutarse. Es una tarea que realizan, además, algunas “instituciones”. El Banco de la República, por ejemplo, o entidades privadas independientes, como Fedesarrollo. O normas legales, como la regla que obliga a los gobiernos a la disciplina fiscal, la regla fiscal.
* * * *

Con la “flexibilización” de la regla fiscal hay que ser muy cuidadosos. Por más atractiva que suene la propuesta, le puede salir el tiro por la culata al Presidente.

El primer choque se dio la semana pasada, cuando el candidato Germán Vargas Lleras presentó su programa económico ante un grupo de empresarios. La propuesta de rebajar la tasa de tributación para las empresas al 30 por ciento, de eliminar el gravamen sobre los dividendos y flexibilizar la regla fiscal generó una reacción inmediata en el extranjero, desde donde se advirtió que la ejecución de esas medidas pondría “en riesgo la calificación del grado de inversión del país” (‘Bloomberg cuestiona las propuestas económicas de Vargas Lleras’, Portafolio).
En Colombia, expertos y comentaristas han pedido que el candidato explique cómo se compensaría la pérdida de ingresos tributarios en una coyuntura en la cual el déficit fiscal sigue siendo abultado. No parece realista pensar que la mejor administración de la Dian y el control de la evasión sean suficientes para tal fin.
Y tampoco puede plantearse alegremente “flexibilizar” la regla fiscal sin un plan a mediano plazo que le permita al Gobierno central recuperar una senda hacia el equilibrio y la sostenibilidad de su endeudamiento.
Con la “flexibilización” de la regla fiscal hay que ser muy cuidadosos. Los mercados externos e internos son sensibles, y, por más atractiva que suene la propuesta, le puede salir el tiro por la culata al Presidente, como ya le está pasando al candidato.
Es verdad que cumplir la regla en 2019 va a ser extremadamente difícil y que el nuevo presidente tiene que plantear una reforma tributaria desde la misma noche de su elección. Que, entre otras cosas, consistiría en aprobar la mitad que faltó de la reforma de 2016 para poner a tributar a las personas naturales de altos ingresos. Si eso no se hiciera, se correría el riesgo de que la disminución gradual de los impuestos a las empresas y la eliminación del gravamen a la riqueza ya previstos se enmochilen en el Congreso. Ahí sí caeríamos en el peor de los mundos.
CARLOS CABALLERO ARGÁEZ
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