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Cada vez más atrás

Lo que hoy tiene valor es el conocimiento y la información, y esto ha sido descuidado.

RUDOLF HOMMES
En la revista ‘The Economist’ de la semana pasada publicaron un artículo sobre el creciente dominio de los mercados mundiales por un puñado de grandes empresas y una clarísima tendencia a la concentración de la propiedad y el conocimiento que se percibe por el auge de las adquisiciones por esas mismas empresas de otras que podrían hacerles competencia en algunos de sus mercados. La revista se queja de la complacencia con la que las autoridades antimonopólicas de Estados Unidos y de la comunidad europea toleran esa concentración creciente.
Este fenómeno no es nuevo y en buena medida se debe a que las grandes empresas son cada vez más vulnerables al cambio técnico y a la innovación, a causa del relativo acceso abierto al conocimiento, a la información, a códigos y a ciertas plataformas tecnológicas. Esto las obliga a erigir barreras en el sentido contrario, a ponerle obstáculos a la creciente capacidad de otros de copiar, innovar y de adaptarse. El mecanismo utilizado es precisamente tratar de crear monopolios de información, como lo hacen Google, Apple, Amazon, por ejemplo, los que además aprovechan los datos que les brindan gratuitamente sus usuarios para fortalecer su posición monopólica. Esto explica algunos de los fenómenos colaterales que agudizan la tendencia al acaparamiento de la información.
Uno de ellos es que a los nuevos empresarios de empresas innovadoras (‘start- ups’) ya no los mueve la posibilidad de emular a Google o a Facebook, sino que están innovando con la esperanza de venderles a ellos sus creaciones. Otro es que General Electric ha decidido dar un salto estratégico trascendental y se propone convertir su empresa en un ‘start-up’ gigante, quizás porque ha comprendido que en el estado actual de desarrollo empresarial, las ganancias provienen más del grado de control que se tiene sobre el acceso a la información y el conocimiento que de la producción de productos físicos (generadores, reactores, motores, aviones con alto contenido informático).
La consecuencia y la paradoja de todo esto es que lo que parecía ser el comienzo de una nueva era de auge de la competencia y libertad económica, con la proliferación de nuevas empresas tecnológicas y el acelerado ascenso de empresas de alta tecnología que se concibieron o nacieron en garajes y dormitorios estudiantiles, está evolucionando hacia una organización empresarial en la que el papel protagónico ya no va a estar basado en la capacidad de generar conocimiento, sino en la de capturarlo y apropiarlo para que otros no tengan acceso a él. ‘The Economist’ evoca lo que ocurrió entre 1860 y 1917, cuando el desarrollo de tecnologías revolucionarias dio lugar a la concentración oligopólica de los mercados.
¿Qué implican para nuestro propio desarrollo estas tendencias del capitalismo global? Mientras en el mundo se generan ideas y se crean nuevas tecnologías prácticamente a diario, y también mayores barreras de entrada para nosotros, en Colombia escasamente nos damos cuenta de esto y no estamos preparándonos para enfrentarlo y superarlo. No sabemos qué hacer para desarrollar la industria (un problema del siglo XIX) o la agricultura (uno del siglo XVII). Todavía estamos debatiendo si se les da mayor acceso a los campesinos a los medios de producción y nos llenamos de razones, aparentemente soportadas por evidencia empírica, para hacer caso omiso de las barbaries que se han cometido en Colombia por haberle dado a la tierra un valor que ya no posee. Lo que hoy tiene valor es el conocimiento y la información, y esto ha sido descuidado. La paz nos brinda la oportunidad de dejar atrás el apego a tierra improductiva y a vetustas jerarquías de clase para ponernos al día en ciencia, tecnología y compasión.
RUDOLF HOMMES
RUDOLF HOMMES
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