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Bogotá, presente y futuro

La única forma que Peñalosa tiene de generar confianza en los ciudadanos es teniéndolos en cuenta.

En su editorial de este miércoles, de gran realismo, dice EL TIEMPO que “basta un leve sondeo del clima de opinión de Bogotá para concluir que el escepticismo sobre el futuro de Bogotá es la nota predominante”. Comparto en su plenitud esa percepción, pero añadiría que el escepticismo no es sobre un futuro ignorado, sino que es parte de un presente conocido. Es la situación actual de la ciudad lo que genera el pesimismo de los habitantes. La gente no espera que le solucionen los problemas del futuro, sino los de hoy. Esa ha sido la principal falla urbanística de Bogotá durante los 195 años que lleva como capital de la República. Por estar arreglando el futuro nos olvidamos del presente.
Algunos alcaldes han tenido en cuenta esa ecuación presente-futuro, y la han resuelto bajo la premisa de que problema no solucionado en el presente es problema que le legamos al futuro; o bien, que el futuro se construye en el presente. Ellos han jalonado el verdadero progreso de la ciudad.
No contribuye la Administración a alimentar el optimismo de los ciudadanos con proyectos, incluidos en su plan de desarrollo, como la venta de la Empresa de Telecomunicaciones de Bogotá (ETB) o la urbanización de la reserva ecológica Thomas van der Hammen. La enajenación de dos de los patrimonios principales de la ciudad afecta negativamente su presente y es obvio que tendrá consecuencias adversas para el futuro. Generaría confianza y optimismo el alcalde Enrique Peñalosa si anunciara que nombrará en la ETB a un supergerente que desarrolle al máximo el potencial de esa empresa gigante para rendirle a la capital ganancias 10 veces mayores de las que podrían obtenerse con su venta; o si pusiera en marcha un plan para convertir la reserva Van Der Hammen en el mayor y más hermoso parque ecológico de Suramérica; pero la idea proterva de urbanizar una reserva ecológica ha despertado el rechazo de la ciudadanía. Incluso la ministra de Vivienda, Elsa Noguera, que tuvo un desempeño brillante como alcaldesa de Barranquilla, ha manifestado su desacuerdo rotundo con semejante propósito.
No hay duda de que en decisiones de esta clase (enajenar los bienes públicos) es lo correcto, y tal vez obligatorio, apelar a la consulta popular, preguntarles a los ciudadanos si están o no de acuerdo, como lo hizo el propio Peñalosa en su primera alcaldía cuando se trató de implantar el día sin carro.
Por supuesto son muy atractivos aspectos del Plan de Desarrollo como los que menciona EL TIEMPO: “Nuevas troncales de TransMilenio; 40 centros de atención prioritaria, en salud; encarrilar por fin la primera línea del metro; cerca de 4.000 cámaras de vigilancia, 30 nuevos colegios, 35.000 nuevos cupos de educación superior y 12.000 en educación primaria y secundaria”, etcétera. Todo eso necesita la ciudad. Sin embargo, quedan dudas sobre si las seis troncales anunciadas y la línea del metro elevado resolverán el cada día más grave embrollo de movilidad. O si la troncal por la carrera 7.ª, en lugar de arreglar un problema, creará otro peor.
La única forma que la Administración tiene de generar confianza en los ciudadanos es teniéndolos en cuenta. Ignorándolos, y despreciando a la opinión, no llegará a ninguna parte.
* * * *
Eduardo Silva Sánchez. La última vez que lo vi, me regaló un bocadillo. Fue en el lanzamiento de la novela en la que él y Marcela Romero, su esposa, son protagonistas, inventados para la realidad por su hijo, el novelista Ricardo Silva Romero, en la Historia oficial del amor. De esto no hace tres meses. El miércoles, por el aviso en el periódico, me enteré incrédulo ‒esperanzado inútilmente en que se tratara de un homónimo‒ del fallecimiento del ingeniero, astrónomo y lector del tarot, Eduardo Silva Sánchez. Se había marchado sin despedirse y sin enviarme el otro bocadillo que me prometió.
Pero Eduardo Silva Sánchez es de esas personas que no mueren. Está vivo, con toda su genialidad humorística y su sabiduría de ingeniero y ser humano excepcional, en cada una de las páginas de la gran novela de su hijo Ricardo.
Enrique Santos Molano
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