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Bella y conmovedora

Celebro el regreso de Sergio Cabrera a la pantalla grande. Su nueva película me fascinó.

A pesar de la mala leche de los que dicen que así como en Colombia no existe una industria aeroespacial tampoco debería existir una industria del cine, y a pesar de que en nuestro país se han hecho muchas películas deplorables, sigo con interés la producción nacional en la pantalla grande.
Pero, valga la aclaración: industria propiamente dicha no es con lo que cuenta el cine en Colombia, sino con unos quijotes que han empeñado casas y carros para convertir en realidad algunos de sus sueños y unas instituciones cada vez mejor estructuradas, pero con pocos recursos para apoyar las iniciativas cinematográficas.
Lo cierto es que mi curiosidad me lleva por instinto a buscar los títulos colombianos, convencido, eso sí, de que para lograr una buena película quizás haya que soportar varias lamentables: pero esa no es una particularidad del cine nacional, sino una ecuación que se aplica en cualquier lugar. De hecho, estoy seguro de que para lograr alguna de las joyas que surgen de Hollywood –porque las hay, sin duda– hay que soportar decenas de bodrios con exceso de bala o de chistes flojos: esos que compran sin pudor alguno las cadenas nacionales por unos pocos dólares para rellenar la parrilla y darles motivos a quienes hablan de ‘taravisión’.
Tan larga introducción para decir dos cosas: que celebro el regreso de Sergio Cabrera a la pantalla grande y que su nueva película, Todos se van –por estos días en cartelera– me fascinó. Cabrera tiene el mérito enorme de haber asumido el cine desde el arte: otros lo asumen desde el bolsillo, muchos lo hacen desde el ego. Y es un director que sabe contar historias. Que no enreda al público como muchos que, por presumidos, terminan por confundir lo inteligente con lo ininteligible.
Todos se van, basada en la novela autobiográfica de la escritora Wendy Guerra, habla de las tensiones ideológicas en Cuba, de los sueños truncados y de las prohibiciones, en el marco de una historia familiar que podría suceder –y que de hecho sucede a diario– en cualquier lugar del mundo: es la historia de una niña sometida al vaivén de unos padres separados.
En la eterna discusión de si es mejor la novela o la película que en ella se basa, estoy convencido de que en Todos se van, tanto la novela de Guerra como la película de Cabrera son bellas y conmovedoras. Ambas, muy recomendadas.
Fernando Quiroz
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