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Ante la mundialización del terror y la esclavitud

Hoy se cierne sobre el planeta la amenaza de una guerra mundial capaz de acabar con la humanidad.

Víctor Corcoba
Muchos pueblos han perdido el poder de autogobernarse, y el mundo, cada día, es más ingobernable. Como consecuencia de esta masa de violentos, algunos ciudadanos se ven obligados a huir en busca de otros espacios más pacíficos. La mundialización del terror, como la esclavitud en todas sus formas, es una bochornosa realidad que está ahí, en parte debida al progreso científico y tecnológico, que en lugar de contribuir a mejorar el bienestar de toda la ciudadanía, lo que hace es producir armas cada vez más perfeccionadas, y por ende, más destructivas. Lo mismo sucede con situaciones de sometimiento, verdaderamente humillantes y deshumanizadoras de la persona como tal. Tantas veces debiéramos romper el silencio, cuando menos para que no desconozcamos estos hechos tan crueles, con las consecuencias que ello conlleva y que se perpetúan en el tiempo: exclusión, violación de la dignidad, institucionalización de la desigualdad... Aún, en la actualidad, millones de seres humanos viven en condiciones similares a la esclavitud.
Ciertamente, hoy, cuando el mundo está interconectado como jamás, es cuando más se cierne sobre todo el planeta la amenaza de una guerra mundial capaz de acabar con la humanidad. También se coacciona como jamás, por las calles del mundo y hasta en los espacios cerrados, vulnerando la libertad del individuo con su destrucción. En ocasiones, olvidamos que cualquier relación discriminante, y de avasallamiento, que no respete la convicción de la persona, constituye un delito, y otras veces una violación aberrante. A propósito, Naciones Unidas, acaba de recomendar un conjunto de estrategias para orientar a los Estados y al sector privado en sus esfuerzos por impedir que los terroristas se aprovechen de los medios de comunicación de Internet y sociales para reclutar terroristas e incitar actos terroristas, respetando siempre los derechos humanos y las libertades fundamentales. Y es que, realmente, el panorama actual no puede ser más desolador: en lugar de preocuparnos por un verdadero y humanista desarrollo planetario, extensivo a toda la especie humana, nos hemos deshumanizado totalmente, haciendo que el clima de inseguridad y terror, de comercio humano, se injerte en el corazón de la ciudadanía, cada vez más dividida, lo que dificulta mucho más el poder armonizarse. Esto último sí que facilitaría poder reencontrarnos cada cual consigo mismo; y, a la vez, poder encontrar, en consecuencia, el ansiado hogar común.
Indudablemente, no se puede permanecer pasivo o indiferente ante esta mundialización del terror o de la esclavitud, dolorosas plagas del mundo presente, puesto que su propósito es destruirnos como personas y hasta destruir nuestro propio hábitat. En este sentido, la conferencia que se celebró en Tel Aviv desde el 9 hasta el 11 de noviembre, y que atrajo a cerca de dos centenares de responsables políticos y profesionales de más de una treintena de países, fue contundente, sobre todo para subrayar que tenemos que ser proactivos en la prevención, en lugar de limitarnos a responder únicamente; no en vano los debates se centraron en las tendencias y lecciones aprendidas en la lucha contra la radicalización y el extremismo violento, que conduce al terrorismo; el uso de internet con fines terroristas, la respuesta del sistema de justicia penal, la rehabilitación y la reinserción de los delincuentes extremistas violentos, y el fenómeno de los terroristas, así actúen solos o en pequeñas celdas. Sea como fuere, la misma sociedad civil ha de implicarse en el fortalecimiento de las acciones contra el extremismo violento, ayudando a identificar los riesgos con propuestas para el sosiego, con programas de rehabilitación y reinserción, junto con otras áreas como la aplicación efectiva de la ley en virtud del Derecho Internacional, el control de fronteras y el respeto de los derechos humanos.
Es verdad que el terrorismo está ahí como amenaza, pero también la esclavitud es un drama injertado en la sociedad del planeta que, a veces, se nos pasa desapercibida. Basta recordar la trata de personas, el comercio de niños o el mismo comercio del sexo. La explotación de los seres humanos está, frecuentemente, en nuestra misma maquinaria productiva, o en el propio trabajo forzado, impidiéndonos soñar y hasta volar, porque suele cerrarnos el futuro. Sostenidos por los derechos humanos y nuestros valores humanos compartidos, todos podemos y debemos levantar el estandarte de la dignidad, el esfuerzo mancomunado, la visión liberadora que nos permita romper cadenas. Para desgracia de todos, la práctica de la esclavitud, como la siembra del terror, suele buscar justificación de sus barbaries con fundamentos filantrópicos o religiosos.
La lección última es que necesitamos armonizar el mundo, y para ello son vitales la mutua confianza de los pueblos, el mutuo acuerdo entre su ciudadanía, el respeto por todo ser humano. De una vez por todas, hemos de renunciar a las armas para caminar al encuentro de unos y de otros, con el diálogo como premisa entre las diversas culturas y las civilizaciones, con la mano tendida como reconciliación, con el deseo de paz sobre todo lo demás. Se precisa un cambio de lenguaje, una nueva manera de entenderse que camine por encima del odio y la venganza. Hace tiempo que la sociedad se apoya en la razón de la fuerza, en vez de utilizar la fuerza de la comprensión. Cuando falla esa apertura humana, todo se vuelve inhumano, y nos habituamos al sufrimiento del otro, cerrándonos en nuestras miserias, contradiciendo nuestro propio espíritu solidario. Por tanto, urge la necesidad de avivar valores tan básicos como el de donarse o el de servir a los más indefensos, en lugar de explotarlos o de servirse de su vulnerabilidad. El progreso de unos no puede ser un obstáculo para otros. Es hora de cambiar de idearios y poner en el centro de nuestras vidas una educación armónica con el ser humano, que no considere al prójimo como alguien extraño, sino como alguien próximo y, desde luego, no como un enemigo o un adversario al que tenemos que pisar y destruir. De lo contrario, sembrar terror o servidumbre será fácil, gracias a la avanzada tecnología que facilita mucho la comunicación para captar personas, adoctrinarlas en la dependencia, o adquirir armas baratas.
Víctor Corcoba
corcoba@telefonica.net
Víctor Corcoba
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