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‘Deja que se muera España’

El escritor cubano W. Navarrete presentó su libro ante uno de los públicos que más lo ha emocionado.

“Qué pena que las fotos no hablen. Con el tiempo se llevan sus secretos, indescifrables cuando ya no quedan testigos porque no se tuvo la precaución de anotar al dorso el nombre de quienes las habitan, dónde fueron tomadas, por qué motivo…”.
* * *
“¡¿Qué tal te fue en Colombia y en el Hay Festival de Cartagena?!”, le pregunté al escritor cubano William Navarrete tan pronto regresó a París, después de presentar su novela ‘Deja que se muera España’, publicada recientemente. Él lo sabe muy bien, no son dos respuestas cortas a dos preguntas aparentemente sueltas. De lo bueno, lo muy bueno y lo malo, si es que lo hay, siempre me gusta tener una crónica, una minuciosa bitácora de viaje, y en eso, él es un excelente relator de anécdotas. Jamás será un insulso turista de folletín o de excursión maratónica convencional.
“Primero dime si puedes hablar o si tienes clase, porque sabes muy bien que no me gustan las historias a medias y, además, tengo mucho por contarte del Hay Festival en Cartagena, y de todo lo que recorrí esta segunda vez en Colombia”, me advierte enfáticamente antes de comenzar. “No hay problema, ya terminé las clases de hoy y estoy de regreso”, le respondí. “¡Fabuloso! Pues bien, he tenido una de las más gratas y enriquecedoras experiencias personales en el Hay Festival”.
En el pueblo de Santa Rosa de Lima, gracias al programa del Hay Festival Comunitario –que trasciende sus eventos más allá de la Heroica–, la Alcaldía de Cartagena, la Gobernación de Bolívar y la Fundación Plan, el escritor cubano presentó su libro ante uno de los públicos que más lo ha emocionado.

¿Todo ese dolor de Elba no será también el de un escritor ausente de su tierra que adopta otra nacionalidad y no ha vuelto por casi tres décadas?

Él creía que iba a ser –como sucede muchas veces– hablar sin parar. Despertarles el hambre por la lectura a personas que se ven obligadas a ser “asistentes” pasivos de un evento literario cualquiera; sin embargo, allí, con más de treinta grados y una reverberación que adormece, hubo un público despierto, ávido, respetuoso y curioso: ¡lo querían todo del autor –cuyo acento era un reflejo de confianza para ellos– y su obra! Les antojaba saber por qué la protagonista de la novela, Elba, tenía esa necesidad casi imperiosa, después de muchos intentos fallidos, de salir de Cuba, de abandonar para siempre su país con un pasaporte español que el Gobierno de Zapatero prometió a todos los descendientes de españoles gracias a la llamada ‘ley del nieto’, y Elba se entregaría por completo a desenmarañar su ascendencia, una historia de mujeres “sepultadas por el olvido”, pero sin olvidar su objetivo: hacerse de un pasaporte español para salir de una vez por todas de la isla. Mas tirar de esa débil hebra sanguínea la lleva a descubrir las vidas de militares proscritos, traficantes y un triángulo histórico compartido desde el siglo XIX entre Cuba, México y Estados Unidos.
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“¿Sabes?”, continua William al teléfono, “de ese lugar, y de Colombia en general, regresé con un bálsamo de sensaciones que enmudecen: sencillez, ternura, humildad, respeto... Había mucho afecto en Santa Rosa de Lima; pero, en general, ¡el colombiano es muy afectuoso y cordial, chico! De eso también me di cuenta y lo viví cuando presenté el libro en Ábaco, una hermosa librería del Centro Histórico de Cartagena. También el día del panel de música cubana con Haydée Milanés y el escritor Juan Gossaín, frente a un público muy entusiasta. Y ni qué decirte de lo maravilloso que fue asistir a una excursión náutica del club de lectura, ‘Armonía en el dilema’. Lo disfruté mucho. Un mes en Colombia fue muy poco, pero ya tengo las pilas cargadas para enfrentarme al frío de París, gracias a tanto calor humano que allá me brindaron…”.
Continuamos la conversación entre infinidad de preguntas, respuestas acompañadas de carcajadas y anécdotas.
Hace algunos días terminé de leer la novela y recordé el diálogo que tuvimos a su regreso; luego rememoré también los salones literarios que he compartido en Francia con el cubano más parisino que conozco, pero sin dejar pasar por alto la pregunta que me invadió al final de ‘Deja que se muera España’, “¿todo ese dolor de Elba no será también el de un escritor ausente de su tierra que adopta otra nacionalidad y no ha vuelto por casi tres décadas?"
P. S.: “... su triste isla. Esa tierra en la que dejó abandonada, el día en que se largó, su legión de muertos. Esa porción de tierra insignificante de mundo en la que se ha sufrido tanto, por tan poca cosa”: ‘Deja que se muera España’, editorial Planeta.
ANDRÉS CANDELA
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