¡Hola !, Tu correo ha sido verficado. Ahora puedes elegir los Boletines que quieras recibir con la mejor información.

Bienvenido , has creado tu cuenta en EL TIEMPO. Conoce y personaliza tu perfil.

Hola Clementine el correo baxulaft@gmai.com no ha sido verificado. VERIFICAR CORREO

icon_alerta_verificacion

El correo electrónico de verificación se enviará a

Revisa tu bandeja de entrada y si no, en tu carpeta de correo no deseado.

SI, ENVIAR

Ya tienes una cuenta vinculada a EL TIEMPO, por favor inicia sesión con ella y no te pierdas de todos los beneficios que tenemos para tí.

Para qué se firmó la paz

¿De qué se trata ahora: de castigar a las Farc o de moverse hacia un país con menos odio?

Entre atrasos, afugias y recriminaciones en torno a la implementación de lo acordado entre el Gobierno y las Farc, a veces se pierde de vista lo realmente importante: para qué se firmó la paz.
En esencia, hay dos aproximaciones frente a los acuerdos: una, punitiva; otra, de reconciliación.
La primera reposa sobre una contradicción: sus ideólogos dicen que quieren la paz, pero abogan por castigo para solo uno de los responsables del conflicto armado (las Farc), mientras buscan atajos de impunidad para los demás. Tienen la ventaja de que la mitad del país que vota (más o menos) está de acuerdo.
Los partidarios de la segunda dicen que la paz solo se construye si todos los que de una forma u otra fueron perpetradores en la guerra asumen sus reponsabilidades y de enemigos pasan a reconocerse como adversarios. Enfrentan el lío de que la mitad del país que vota (más o menos) no está de acuerdo.
De ganar las elecciones del 2018, la aproximación punitiva promete no derogar los acuerdos (dice que quiere la paz), sino ‘enmendarlos’ para castigar con cárcel a los guerrilleros autores de delitos graves y cerrarles la puerta a la política (lo que llama ‘paz sin impunidad’).
La paz se firmó para poner fin a una guerra. Cambiar en el 2018 lo acordado, con las Farc ya desmovilizadas y desarmadas, para que sus jefes vayan a prisión y no puedan ser congresistas, alcaldes o gobernadores, sería la mejor fórmula para reciclar en la violencia a miles de excombatientes que, con toda razón, se sentirían engañados.

No deja de ser revelador del ánimo punitivo que para algunos rastrear judicialmente los fusiles sea más importante que el hecho de que los guerrilleros renuncien a ellos.

La aproximación punitiva solo es para castigar a las Farc; con los demás es indulgente. En la discusión en el Congreso sobre la Jurisdicción Especial para la Paz, los entusiastas de penalizar a las Farc introdujeron cláusulas para blindar de responsabilidad judicial a los civiles que financiaron grupos armados (sobre todo, paramilitares). Y su única coincidencia con el Gobierno fue para limitar la definición de ‘responsabilidad de mando’ de los militares de modo que altos oficiales sean más difíciles de inculpar por ‘falsos positivos’ de lo que señalan el derecho internacional y el Estatuto de Roma.
Punitiva es la exigencia, entre otros, de que se conozcan los números de serie de las armas de las Farc. Por acuerdo de las partes, esos seriales no se van a registrar, al igual que se ha hecho en otras negociaciones de paz aquí y en el mundo. La dejación de armas es para que un grupo irregular abandone sus armas, no para armar procesos penales con ellas. No deja de ser revelador del ánimo punitivo que para algunos rastrear judicialmente los fusiles sea más importante que el hecho de que los guerrilleros renuncien a ellos.
La aproximación de reconciliación a lo acordado es un camino probablemente más prometedor para construir una sociedad viable. La vía punitiva funciona solo con la victoria total: el vencido es culpado y se impone la narrativa del vencedor, como en las películas de Hollywood de la Segunda Guerra Mundial. Sin victoria decisiva, se impone la negociación. La cual, entre otros, implica que todos los involucrados reconozcan sus responsabilidades, intercambien sus justificaciones y sus narrativas y, con paciencia y esfuerzo, terminen por reconocer en el enemigo que querían aniquilar a un adversario con el cual pueden convivir y debatir.
Para eso, a fin de cuentas, se firmó la paz. Pero para llegar allá, primero hay que implementarla.
* * * *
El desafío más importante que tienen los partidarios de una aproximación de reconciliación es dotar de legitimidad a los acuerdos de paz. Sin generar confianza, sin diálogo con los no convencidos y los escépticos, la implementación de lo acordado será tarea de Sísifo. Lo malo es que ‘diálogo’ no va a ser precisamente la palabra más popular en la emponzoñada campaña electoral que ya empezó.
ÁLVARO SIERRA RESTREPO
cortapalo@gmail.com
icono el tiempo

DESCARGA LA APP EL TIEMPO

Personaliza, descubre e informate.

Nuestro mundo

COlombiaInternacional
BOGOTÁMedellínCALIBARRANQUILLAMÁS CIUDADES
LATINOAMÉRICAVENEZUELAEEUU Y CANADÁEUROPAÁFRICAMEDIO ORIENTEASIAOTRAS REGIONES
horóscopo

Horóscopo

Encuentra acá todos los signos del zodiaco. Tenemos para ti consejos de amor, finanzas y muchas cosas más.

Crucigrama

Crucigrama

Pon a prueba tus conocimientos con el crucigrama de EL TIEMPO

Más de Redacción