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No, pero sí, a los políticos

El hombre evoluciona. Así los ‘revolucionarios antipolíticos’ terminan adaptándose al sistema.

Durante casi un año, España estuvo sin gobierno ‒contó con uno de transición, de poderes limitados‒ porque el Parlamento no acordaba uno nuevo. Entretanto, la economía mejoró. Entonces, el chiste entre los españoles ‒a quienes visito a menudo‒ era que, debido a que no tenían gobierno, el país avanzaba. Crece en todo el mundo el hartazgo de los políticos. Por ejemplo, Trump se presentó como reacción ante la política tradicional, y en Francia, antes de las elecciones del 23 de abril, la abstención ya amenazaba alcanzar el récord del 32 por ciento, cuando la participación ha superado el 80 por ciento desde 1974.
Según ‘El Mundo’ de Madrid, Jerôme Fourquet, del Instituto de Opinión Pública, asegura que la abstención se da “especialmente en jóvenes”. Ese es el caso de Vincent, de 25 años, quien afirmó que no votará y que no le asusta “la amenaza” de que gane Le Pen en la segunda vuelta, pues este es un truco de los tradicionales para atraer al votante: “Te dicen, nosotros o el horror”. El mismo truco que utilizó Macri cuando hizo creer que Argentina iba camino de “ser Venezuela” si él no le ganaba al oficialismo. Pero este oficialismo estaba alejado de las Fuerzas Armadas, que son la base del poder que armó el coronel Chávez.
Explicaciones hay muchas, como que el sistema parlamentario está obsoleto, pero no aclaran por qué el rechazo a los políticos es tan universal. De hecho, EE. UU. no tiene sistema parlamentario sino presidencialista. El problema es más hondo, y consiste en que la autoridad estatal se basa en el monopolio de la violencia ‒Fuerzas Armadas y Policía‒, que siempre destruye, mientras que las sociedades se manejan cada vez más con base en liderazgos cuya influencia se da por sus conductas ejemplares.
Ya decían los filósofos griegos que la violencia contraría ‒pretende forzar el desvío‒ el desarrollo natural del cosmos. Y como ir contra la naturaleza no se puede, la violencia jamás, pero absolutamente nunca, construye, solo destruye. Así, los políticos no cumplen sus promesas y empeoran las cosas. Ya en el 2007, la FAO informaba que en el mundo se produce un 10 por ciento más de alimentos que los necesarios para toda la humanidad y, sin embargo, 850 millones de personas padecen hambre.
Dos son las causas básicas de esta aberración. Primero, la fuerte carga impositiva de los gobiernos, que aumenta los precios de los alimentos y crea pobreza, porque todos los impuestos son necesariamente derivados hacia abajo por medio de la subida de precios o la baja de salarios. Y luego, la maraña de trabas regulatorias estatales que encarecen la logística y a veces hacen imposible el traslado y comercialización.
Pero el hombre evoluciona por maduración, así los ‘revolucionarios antipolíticos’ terminan casi adaptándose al sistema, con el beneplácito de las mayorías. Dice Pablo Pardo que volvemos al pasado. Las búsquedas en Google de ‘Tercera Guerra Mundial’ están en su mayor nivel, cuando Trump decía que era Hillary Clinton la que iba a provocar una conflagración mundial.
Trump ahora dice que la Otán “ya no está obsoleta”, ha bombardeado en Siria y elevado la tensión con Corea del Norte. Probablemente renueve a Janet Yellen al frente de la Reserva Federal, pese a que había dicho que ella debería “avergonzarse” de su trabajo. Ha dejado para 2018 la bajada de impuestos y no declarará a China “manipulador de la divisa”. Es el nuevo Trump, un Trump moderado, convertido en político tradicional.
ALEJANDRO A. TAGLIAVINI
Miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California, Estados Unidos.
www.alejandrotagliavini.com
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