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Al fin, el San José

Artículos de la ley permiten que la Nación pueda buscar naufragios de interés cultural.

RODOLFO SEGOVIA
¡Qué suerte!, han comenzado a decir. La suerte tiene poco que ver con el hallazgo del galeón San José, como no sea la proverbial suerte del gallego, que se la busca. Apenas llegado al gobierno, Juan Manuel Santos se propuso retomar las acciones para que Colombia encontrara el pecio y para neutralizar las extravagantes pretensiones de quienes decían haberlo localizado.
Desde los tiempos de Virgilio Barco (1986-90) no se había registrado tanta actividad sobre el galeón, orquestada por la presidencia. Entonces, y por voluntad del mandatario, se puso en marcha un plan para encontrar, estudiar y rescatar al San José con la ayuda de gobiernos amigos. Se pretendía eliminar el tufillo de corrupción que emana de negociaciones con buscadores de tesoros submarinos. La iniciativa se frustró ensartada en rencillas políticas de la época.
El presidente Santos ordenó, casi de inmediato, a su ejecutiva ministra de cultura, Mariana Garcés, retomar los hilos que debían conducir al éxito de estos días. Reconstituyó, además, la Comisión de Especies Náufragas, creada desde 1983, para que la asesorara, y conminó a otros entes del Estado, como el Ministerio de Relaciones Exteriores y la Dimar, a colaborar activamente.
El primer paso debía ser, como todo en Colombia, el marco jurídico. Desde el 2007, la Corte Suprema había definido que el patrimonio cultural, submarino u otro pertenece a los colombianos y es inalienable. Lo hizo justamente a raíz de un litigio sobre la propiedad de lo que pudiese contener el riquísimo naufragio del San José.
Habida cuenta de ese precedente, el Presidente ordenó redactar un proyecto de ley que definiera cómo podrían buscarse pecios en aguas colombianas y proteger el patrimonio cultural que albergaran.
Fue una orden perentoria, con plazos predefinidos para la presentación de la ley y su aprobación por el Congreso. Estuvo lista para la firma presidencial en noviembre del 2013. Artículos de la ley permiten, en forma expresa, que la Nación pueda buscar directamente naufragios de interés cultural. Y ninguno tan significativo como el San José, un sitio arqueológico de importancia mundial, la tumba de Tutankamón de los galeones hundidos.
En posesión del instrumento legal, la ministra Garcés, de la mano con la Armada Nacional y su buque de exploración, procedieron a organizar una compleja operación de identificación del lugar del naufragio del San José. Había que encontrarlo en las profundidades del océano, sin más brújula que el vago probable lugar donde había tenido lugar la batalla de las islas del Rosario contra los ingleses y se había hundido el barco.
A juzgar por la escueta información acerca de lo que es todavía secreto de Estado, se armó un equipo de ensueño: se contrataron expertos internacionales; se obtuvieron los mejores equipos de exploración submarina –sonar de desplazamiento lateral de alta resolución, robot, minisubmarino–; se adecuó el Arc Malpelo para el cometido subacuático; se barrió sigilosamente el fondo marino y se descartaron otros pecios hasta dar con el galeón. Eureka.
Primero fue necesario, empero, voluntad política para encontrar al San José. Final feliz, muy lejos, por cierto, de las coordenadas, o sus “zonas aledañas”, señaladas por los buscadores de tesoros hace 33 años. Lo del presidente Santos con el San José no ha sido suerte, ha sido decisión y perseverancia. Al fin, el San José. Muchas gracias, señor Presidente.
RODOLFO SEGOVIA
RODOLFO SEGOVIA
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