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La falacia del 'No'

Si el expresidente Uribe tenía una contribución edificante y constructiva que hacer, tuvo cuatro largos años para tramitarla. Pero sospecho que ese no es su propósito.

Adriana La Rotta
“No al plebiscito es igual a que reorienten los acuerdos”, comienza diciendo el expresidente Álvaro Uribe en su reacción de ayer al documento final de paz entre el Gobierno y las Farc firmado esta semana en La Habana. Su mensaje es que si gana el ‘No’, las partes pueden regresar a la mesa y reabrir la negociación.
El problema con ese argumento es que es falso, y el expresidente Uribe lo sabe perfectamente. ‘No’ al plebiscito, como bien lo expresó mi vecino columnista Ricardo Silva, quiere decir no a la paz y el retorno de la violencia. En el mejor de los casos, significa un largo período de incertidumbre, una mayor polarización de la sociedad y la postergación del futuro.
La idea de que si gana el ‘No’ se va a revisar y enmendar el acuerdo es simple y llanamente impracticable. Y es importante que los colombianos lo entendamos. Rechazar el acuerdo, si eso es lo que se decide, nos devolverá al punto cero: los guerrilleros y soldados dándose plomo donde no los podemos ver, los desplazados, a vivir desplazados de manera permanente, los terratenientes en sus tierras sin pagar impuestos y sin rendirle cuentas a nadie; los políticos clientelistas, engordando el bolsillo, el negocio del narcotráfico más boyante que nunca.
No se trata de ser pesimista ni de copiar las tácticas de miedo de los enemigos del proceso de paz, sino de entender que esa tercera opción con apariencia de ecuanimidad que plantea el Centro Democrático no existe y es simplemente un artificio para hundir el acuerdo de paz. Si los colombianos quieren votar ‘No’, están en su derecho. Pero que no lo hagan porque les han hecho creer la falacia de que hay una alternativa mejor.
En opinión prácticamente unánime de la comunidad internacional, empezando por el gobierno del presidente Barack Obama, pasando por el secretario de la ONU, Ban Ki-moon; el exjefe de los fiscales de la Corte Penal Internacional Luis Moreno Ocampo, el papa Francisco, la Unión Europea y una lista interminable de organizaciones y líderes de todos los países y matices, el acuerdo que se firmó en La Habana es el paso más significativo en la historia colombiana hacia la construcción de una sociedad inclusiva y sobre todo pacífica.
Es un acuerdo que del lado del Gobierno estuvo liderado por un equipo de negociadores no solo competentes, sino íntegros, comenzando por Humberto de la Calle, un político de calidades extraordinarias de cuya inteligencia y dedicación nos hemos beneficiado los colombianos a lo largo de cuatro décadas. Un acuerdo con una guerrilla dura y recalcitrante que se tragó medio siglo de selva y páramo, y que cuando se sentó a negociar aún no estaba derrotada militarmente. ¿Es un acuerdo perfecto? No. ¿Se podría mejorar? Improbable.
Por eso insisto en decir que aquí no hay punto medio y que votar ‘No’ en el plebiscito equivale a aceptar el regreso a la vía armada como método para resolver el conflicto. La historia nos está mirando. ¿Cómo vamos a explicarles a nuestros nietos que le dimos la espalda a semejante oportunidad?
Si el expresidente Uribe tenía una contribución edificante que hacer, tuvo cuatro largos años para tramitarla. Pero sospecho que ese no es su propósito. Consistente con la campaña de miedo y tergiversación con que de manera sistemática ha bombardeado el proceso de paz con las Farc, la reacción del expresidente Álvaro Uribe al acuerdo final está diseñada para amedrentar y confundir a los colombianos. Y no solo a los que han apoyado el proceso sino, lo que es peor, a sus propios seguidores, que creen genuinamente que al senador Uribe lo animan intereses patrióticos y no políticos.
Adriana La Rotta
Adriana La Rotta
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