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Eso que suena es la democracia

Reconozcamos que tenemos un grupo bastante competente de candidatos y busquemos al más íntegro.

A siete semanas de las elecciones parlamentarias, mucha gente se debate entre la apatía y la exasperación por el barullo que hace la campaña política. La abstención, ese enemigo de la democracia que ha hecho su aparición estelar en las últimas elecciones, puede volver a hacer su entrada triunfal en los comicios de marzo y, peor aún, en los de mayo y junio, dejando en manos de unos pocos la decisión de quién llevará al país al siguiente puerto.
Sin duda, en Colombia hay problemas muy serios: pésima distribución de ingresos, una población que hace inmensos sacrificios para educarse sin que haya garantía de empleo, una historia de violencia que no termina de acabarse, y por ahí vamos. Pero si hay algo que tenemos es la robustez de nuestras instituciones, y ese ruido que están armando los políticos con sus coaliciones y sus interminables intercambios epistolares para realinear sus huestes electorales es, creo yo, el maravilloso sonido de la democracia.
La Colombia actual es una sociedad diversa, con una complejidad de geografías, de ideologías, de estratos sociales, de géneros y de ambiciones. La campaña política no puede ser nada distinto a caótica y acalorada. A los que quieren quedarse enfurruñados en su rincón diciéndoles a los políticos “ahí les dejo su país” les debería entusiasmar que haya tanto buen candidato armando esta batahola para poder participar en el juego democrático.
Miremos el vecindario. En Brasil, un expresidente sobre el que pende una pena carcelaria podría enfrentarse en las presidenciales a un excapitán que cree en la tortura. Argentina está emergiendo de 70 años de populismo, y el presidente Mauricio Macri está tratando de reconstruir no solo las instituciones, sino toda la cultura política del país. De Venezuela, ni hablemos.

Ese ruido que están armando los políticos con sus coaliciones y sus interminables intercambios epistolares para realinear sus huestes electorales es, creo yo, el maravilloso sonido de la democracia.

El problema es que estamos un poco apabullados porque ha aumentado nuestra intolerancia con la corrupción, que hoy entendemos mejor y, seamos francos, siempre existió. Un electorado más educado es un electorado más exigente.
Por eso hay que resistir el desgano y la tentación de declarar que estamos en bancarrota institucional. Reconozcamos que tenemos un grupo bastante competente de candidatos y busquemos al más íntegro y capacitado para seguir perfeccionando lo más importante que tenemos, que es nuestra democracia.
El liderazgo político es a menudo el resultado no solo de los atributos personales de los gobernantes, sino de los tiempos excepcionales que viven sus protagonistas, y en América Latina hay varios ejemplos que lo confirman. Antes de llegar al cargo más importante en su país, Michelle Bachelet estuvo encarcelada por los comandantes que gobernaron Chile en los 70 y 80. El presidente brasilero Fernando Henrique Cardoso, uno de los políticos latinoamericanos más influyentes de su generación, se forjó en el fuego de un obligado exilio.
Los protagonistas de la política colombiana se han forjado en las batallas de su época, y eso se refleja en la lista de quienes aspiran a suceder al presidente Santos en las elecciones de mayo, una lista que impresiona no solo por su número, sino por la suma colectiva de experiencia y de realizaciones.
Creo que dice mucho de la calidad de una democracia que haya en este momento un grupo de mujeres y hombres de un espectro ideológico muy amplio, que tienen no solo hojas de vida notables, sino –más importante aún– adherencia a las instituciones y a las reglas de juego.
Si la profundidad de una democracia se mide por producir renovación en sus líderes y que ellos mantengan su fe y su compromiso con los mecanismos institucionales, Colombia se parece más a una democracia madura que al Estado fallido que era hace 25 años.
ADRIANA LA ROTTA
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