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El mar

Resulta mejor querer al mar por un rato que un pedazo de tierra para siempre, porque la tierra es, en buena parte, la razón por la que llevamos siglos matándonos.

Yo estaba en el mar cuando tocaba votar por el plebiscito, porque el mar es donde toca estar, cualquiera lo sabe. Poco antes del 2 de octubre compartí una foto diciendo que yo no votaba por el Sí ni por el No, sino por el mar, y se me fueron encima por no estar en Colombia para la fecha.
Yo habría votado por el Sí, pero decidí irme, convencido de que la paz arrasaba. Diría que ahora me arrepiento, pero es mentira; el arrepentimiento no sirve. Me duele que haya ganado el No, especialmente por quienes estuvieron detrás de él. Y entiendo que hay una guerra y que las víctimas no solo son las que llevan sino que no tienen las oportunidades que otros sí, pero aún así no me arrepiento de haber viajado, porque vine a estar con mi familia, y un hombre que se va al mar a pasar tiempo con su familia está haciendo lo correcto.
Viajé porque, como lo veo, lo que estaba en juego no era la paz de un país, sino el pulso entre los del Sí y los del No, ambos politizados y manipulados, pero creyéndose independientes, y para esas vainas mejor largarse a la playa. El gran éxito del sistema, ya lo he dicho, es hacernos creer que tenemos la libertad de elegir. No la tenemos. Hacer el amor, ir al mar, cuidar de los nuestros, llevar una vida medio decente, dormir bien y joder lo menos posible a las personas, ahí está la paz.
El mar entonces es la salida. Nunca cierra, nunca para. No importa cómo nos lo dividamos, nunca será nuestro, pero podremos ir a visitarlo cuando queramos. Y no es malo, solo indomable. A veces ahoga a uno que otro, pero sin querer. Para combatir las tristezas, el mar, incluso más que la música, porque el mar es música también. Resulta mejor querer al mar por un rato que un pedazo de tierra para siempre, porque la tierra es, en buena parte, la razón por la que llevamos siglos matándonos.
Si quieren señalar a alguien, no se fijen en los que nos fuimos, sino en los fundamentalistas que se quedaron para votar. En los cursis del Sí y en los godos del No, clones de Gustavo Bolívar y Alejandro Ordóñez. Los primeros, hipersensibles con las causas que ellos creen justas, pero incapaces de soportar la disidencia. Los segundos, atemorizados por el comunismo, los ateos, los homosexuales y la Patasola.
La gente que mejor me cae votó por el Sí. La que quiero, en la que confío, a la que admiro, pero perdió los cabales con esto del plebiscito. No solo al reclamarme por haberme ido de Colombia, que soy grande y veré qué hago, sino por no calmarse. Calmarse es clave, pero complicado, porque implica respetar las decisiones ajenas, dejar la pasión y usar la cabeza. También requiere de bajarle a la melosidad y, sobre todo, no subir a redes sociales la foto del certificado de votación, que eso no los hace especiales ni suma en las urnas. Todo lo anterior unido hace más por la paz que votar por el Sí.
Por otro lado, aterra que haya habido un 63 por ciento de abstención, pero al revés; sorprende que no haya sido mayor, si votar es una lata, no un derecho ni un deber, como nos lo han vendido. La democracia es quizá el mejor sistema que se ha inventado la sociedad para funcionar, pero el voto está sobrevalorado, y más en estos tiempos. Sin la compra y el trasteo, menos de un cuarto de la población votaría. Hay lugares donde votar es obligatorio, y si a usted lo obligan a algo, no lo dude, la cosa no está bien.
Entonces, no quiero engañarlos ni engañarme; no quiero seguir fingiendo que soy una buena persona, según sus estándares morales. De haberme quedado en Colombia, igual hubiese ganado el No, porque tampoco habría ido a votar. A mí lo que me gusta los domingos, cuando no puedo ir al mar ni estar con mi familia, es quedarme viendo fútbol. Tampoco fui a marchar el miércoles, seguía en el mar. Después subo fotos.
Adolfo Zableh Durán
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