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La etapa que ahora comienza

El proceso que, en su primera etapa, culminó en los abrazos de Cartagena no terminó ahí, sino que una nueva experiencia comienza, de antemano calculada en no menos de diez años.

La emocionante y multitudinaria ceremonia que en Cartagena selló la paz mediante el Acuerdo Final del Gobierno con las Farc cumplió su objetivo con los discursos pronunciados por el presidente de la República, Juan Manuel Santos, y el jefe reconocido de esa agrupación subversiva, Rodrigo Londoño Echeverri (alias Timochenko). Con las clamorosas ovaciones del multitudinario auditorio a sus palabras y a su contenido de confraternidad y reconciliación, no menos que a la firma solemne del pacto de reconciliación y paz.
Fue de extrañar, sin embargo, la adición afrentosa de una franja blanca, añadida al característico emblema tricolor de la bandera de la patria. Nadie logró salir de su sorpresa, de su estupor, ni menos explicarse cómo había sido posible cambiarlo, alterarlo o tergiversarlo precisamente cuando se daba paso tan significativo a la reconstitución de la unidad democrática y a la confraternidad de la nación. Quizá fuera desliz indisculpable de los acuciosos organizadores del hermoso certamen, pero lo cierto es que no podía pasar inadvertido a los ojos del país allí presente y mucho menos de los televidentes, a la expectativa de un acto que se suponía iba a ser histórico, como en realidad lo fue, pese a este chocante e indignante lunar.
El regreso a la paz y a la cooperación democrática, tras años de subversión y contienda armada, ha persuadido y entusiasmado a gentes muy disímiles de la necesidad de volver a reunir fuerzas en empeños compartidos, al servicio de la comunidad. La firma del Acuerdo Final en Cartagena lo fue ad referendo, mientras se pronuncia otro organismo de autoridad superior, el Pueblo, convocado como ha sido para manifestarse en uno u otro sentido: el consentimiento con el Sí o el rechazo con el No.
En rigor, se ha estructurado, en la primera de las hipótesis, una nueva institucionalidad, con perspectivas de consolidarse por sí misma o a través de ciertos procedimientos expeditos. Tal, por ejemplo, el de firmar el Acuerdo Final como Acuerdo Especial ante el Consejo Federal Suizo, en Berna, haciéndolo así similar a un tratado internacional. Y mediante ley aprobatoria, con el visto bueno de la Corte, incorporarlo al bloque de constitucionalidad. Lo único que faltaría, para su validez, sería el respaldo plebiscitario. De ahí en adelante, el camino jurídico se halla previa y cuidadosamente despejado. El interrogante de quiénes encarnarían esa nueva constitucionalidad está resuelto de antemano, circunstancia de la cual se han cuidado los representantes de las Farc.
Obviamente, el requisito mayor es la dejación de las armas de las Farc en manos de la ONU, 180 días después de la firma del Acuerdo Final. Según es bien sabido, los combatientes se ubicarán en 26 zonas veredales y otras denominadas campamentarias, bajo vigilancia internacional. El partido político que hayan de crear tendrá personería jurídica y será financiado por 10 años con suma equivalente al 10 por ciento del total del presupuesto que el Gobierno asigna a movimientos y partidos. No serán, ni mucho menos, unos parias. Si esta fuera a ser su suerte, no habrían aceptado la vía del entendimiento y la reconciliación, que empiezan a recorrer.
El país debe ser consciente de que el proceso que, en su primera etapa, culminó en los abrazos de Cartagena no terminó ahí, sino que una nueva experiencia comienza, de antemano calculada en no menos de diez años. Mientras más nos familiaricemos con esta perspectiva, mejor preparados estaremos para manejarla y vivirla. Desde luego, hay que descartar la suposición de que con ella regresa el narcotráfico en cualquiera de sus formas o al menos la permisividad, si no la complicidad, de sus actividades delictivas. Para semejante peligro, vale la pena montar guardia desde ahora.
Abdón Espinosa Valderrama
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