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¿A qué precio?

Siguen diciéndose: ¿Paz, pero a qué costo?. No se dan cuenta del costo de estos 50 años de conflicto

“¿A qué precio?”, preguntan cuando se dice que la paz en Colombia es urgente y necesaria. Esta actitud ofende y enerva, pues ya se ha pagado la paz muchas veces, sin tenerla. Generalmente, la duda se relaciona con el aumento de impuestos para financiar el posconflicto. Algunos economistas calculan que costará cerca del 2 por ciento anual del PIB durante una década, pero se apresuran a decir que la condición de paz hará crecer el PIB a un ritmo mucho más alto del actual.
Parece fácil poner en términos monetarios el costo de la guerra. Para los 10 años anteriores al 2012, se estimaba en 220.000 billones el gasto en sueldos, logística, intendencia y armamento de las fuerzas del orden. Pero ese no es todo el gasto.
Pues lo simplemente monetario oculta el sufrimiento que ha tenido Colombia por la guerra, el que tiene actualmente y el que tendrá cuando se llegue a un acuerdo de paz. Varios estudios profundizan en el tema. Baste nombrar ‘¿Cuánto nos cuesta la guerra?’, de Juliana Castellanos; ‘Costos y efectos de la guerra en Colombia’, de Carlos Arturo Velandia, y ‘El precio de la guerra’, de Ana María Ibáñez y Oscar Pérez Óscar Pérez.
Esos estudios y otros similares analizan lo que tanto nos ha afectado la acción desastrosa de guerrilleros, paramilitares e instituciones del Estado. Se señalan los desastres ecológicos de la destrucción de selva para cultivar coca, las explosiones de oleoductos y la explotación incontrolada de la minería. Amplios campos se han inutilizado con minas antipersonales.
Poblaciones enteras han sido masacradas o desplazadas para expropiar sus tierras. Se han reclutado niñas y niños. La violación y el abuso sexual son permanentes. El secuestro ha destruido a miles de personas y familias de toda condición social. Se ha torturado, y es frecuente la desaparición forzosa. Los ‘falsos positivos’ no tienen parangón. Han asesinado líderes políticos, periodistas y sindicalistas. Son miles de miles los afectados psicológicamente por el conflicto.
Cuanto más pasa el tiempo, mayor es el número de víctimas sin reparación. Muchos colombianos viven en el exterior por temor y otros son asilados políticos.
Todo este conflicto armado, de tantos años, ha dado la mezcla explosiva de los actores de la guerra con la producción, el transporte y la comercialización de las drogas ilícitas. Por lo tanto, tenemos poderes incontrolables ligados al narcotráfico y al comercio de armas. Bajo su lógica arrasadora, la corrupción se ha generalizado y ha permeado el sector público y el privado.
El conflicto ha sido enfrentado por el Estado con el reforzamiento de la Fuerza Pública. En consecuencia, la inversión y el gasto en educación y salud se han visto afectados y los servicios son de mala calidad. La cultura del espectáculo, es decir, del escapismo, se impone a un desarrollo cultural profundo.
El país ha desarrollado una cultura de violencia, de ilegalidad y de abuso que solo va a cambiar en varias décadas, si las condiciones materiales de la guerra cambian. Se dice que la posible ruptura de conversaciones de paz en La Habana provocará más violencia de guerrilla y de Ejército. No sería extraño, dada la ceguera que han mostrado las partes.
Ni el Gobierno ni los que deseamos la paz hemos conseguido convencer a los que se oponen a ella. La pobreza mental que tiene la derecha colombiana le permite estar dominada por sus intereses mezquinos, por su miedo a la democracia, y por la convicción de que sus privilegios son eternos. Por eso siguen diciéndose: “¿Paz, pero a qué costo?”. No se dan cuenta del costo de estos 50 años de conflicto. Ni de que, para ellos, el precio de mantener la guerra sería mucho más alto. Más que el económico.
Carlos Castillo Cardona
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