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2015: un año extraordinario para Obama

Las revoluciones de 1989 cambiaron el mundo y las del 2015 van a cambiar Estados Unidos.

Moisés Naim
En 1989 cayeron muros, colapsaron dictaduras comunistas y se desprestigiaron malas ideas políticas y económicas que, a pesar de ser nocivas, contaban con muchos adherentes. En la primera mitad del 2015, en Estados Unidos se dieron cambios revolucionarios en sus relaciones internacionales, en su política social y en las reglas que definen lo que es una familia.
Barack Obama llegó al poder hace seis años y medio impulsado por una inusitada ola de esperanzas. Millones de personas que antes no se habían interesado en la política se entusiasmaron por este joven senador, cuyo nombre, apariencia e historia personal eran percibidos por muchos expertos como impedimentos insuperables para alcanzar la presidencia de EE. UU. Pero los expertos se equivocaron y Obama ganó las elecciones. Cuatro años después fue reelegido, a pesar de que como presidente no despertaba el mismo entusiasmo que como candidato.
Para muchos, la esperanza que había despertado se transformó en desilusión. Su llegada a la Casa Blanca no produjo las soluciones que sus votantes –y quizás hasta él mismo– esperaban. Y el Obama que despertaba sueños y motivaba apáticos mutó en un líder cauteloso, distante e incapaz de doblegar a sus adversarios internos y externos. Los jefes del Partido Republicano (uno de los cuales declaró que el objetivo era bloquear todas las iniciativas del nuevo presidente), y los líderes de
Irán, China, Rusia y del Medio Oriente lucían más poderosos y eficaces que Obama.
Además, el día que llegó a la Casa Blanca, la lista de emergencias que debía atender de inmediato incluía la mayor catástrofe económica en más de medio siglo y que se agravaba hora a hora, dos guerras que su país estaba perdiendo, altos y crecientes índices de desigualdad económica, el renovado y ambicioso activismo internacional de China y Rusia, al igual que aliados tradicionales como Europa postrados por la crisis. El prestigio y la influencia internacional de Estados Unidos estaban en su punto más bajo desde la guerra de Vietnam.
Barack Obama y su equipo se dieron a la tarea de enfrentar estas crisis, pero el progreso fue lento; los retrocesos, frecuentes y la frustración, creciente. Sus críticos explicaban que el problema era Obama –su pasado, su ideología, su inexperiencia, su personalidad. Muchos observadores descontaron como una oportunidad perdida su paso por la Casa Blanca. Enfatizaban que los presidentes estadounidenses solo alcanzan a hacer grandes cambios al inicio de su periodo. Esto es debido a que, en las elecciones legislativas que ocurren a la mitad del periodo presidencial, los votantes suelen darle la mayoría en el Congreso a la oposición, la cual se ocupa de frenar o sabotear las iniciativas presidenciales. Así pasó también esta vez, y Obama debe gobernar con la oposición en control de las dos cámaras del Congreso. Desde esta perspectiva es fácil llegar a la conclusión de que, en la práctica, la presidencia de Obama ya ha llegado a su fin y que no hay que esperar mayores cosas de él en el tiempo que le queda.
Pero no ha sido así. Los expertos se equivocaron otra vez con Obama. En 2015 logró concretar trascendentes iniciativas que lucían imposibles tan solo unos meses atrás.
Está, por supuesto, el acuerdo con Irán, cuyas consecuencias económicas y geopolíticas son enormes. Y la normalización de las relaciones con Cuba y el fin de más de medio siglo de hostilidades con el régimen de los Castro. Para sorpresa de muchos, Obama también logró el apoyo del Senado para negociar la participación de su país en el Acuerdo Transpacífico de Libre Comercio de Asociación Económica (TPP por sus siglas en inglés) con otros 11 países de la región de Asia-Pacífico. El TPP tiene el potencial de transformar las relaciones económicas en esa parte del mundo, además de crear un importante contrapeso a China.
Todo esto ocurre en un contexto de recuperación de la economía de EE. UU.: crecimiento, desempleo del 5,3 por ciento y en caída, resurgimiento de la industria y la transformación del país en la potencia energética más grande del mundo, sobrepasando a Arabia Saudita y Rusia. No obstante, EE. UU. sufre aún de salarios medios que no se han recuperado y niveles de desigualdad inaceptables. Pero, incluso en estos temas tan álgidos, Obama ha tomado iniciativas que podrían revertir las tendencias. Su reforma sanitaria, por ejemplo, tendrá sin duda impactos económicos y sociales positivos e importantes.
Finalmente, el verano del 2015 comienza con una decisión que cambiará la vida de millones de personas que hasta ahora habían sido marginadas. En junio, la Corte Suprema de EE. UU. legalizó el matrimonio entre personas del mismo sexo, una iniciativa que la Casa Blanca de Obama había venido apoyando.
Obama se merece unas vacaciones.
Moisés Naim
Moisés Naim
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