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Las peleas por el Santo Sepulcro

Ha sido construido y destruido varias veces, aunque su actual estructura, se terminó en 1149.

JANA BERIS
Miles de peregrinos de diferentes confines del mundo llegan por estos días a Jerusalén, centro de las celebraciones de Semana Santa.
La misma fe mueve a todos, y cristianos de distintas denominaciones confluyen en el lugar, recorriendo los santuarios más emblemáticos de sus creencias. En el centro, el Santo Sepulcro, el sitio en el que, según la tradición cristiana, Jesús fue crucificado y muerto.
Pero es difícil toparse con un peregrino que, junto con su emoción, no salga sorprendido de su visita al sagrado lugar. Y no solo por vivenciar las plegarias en la imponente basílica donde se halla, según el cristianismo, la gruta de la tumba, de la que habría desaparecido Jesús al resucitar.
El lugar está dividido en tres jurisdicciones estrictamente respetadas: las zonas bajo control de los monjes grecoortodoxos, las de los franciscanos y las de los armenios. La división significa horarios fijos de procesiones y plegarias, zonas por las que unos pueden pasar y otros no.
Si bien los peregrinos no necesariamente se percatan de los detalles de la división, por ejemplo al arrodillarse ante la Piedra de la Unción, que se halla a la entrada (lugar en el que según la tradición fue colocado el cuerpo de Jesús al ser bajado de la cruz) o subir al Gólgota, fácilmente podrán ver que en distintos sitios de la basílica hay varias ‘autoridades’. Y ni qué hablar de la diversidad de túnicas, sotanas y gorros que tienen los monjes que circulan por el lugar.
Si bien la mayor parte del tiempo todo transcurre sin problemas, la situación no está exenta de tensiones y mutuas envidias, y en algunas ocasiones, los celos de cada comunidad estallan en peleas a golpes y puñetazos entre los monjes.
Rito diario
Y hay otra singularidad. Aunque pueden presenciarla solo los peregrinos madrugadores que llegan a la basílica cuando recién se abre: para poder entrar diariamente al Santo Sepulcro, es imprescindible recurrir a los ya tradicionales servicios de dos familias musulmanas que desde hace siglos comparten la responsabilidad en el lugar. Teniendo en cuenta las divisiones entre los propios cristianos dentro del santuario, este rol musulmán es visto como un símbolo especial.
Ello se remonta a 1191, cuando Saladino, previo acuerdo con Ricardo Corazón de León, encomendó a la familia Nuseibeh las llaves del sitio más sagrado para el cristianismo. Años después, también la familia Judeh fue incorporada a dicho rol al dársele la responsabilidad de la guardia nocturna del lugar. Hoy, más de 800 años después, ambas familias siguen cumpliendo sus respectivos deberes como una misión que pasa de generación en generación. Pero de la llave se encargan solo los Nuseibeh y, en la actualidad, el responsable es Wajeeh Nuseibeh, que heredó el cargo de su padre y quisiera que, cuando él ya no pueda cumplirlo, lo desempeñe uno de sus hijos.
Cada madrugada, al llegar, toca la puerta; el guardián de la noche le pasa por una pequeña abertura rectangular una sencilla pero ya famosa escalerilla, a la que se sube para alcanzar la cerradura de la enorme puerta, en la que debe colocar la llave poco común que su familia custodia desde hace ocho siglos.
Entre guerras y pugnas
Historia milenaria de construcción y destrucción
El Santo Sepulcro ha sido construido y destruido varias veces, aunque su actual estructura, con cambios, se terminó en 1149, medio siglo después de que Jerusalén fuera conquistada por los cruzados, hombres ricos que gozaban del beneplácito del Papa y de personajes de poder, especialmente cristianos provenientes de Europa occidental y quienes dirigieron las cruzadas, cuyo objetivo era recuperar Tierra Santa, ocupada por musulmanes. En 1188, el ejército de Saladino se toma a Jerusalén y, luego del fracaso de la retoma por los ejércitos de Occidente, se logran acuerdos para asegurar la asistencia de los peregrinos. El papa Clemente VI autorizó que los franciscanos vivieran permanentemente en la iglesia del Santo Sepulcro y celebraran misas y oficios, y luego las comunidades de los grecoortodoxos y las de los armenios también fueron autorizadas.
JANA BERIS
Corresponsal de EL TIEMPO
Jerusalén.
JANA BERIS
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