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El holocausto sirio

Más de 130.000 muertos y 6 millones de desplazados deja este conflicto.

CARLOS ALBERTO PATIÑO VILLA
Desde mediados del 2011, Siria se fue involucrando crecientemente en una guerra que ha terminado siendo denominada por los observadores occidentales como una de carácter civil; por los opositores al gobierno de Bashar Al Assad como una de liberación; y por el Gobierno como una serie de acciones terroristas patrocinadas por una amplia coalición internacional.
La guerra ha tenido algunas características particulares y azarosas. Primero, se libra fundamentalmente en escenarios urbanos, pues las ciudades –la toma o retoma de las mismas– representan el nivel de éxito militar, tanto de los rebeldes como de las tropas leales al Gobierno. En este contexto, la confrontación bélica por el control de ciudades como Homs, Alepo, Raqqa, Hama y la misma capital, Damasco, es clave, y allí se han concentrado los combates, los milicianos y soldados, y las grandes matanzas de civiles y combatientes.
Segundo, la guerra ha tenido desde el inicio, aunque más visible durante el último año, un contexto internacional: uno de política interno, y otro más de disputa entre diferentes corrientes dentro del islam. En esta medida, no es descabellado afirmar que en la guerra siria se libran a su vez diferentes enfrentamientos.
Tercero, ha sido una confrontación bélica que ha generado uno de los mayores desastres humanitarios del siglo XXI, dejando para finales del 2013 más de 130.000 muertos y más de seis millones de personas desplazadas, según las cifras de diversos organismos internacionales.
El proceso de desplazamiento ha tenido, además, una directa implicación con los países de destino hacia los que se dirigen cientos de miles de personas, especialmente Turquía, Jordania y Egipto.
Esta catástrofe humanitaria hace que el conflicto sirio sea comparable con otro de los más graves del siglo, que son las guerras que sacuden el centro de África, iniciando por el genocidio de Ruanda y continuando con las diversas guerras internacionales y de insurgencia en el Congo.
La participación internacional
Durante el 2013 el conflicto sirio tuvo algunos aspectos básicos. El gobierno sirio, desafiado por la coalición rebelde, retomó la iniciativa militar apoyado abiertamente por Irán y Rusia, además de China. En el caso de Irán, el apoyo ha sido contundente tanto con armas y soldados, con la participación de la Fuerza Quds, al mando del general Qassem Suleimani, quien ha sido clave en la revitalización del ejército sirio, y en muchas de las victorias que este ha venido obteniendo sobre el terreno de forma continuada desde marzo de este año.
Pero de otro lado se debe destacar que Rusia ha tomado la delantera en la definición internacional de cómo se le da un tratamiento específico a la guerra siria, entre otras por la hábil actuación del canciller Serguei Lavrov.
Inicialmente el ataque con armas químicas, en abril, cuyas responsabilidades quedaron difundidas en medio de acusaciones mutuas y ambigüedades, dio paso a una segunda crisis por el uso de este tipo de armas y supuso la ruptura de los niveles impuestos de observación por parte del gobierno de EE. UU., para pasar a intervenir directamente, cuando el 21 de agosto se produjo un ataque con armas químicas en la localidad de Guta, cercana a Damasco, con saldo de por lo menos 800 personas muertas.
Este ataque representó el traspaso de la línea roja identificada por el presidente Barack Obama, y sobre este hecho la Casa Blanca pidió autorización al Congreso para un ataque militar al gobierno de Bashar Al Assad. Previo a este paso, EE. UU. ya había iniciado, desde febrero, un apoyo abierto con armamento, entrenamiento e información a distintas agrupaciones de rebeldes, especialmente al Ejército Libre Sirio (ELS).
Sin embargo, la actuación de Rusia para impedir un ataque cambió la ruta diplomática y militar en la que algunos países occidentales ya se habían involucrado y declarado como voluntad expresa contra Al Assad.
Estados Unidos, Francia y el Reino Unido habían ya declarado su disposición a intervenir, mientras que Siria se venía enfrentando a una creciente tensión subregional por los intercambios de fuego de artillería sucedidos con países fronterizos como Israel y Turquía.
La mediación rusa cambió el rumbo de la intervención, logrando que el régimen de Al Assad aceptara que se destruyera su arsenal, a la vez que Rusia declaró abiertamente que apoyaría al gobierno sirio, militarmente entre otras opciones, si ocurría la anunciada intervención.
Aquí la guerra siria sirvió de escenario para visualizar la consolidación de un mundo multipolar, en el que Rusia participa en las grandes determinaciones internacionales, secundada por China e Irán.
Desde la perspectiva de la política internacional, el conflicto sirio se ha convertido en escenario de confrontación de alianzas y contraalianzas, cada una encabezada por Estados tan poderosos como EE. UU. o Rusia y China. Pero a la sombra de estos también se desarrolla una disputa subregional visible y contundente, cada vez más destacada y determinante del rumbo en la región, que es la que protagonizan Irán y las monarquías del sur del Golfo Pérsico, especialmente Arabia Saudí, para evitar la expansión del chiísmo, su consolidación como fuerza política e interestatal.
Un conflicto de intereses
Un capítulo de esta tensión está cifrado en lo que significa el acuerdo sobre asuntos nucleares entre Irán y el grupo de los 5+1, encabezado por EE. UU., y que los saudíes, quizá más que los mismos israelíes, han asumido con desconfianza, lo que hace que ganar o perder Siria sea un problema vital para cada bando.
En este sentido, la disputa por Siria hace parte de una estrategia de fondo sobre Oriente Próximo y Asia Central, en donde la consolidación del poder en Egipto y/o el derrocamiento en Siria tiene implicaciones profundas, tanto políticas, religiosas como territoriales.
Otros actores de la guerra
A la luz de esta disputa subregional se deben entender las acciones y la participación de grupos antagónicos como Hezbolá y Al Qaeda, además de Al Nusra, los grupos kurdos y las milicias uigures.
Hezbolá, la milicia chií que tiene presencia territorial en Líbano, y desde allí se ha movido en diversos lugares con alianzas radicales de diverso tipo, ha participado directamente en la guerra siria con hombres y armas que apoyan el régimen de Al Assad, y ha tenido un papel destacado en batallas como la de Al-Qusair.
En el bando contrario se encuentra Al Qaeda, que proviene de la concepción religioso-política del sunismo, y que se ha involucrado directamente con hombres en diferentes batallas, pero también a través del grupo Al Nusra, cuyo objetivo básico es crear un Estado islámico gobernado bajo la sharia (ley islámica) que incluya lo que algunos llaman la Gran Siria.
De hecho, algunas facciones que se inscriben entre los combatientes de Al Qaeda y Al Nusra han proclamado la creación de un califato que reemplace al régimen de los Assad.
Es importante entender que también es parte de la disputa, en este conflicto, la desconfianza y la sombra de dudas y mitos sobre la secta minoritaria de los alawíes, a la que pertenecen los Assad, quienes han gobernado al país con mano de hierro durante casi tres décadas, y con régimen de partido único inexorable.
Visto en conjunto, el conflicto sirio no parece tener final visible, y las diversas esferas de política internacional, disputas religiosas intraislámicas, diferencias étnicas y brutalidad total en la guerra, de parte de ambos bandos, hacen prever que el drama humano será más profundo y terrible de lo que pueda aceptar la opinión pública internacional.
CARLOS ALBERTO PATIÑO VILLA*
Para EL TIEMPO
* Profesor titular de la Universidad Nacional. Doctor en Filosofía. Director del Instituto de Estudios Urbanos. Experto en descripción y análisis de los conflictos internacionales contemporáneos.
CARLOS ALBERTO PATIÑO VILLA
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