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Latinoamérica

Un colapso que no tiene precedentes en Venezuela

Para permanecer al día en el servicio de su deuda externa, explica Hausmann, el Gobierno recortó las importaciones, lo que provocó un grave desabastecimiento.

Para permanecer al día en el servicio de su deuda externa, explica Hausmann, el Gobierno recortó las importaciones, lo que provocó un grave desabastecimiento.

Foto:Cortesía 'El Nacional' de Venezuela / Archivo

Ricardo Hausmann, profesor de Harvard, alerta sobre 'la catástrofe económica' que sufre este país.

El 16 de julio se celebró un plebiscito en Venezuela, organizado apresuradamente por la Asamblea Nacional, en la cual la oposición tiene mayoría. Su objetivo era rechazar el llamado del presidente Nicolás Maduro a formar una Asamblea Nacional Constituyente. En este evento, más de 720.000 venezolanos votaron en el exterior. En la elección presidencial del 2013, solamente lo hicieron 62.311.
Cuatro días antes del referendo, 2.117 postulantes rindieron el examen para obtener su licencia médica en Chile. De estos, casi 800 eran venezolanos. Y el sábado 22 de julio, se reabrió la frontera con Colombia. En un solo día, 35.000 venezolanos cruzaron el estrecho puente entre los dos países para adquirir alimentos y medicamentos.
Es evidente que los venezolanos quieren escapar y no es difícil entender por qué. En todo el mundo los medios de comunicación han estado informando acerca de Venezuela, documentando situaciones verdaderamente terribles, con imágenes de hambre, desesperación e ira. La cubierta de la revista ‘The Economist’ del 29 de julio lo resume así: ‘Venezuela, en caos’.
Pero, ¿se trata simplemente de otra aguda recesión o de algo más grave?
El indicador que más se usa para comparar recesiones es el producto interno bruto (PIB). De acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), este año el PIB de Venezuela se encuentra 35 por ciento por debajo de los niveles del 2013, y 40 por ciento en términos ‘per capita’.
Esta contracción es significativamente más aguda que la de la Gran Depresión (1929-1933) en Estados Unidos, cuando se calcula que su PIB ‘per capita’ cayó 28 por ciento. Es levemente más alta que el declive de Rusia (1990-1994), Cuba (1989-1993) y Albania (1989-1993), pero menor que la sufrida en ese mismo periodo en otros antiguos estados soviéticos, como Georgia, Tayikistán, Azerbaiyán, Armenia y Ucrania, o en países devastados por guerras como Liberia (1993), Libia (2011), Ruanda (1994), Irán (1981) y, más recientemente, Sudán del Sur.
Dicho de otro modo, la catástrofe económica de Venezuela eclipsa a cualquier otra de la historia de Estados Unidos, Europa Occidental o el resto de América Latina. No obstante, las cifras mencionadas subestiman en extremo la magnitud del colapso, según lo revela una investigación que he venido realizando con Miguel Ángel Santos, Ricardo Villasmil, Douglas Barrios, Frank Muci y José Ramón Morales, en el Centro para el Desarrollo Internacional de la Universidad de Harvard.
Claramente, una disminución del 40 por ciento en el PIB ‘per capita’ es un hecho muy poco frecuente. Pero en Venezuela hay varios factores que hacen que la situación sea aún peor. Para empezar, si bien la contracción del PIB venezolano (en precios constantes) entre el 2013 y el 2017 incluye una reducción del 17 por ciento en la producción de petróleo, excluye la caída del 55 por ciento en el precio del crudo durante ese mismo periodo. Entre el 2012 y el 2016, las exportaciones de petróleo se desplomaron 2.200 dólares ‘per capita’, de los cuales 1.500 obedecieron al declive del precio del crudo.
Estas cifras son exorbitantes dado que el ingreso por habitante en Venezuela, en el 2017, es menos de 4.000 dólares. Es decir, si bien el PIB ‘per capita’ cayó 40 por ciento, el declive del ingreso nacional, incluido el efecto precio, es del 51 por ciento.
Típicamente, los países mitigan estas caídas de precios de exportación ahorrando dinero en tiempos de vacas gordas, para luego utilizar esos ahorros o pedirlos prestados en tiempos de vacas flacas, de modo que el declive de las importaciones no sea tan grande como el de las exportaciones. Pero Venezuela no pudo hacer esto debido a que había aprovechado el auge del petróleo para sextuplicar su deuda externa. El despilfarro en la época de las vacas gordas dejó pocos activos que se pudieran liquidar en el periodo de las vacas flacas, y los mercados no estuvieron dispuestos a otorgar créditos a un prestatario con tal exceso de deuda.
Tenían razón: en la actualidad Venezuela es el país más endeudado del mundo. No hay otra nación con una deuda pública externa tan alta como proporción de su PIB o de sus exportaciones, o que enfrente un servicio de la deuda más alto como proporción de sus exportaciones.
Sin embargo, de modo similar a Rumania bajo Nicolae Ceausescu (en los 80), el Gobierno decidió recortar las importaciones para poder permanecer al día en el servicio de su deuda externa, lo que repetidamente sorprendió al mercado, que esperaba una reestructuración. Como consecuencia, las importaciones de bienes y servicios ‘per capita’ cayeron 75 por ciento en términos reales (ajustados según la inflación) entre el 2012 y el 2016, con un declive aún mayor este año.
Este colapso es comparable solamente con los ocurridos en Mongolia (1988-1992) y en Nigeria (1982-1986), y mayor que todos los otros colapsos de las importaciones ocurridos en el mundo –en un lapso de cuatro años– desde 1960. De hecho, las cifras venezolanas no muestran mitigación alguna: el declive de las importaciones fue casi igual al de las exportaciones.
Más aún: debido a que esta disminución de las importaciones que impuso el Gobierno creó una escasez de materias primas y de insumos intermedios, el colapso de la agricultura y de la manufactura fue todavía peor que el del PIB total, con lo que los bienes de consumo de producción local cayeron en casi 1.000 dólares ‘per capita’ en los últimos cuatro años.
Otras estadísticas confirman este funesto panorama. Entre el 2012 y el 2016, los ingresos fiscales no petroleros se desplomaron 70 por ciento en términos reales. Y, durante el mismo periodo, la aceleración de la inflación hizo que los pasivos monetarios del sistema bancario cayeran 79 por ciento medidos a precios constantes. Tasado en dólares al tipo de cambio del mercado negro, el declive fue del 92 por ciento, de 41.000 millones a solo 3.300 millones.
Dado esto, inevitablemente el nivel de vida también ha colapsado. El sueldo mínimo –que en Venezuela es el ingreso del trabajador medio debido al alto número de personas que lo recibe– bajó 75 por ciento (en precios constantes) entre mayo del 2012 y el mismo mes del 2017. En dólares del mercado negro, la reducción fue del 88 por ciento, de 295 a solo 36 dólares al mes.
Medido en términos de la caloría más barata disponible, el sueldo mínimo cayó de 52.854 calorías diarias a solo 7.005 durante el mismo periodo (una disminución del 86,7 por ciento), insuficientes para alimentar a una familia de cinco personas, suponiendo que todo el ingreso se destine a comprar la caloría más barata.

La pobreza aumentó del 48 al 82 por ciento entre el 2014 y el 2016

La pobreza aumentó del 48 por ciento en el 2014 al 82 por ciento en el 2016, de acuerdo con un estudio realizado por las tres universidades venezolanas de mayor prestigio. En esta misma investigación se descubrió que el 74 por ciento de los venezolanos había bajado un promedio de 8,6 kilos de peso de manera involuntaria.
El Observatorio Venezolano de la Salud informa que en el 2016 la mortalidad de los pacientes internados se multiplicó por diez, y que la muerte de recién nacidos en hospitales se multiplicó por 100. No obstante, el gobierno de Nicolás Maduro repetidamente ha rechazado ofertas de asistencia humanitaria.
El abierto ataque de su administración contra la libertad y la democracia está atrayendo merecidamente una mayor atención internacional. La Organización de Estados Americanos (OEA) y la Unión Europea (UE) han emitido informes muy duros, y Estados Unidos anunció nuevas sanciones hace poco.
Pero los problemas de Venezuela no son solo de índole política. Abordar la extraordinaria catástrofe económica que ha causado el Gobierno también va a requerir el apoyo concertado de la comunidad internacional.
RICARDO HAUSMANN
Director del Centro para el Desarrollo Internacional de Harvard. Fue ministro de Planeación de Venezuela y economista jefe del BID.
© Project Syndicate
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