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Rafael Correa pone en otro escenario la política

Director del diario público El Telégrafo analiza el fenómeno político que representa Rafael Correa.

ORLANDO PÉREZ
Cuando arrancó la campaña electoral del 2006, Rafael Correa tenía un 4% de aceptación. Lideraba las encuestas León Roldós con un 35%. Y casi toda la izquierda ecuatoriana aseguraba que el hermano del ex presidente Jaime Roldós ahora sí llegaría a la presidencia tras otros intentos fallidos. Paradójicamente, como relataba en ese momento un director nacional de noticias, ahora en la oposición, cada vez que Correa salía en pantalla subía el rating. Y por eso, gracias a la lógica de la televisión tradicional, comenzaron a invitarlo más seguido. En apenas tres meses ganaba la presidencia de la República del Ecuador con dos tesis fundamentales: convocar a una Asamblea Constituyente y transformar la economía. Y con un añadido: no presentaba candidatos al Congreso Nacional.
Pero no solo fue la pantalla televisiva la que explica su triunfo de entonces. Se conoce que la campaña política tuvo unos resortes insospechados en el electorado. Varias decenas de miles de DVD circularon por las casas de barrios de clase media y popular. Ahí se observa a un joven economista que habla claro, llama a las cosas por su nombre y usaba un sustantivo que había quedado archivado en los discursos de la izquierda tradicional: Revolución. Y a eso le puso un adjetivo: Ciudadana. Así, la Revolución Ciudadana (que lleva las siglas del nombre del presidente de los ecuatorianos) inyectó en el debate político algunos ingredientes que ya solo formaban parte, fragmentariamente, de algunas ONG, de ciertos discursos de intelectuales y analistas políticos, pero también sintonizaba con el espíritu de ese otro fenómeno llamado “Los Forajidos”, que tumbaron de la presidencia a Lucio Gutiérrez en 2005.
El peso de Correa en la política ecuatoriana, en una perspectiva histórica, tiene varios elementos neurálgicos: sostiene un discurso agresivo renovador (como sinónimo de potente) con una gestión administrativa eficiente; paraliza el contrincante en sus más sutiles debilidades para desnudarlo ante unas audiencias más críticas; ha sostenido una movilización política permanente que ni los más izquierdosos se imaginaban ni podían; copa los medios, incluso los que tiene en contra, para instaurar discusiones que se cuelan hasta en los hogares, generando disputas intrafamiliares e intergeneracionales; y, señala rumbos en la política internacional que ni sus propios aliados a veces sintonizan, como fue su postura frente a la OEA y la Cumbre de Cartagena y la exclusión que hizo de Cuba.
Para el establecimiento ecuatoriano, el arribo a la política nacional de Correa no fue una bendición y menos una ocasión más para administrar la crisis económica y política. Desde el principio estuvo advertido de lo que en esencia se decía: llega un político distinto, con un equipo técnico poderoso, que no va a hacer más de lo mismo. Y así fue. La primera gran derrota, más que la misma elección presidencial, fue el referéndum para aprobar la realización de una Asamblea Constituyente. El sí ganó con un 82%. Y casi con el mismo porcentaje ganó la representación en esa instancia legislativa de plenos poderes. Las demás elecciones ganadas ya son otra historia en la misma línea: Rafael Correa se imponía donde se instalaba y lo hacía con tesis que en la misma izquierda parecían obsoletas y con otros, de corte técnico, que descontrolaban a la derecha y a la prensa privada.
En el panorama ecuatoriano haber incorporado el paradigma del Buen Vivir abrió una discusión que ha descolocado a la derecha, a la social democracia y a la democracia cristiana, sin por ello también cuestionar en sus matrices a la izquierda ortodoxa nacional. Con esa base ideológica, que atraviesa todos los programas de gobierno y hasta la lógica propagandística, el escenario político gravita alrededor de lo que ese paradigma abre y cierra al mismo tiempo: proyectos, planes, estructuras, discursos, recursos, relatos y también condiciones de vida. En otras palabras: esa gama de propuestas generan y sostienen una hegemonía política que cala en muchos sectores, incluidos los empresariales que han gozado de la gobernabilidad para mejorar sus ingresos y no por ello dejar por fuera a sus trabajadores de los beneficios sociales impuestos por ley en estos últimos años.
En la práctica, la gestión política del movimiento (no solo de su partido, sino del conjunto de actores sociales y políticos) que sostiene y da sentido a la acción de Correa contiene algunos elementos novedosos. Por ejemplo: el Plan de Gobierno, que por ley deben presentar los partidos para las elecciones, fue elaborado con base en una amplia discusión en diversos sectores. Alrededor de cuatro mil personas procesaron propuestas y demandas que concluyeron en un Programa, según críticos, opositores y analistas, completo, redondo, con iniciativas interesantes y con objetivos claros para tiempos concretos. En el resto de candidatos no hay un programa tan “agresivo” y creativo para hacer soñar a una sociedad. Tanto que analistas como Felipe Burbano de Lara, ácido crítico de Correa, ha dicho que la oposición se mostró decadente y con poca capacidad propositiva.
La pregunta de fondo es por qué triunfa en cada batalla política y sigue cosechando respaldos políticos y populares en su gestión. Durante seis años su popularidad y credibilidad no ha bajado del 65%. Es uno de los mandatarios de América Latina con mayor credibilidad, como nunca antes en la historia del Ecuador. No olvidemos que en este país durante diez años hubo ocho mandatarios.
Entonces, lo que algunos llaman fenómeno, para el país es un descubrimiento: Correa se conectó con lo más profundo de la sensibilidad política ecuatoriana: firmeza en sus convicciones, autenticidad en sus postulados y acciones, frontalidad con sus opositores, calidad en la gestión, resultados positivos en los indicadores económicos y sociales. Si se tratara de una prueba habría aprobado con diez: todo el programa propuesto en el 2006 está cumplido. La reelección del 2009 ratificó ese proceso de cambios y ahora, en el 2013, al parecer las encuestas le aseguran un triunfo en primera vuelta.
La piedra de toque, se dice fuera y dentro del país, es su confrontación permanente con la prensa. Y para ello hay dos explicaciones absolutamente dispares. La una: los medios suplantaron a la oposición venida a menos y se colocaron en la mira política de un mandatario que escoge sus disputas muy puntualmente. De hecho, algunos periodistas han reconocido ese error, en privado. Incluso, han señalado que si no hubiese sido por Correa seguirían marcando la agenda política, tal como ocurría con otros mandatarios. La otra: Correa no acepta la crítica, venga de donde venga y por ello, ante la prensa, no tiene reparo en cuestionarla de raíz.
Lo cierto es que el presidente que busca la reelección tiene un don que otros políticos y ahora los candidatos a la Presidencia no lo consiguen: un manejo mediático solvente, una capacidad para comunicar los problemas más complejos como si estuviera en un aula y confronta sin ceder nada cuando se lo cuestiona. Una de las características de estos seis años es que Correa ha marcado la agenda política del país, incluso en los momentos más difíciles como cuando ocurrió el ataque a Angostura, donde murió Reyes, el comandante de las Farc, o cuando el 30 de septiembre de 2010 fue retenido por un grupo de policías. De los dos casos salió fortalecido políticamente, cuando la oposición esperaba que a partir de ahí decayera su prestigio.
Ante este panorama, quizá hay otra explicación, que pocas veces se destaca por personalizar demasiado la política nacional: su gestión administrativa ha sido eficiente. Con un precio el barril del petróleo por encima de los 100 dólares, el gobierno de Correa ha hecho una inversión pública por alrededor de los 100 mil millones de dólares. Esa inversión se verifica en más de 9 mil kilómetros de carreteras, 20 escuelas del Milenio (estructuras modernas y bien equipadas para escolares de zonas rurales y semirurales), decenas de centros de salud y hospitales, cuarteles de policía y equipamiento para las Fuerzas Armadas; y un hecho clave en el Ecuador: la clase media y baja accedió a cerca de 200 mil soluciones habitacionales, bajando a apenas 60 mil el déficit, con lo cual impulsó la construcción, generó empleo directo e indirecto por encima de los 500 mil puestos e inyectó a la economía un alto nivel de ingresos para oficios y pequeña industria por cifras todavía no bien calculadas.
A eso se añade un dato de la realidad que en campaña electoral que pocos se atreven a cuestionar ni citar: el petróleo pasó a ser la segunda fuente de ingresos del presupuesto general del Estado. El primero ahora son los ingresos fiscales por vía de los impuestos (11 mil millones de dólares se recaudó en el 2012). La dependencia petrolera ya no es un problema del Fisco, más bien constituye ahora un factor importante para la sustentación del presupuesto pero una caída del precio del barril del petróleo ya no tendría el mismo impacto que antes. Y a todo eso también se suma la caída de la pobreza por ingresos en 10 puntos y la reducción de alrededor de un millón de pobres en cerca de cinco años. Ecuador es por ahora la segunda economía de mayor y sostenido crecimiento del continente y con tasas de inflación por debajo del 5%.
Entonces, hablar solo de una economía petrolizada y un supuesto clientelismo político no revela para nada una realidad que está en la cotidianidad de los ecuatorianos. Y, como lo explicarían los analistas más ortodoxos, revela una novedad en América Latina: la izquierda sí puede administrar un Estado de modo eficiente, sin caer en dogmas económicos y administrativos. Por eso, hay un sector de la izquierda ecuatoriana que siente el impacto de la política gubernamental de Correa: los sindicatos de maestros, médicos y servidores públicos perdieron esos privilegios y canonjías que por mucho tiempo fueron el dolor de cabeza de los gobernantes y que ahora constituyen derechos sin ser privilegios frente a otros sectores.
Por último, Correa ha dicho que luego de estos próximos cuatro años, si es reelegido, se retira de la vida pública. Ahí instala otro escenario político: la búsqueda de su sucesor y la continuidad del proyecto político del Movimiento PAIS, del cual él es su presidente nacional. La oposición dice que sin Correa se acaba el correísmo. Y él insiste: el proyecto político seguirá. Digo esto porque el cálculo de la oposición es trabajar para las elecciones del 2017 y eso explica, de cierta forma, el interés que le pusieron a las elecciones de este domingo: algunos de los candidatos, sabedores de su derrota, participaron como unas “previas” para las de cuatro años después. Lo que no se toma en cuenta es que de alcanzar una mayoría en la Asamblea, Correa tiene listo un conjunto de leyes y reformas que definen y afirman su modelo político y económico para blindar el proceso para la próxima década. Y por lo mismo, la “marca Correa” seguirá influyendo y pesando en la vida política nacional.
POR ORLANDO PÉREZ
DIRECTOR DEL DIARIO PÚBLICO EL TELÉGRAFO, ESPECIAL PARA EL TIEMPO, DE BOGOTÁ.
ORLANDO PÉREZ
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