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Archivo

Se opaca la estrella de Cristina Kirchner

En medio del descontento social, la Presidenta de Argentina cumplió un año de su segundo mandato.

JOSÉ VALES
En el vasto archivo de imágenes de Cristina Kirchner hay dos que sobresalen para ayudar a explicar el por qué su estrella se está opacando: la primera puede sintetizar los efectos que provoca su figura en buena parte de la sociedad y la segunda logra graficar el momento que atraviesa Argentina.
Su aparición en las calles de París en la Marcha Blanca, el 6 de abril del 2008, para reclamar la liberación de Íngrid Betancourt, es un fiel ejemplo de cómo suele mostrarse ante el mundo: pese a que la consigna era vestir de blanco, apareció de riguroso negro (aún no era viuda). Con ese gesto puso de manifiesto lo que algunos de sus pares suramericanos suelen criticarle en privado: “Le importa poco o nada lo que pasa a su alrededor. Ella se mueve como una diva”, confiesa un expresidente.
La segunda, que termina de explicar los males que aquejan al país y a su gobierno, aparece en el archivo el 25 de mayo del 2010, durante los multitudinarios festejos por el Bicentenario. Esa noche, se dejó ver luciendo una galera de la murga (comparsa de carnaval) y bailando al compás de una marcha militar. Venía de dar el discurso donde dejó solo una frase: “Estamos mejor que hace cien años”; todo en un clima de ligero jolgorio –como si se celebrara la mejor coyuntura económica del país en medio siglo– y sin ninguna intención de debatir el futuro de Argentina.
Una reciente encuesta de la consultora Management & Fit mostró que ocho de cada 10 consultados reprueban la política del Gobierno en materia de seguridad, mientras el 61 por ciento sostiene que el Gobierno no acierta en combatir la inflación y el 51, en mejorar las tasas de empleo.
“Es innegable que desde el 2002 la Argentina no paró de crecer económicamente, pero ese crecimiento no se aprovechó para la transformación del país. Los problemas estructurales siguen siendo prácticamente los mismos que cuando explotó la crisis, en el 2001”, sostiene el economista y diputado Claudio Lozano.
Desde entonces, el PIB creció un 694 por ciento, pero los índices de pobreza y de marginación siguen siendo alarmantes y son disimulados por un Instituto de Estadísticas intervenido con el solo fin de distorsionar las cifras más urgentes, como la de inflación o la del gasto público; dos ítems que en los últimos 10 años, según los estudios más serios, se dispararon en un 334 y un 1.220 por ciento, respectivamente.
Del Bicentenario no quedó siquiera un documento. “No se puede pensar en la Presidenta convocando a dirigentes de la oposición o a intelectuales para un debate de esas características, porque ella no debate; ella, como suelen explicarlo sus funcionarios, habla con el pueblo por cadena nacional”, opina el analista Julián Hermida.
Salir a las calles
“En la galaxia kirchnerista, la Presidenta habla casi a diario y los intelectuales, en vez de pensar el país, aplauden, junto a los ministros”, se queja el propio Hermida, al recordar al grupo Carta Abierta, autodefinido como ‘Intelectuales K’. Pero cuando la coyuntura apremia, con conflictos sociales o denuncias de corrupción, la jefa de Estado normalmente guarda silencio y se refugia en su casa de El Calafate. Tras los saqueos en seis ciudades argentinas –que dejaron cuatro muertos, un centenar de heridos y 500 personas detenidas–, la Presidenta se tomó una semana para hablar del tema: “Hay por ahí algunos que quieren provocar incendios y aquí está esta verdadera combatiente del fuego, esta Presidenta brigadista”, dijo el viernes.
Eso no quita que el sociólogo Ricardo Foster, uno de los miembros de Carta Abierta –desde donde también defiende la posibilidad de reelección de la Presidenta–, se oponga a menudo a las críticas por el exceso presidencial. “Estoy a favor de la utilización de la cadena nacional. Principalmente cuando los grandes medios de comunicación están en manos de grupos con grandes intereses. Además, los gobiernos populares deben comunicar lo que hacen y cómo lo hacen”.
Esos discursos, que brinda en un promedio de tres por semana en los últimos cinco años, junto a la inflación, a los escándalos por corrupción cada vez más cerca de su despacho, a la manipulación de los jueces y a los ataques a los medios y a los periodistas lograron irritar a buena parte de la sociedad, que decidió salir a la calle para comenzar a mellar la imagen de la Presidenta, que en octubre del 2011 fue reelecta con el 54 por ciento de los votos.
Cada vez son más ruidosos y numerosos ‘los cacerolazos’ contra la gestión del Gobierno. Comenzaron en septiembre pasado, cuando otra encuesta de M&F la mostraba con el 30,5 por ciento de aprobación, y parecen rebotar directamente sobre la imagen presidencial. Y así como participó en la Marcha Blanca sin importarle el atuendo, fue indiferente ante los reclamos de cientos de miles de personas que el 8 de noviembre pasado sacudieron las calles del país. Un día después sólo atinó a decir: “Otra cosa importante que ocurrió ayer fue... el Congreso del Partido Comunista chino”.
Los manifestantes marcharon contra la inseguridad y la inflación, contra el ataque a la Justicia y a la libertad de prensa, pero también contra el acostumbrado rosario de frases con los que la Presidenta, lejos de apaciguar los ánimos, sigue irritando. El 30 de noviembre, por ejemplo, comparó a los fondos buitre –que reclaman el cobro de sus bonos de deuda por más de 1.330 millones de dólares– con los jubilados. La respuesta no se hizo esperar. Hugo Moyano, líder de la Confederación General del Trabajo (CGT), encontró enseguida la excusa perfecta para la marcha que esa organización aliada con otras centrales sindicales, realizaron el 19 de diciembre. “Nunca una Presidenta les faltó el respeto así a nuestros viejos, que dejaron la vida por este país”.
El caudal político
Su actitud no fue muy distinta el 20 de noviembre, después de la primera huelga de trabajadores de la era Kirchner, que por el alto acatamiento recordó a las realizadas contra la dictadura militar, en 1983. Rodeada de los jóvenes de la agrupación La Cámpora, que lidera su hijo Máximo ‘el Osito’ Kirchner, calificó la medida como “un apriete, una amenaza y a mí nadie me va a correr”. Eso después de avisar, siempre por cadena nacional, que “hay que tenerles miedo a Dios y a mí, un poquito también”.
“Nos asusta la reacción de la Presidenta –sostiene el sindicalista ferroviario Rubén Sobrero–. Estamos planteando problemas concretos, como que se deje de descontar el impuesto a las ganancias a trabajadores que perciben 6 mil pesos (760 dólares) pero, en vez de abrir el diálogo y solucionar el problema, redobla la apuesta para calentar la protesta”.
Ahora que la estrella presidencial parece no brillar como en el pasado, muchos se preguntan por qué esta viuda de 59 años, heredera de la mayor cuota de poder en la historia reciente del país, tiende a dilapidar su caudal político con tanta rapidez.
Después de obtener la reelección, “ayudada, entre otros factores, por el efecto viudez”, al decir del sociólogo Eduardo Fidanza, a la Presidenta le vienen explotando todas las bombas políticas en sus propias manos. Primero fue el escándalo por tráfico de influencias de su vicepresidente, Amado Boudou, al que eligió contra las opiniones de casi todo el Gobierno; después, fue el estado calamitoso de los trenes que, en febrero, cobraron 51 vidas, hasta dejar al desnudo la corruptela en la política de subsidios, y más recientemente el cerrojo a la compra de dólares y las importaciones. Eso sin olvidar la ofensiva contra el grupo Clarín, para avanzar con la ley de medios de comunicación sancionada en el 2009, que le ha provocado un desgaste político.
Como ni la Justicia (a la que presiona para terminar de derrotar a Clarín) avanza con las denuncias ni los organismos de control piden cuentas, la jefa de Estado no tiene que dar explicaciones de cómo hizo para ampliar su patrimonio familiar de 6,8 millones a 55 millones de dólares, desde el 2003 hasta la fecha. A estudiantes argentinos de Harvard –que la pusieron en aprietos con sus preguntas– les dijo, en septiembre, que el dinero era producto de su exitosa carrera como abogada. Hechos, datos y conductas que en otro país serían la delicia de cualquier partido de oposición. Algo de lo que la Argentina carece, como quedó claro en las recientes protestas y en las encuestas donde el 41,6 por ciento de los consultados coinciden en que ni el Gobierno ni la oposición respondieron positivamente a sus reclamos.
“Lo que viene pasando en las calles con las manifestaciones es también un llamado a la oposición para que construya una alternativa al Gobierno”, sostiene el filósofo Santiago Kovladoff. Ese es, justamente, el mejor activo del kirchnerismo y de Cristina Kirchner.
JOSÉ VALES
Corresponsal de EL TIEMPO
Buenos Aires
JOSÉ VALES
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