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Europa

El nacionalismo convirtió al hombre de teatro en criminal de guerra

Praljak anunció en croata que había bebido veneno y su abogada defensora advirtió al juez de ello en francés. Luego se confirmó su deceso en un hospital de La Haya, en Países Bajos.

Praljak anunció en croata que había bebido veneno y su abogada defensora advirtió al juez de ello en francés. Luego se confirmó su deceso en un hospital de La Haya, en Países Bajos.

Foto:AFP

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El general Praljak se suicidó en La Haya, tras escuchar confirmación de la pena a 20 años de cárcel.

Slobodan Praljak quiso que su muerte fuera una representación teatral, que su última puesta en escena fuera violenta, brutal.
El exgeneral bosniocroata se suicidó el miércoles en la sala de vistas del Tribunal Penal Internacional para la Antigua Yugoslavia (TPIY), en la ciudad holandesa de La Haya, tras beber un veneno mortal que le provocó la muerte en minutos.
Las imágenes que dieron la vuelta al mundo inmediatamente muestran a un hombre corpulento y de edad avanzada (72 años) levantándose y gritando en serbocroata “Praljak no es un criminal, rechazo su veredicto”. Cuando el juez le pidió que se sentara, Praljak ingirió el contenido líquido de un pequeño recipiente. En ese momento dijo algo a su abogado. Éste, con el rostro crispado, dijo al juez: “mi cliente me acaba de decir que acaba de beberse un veneno”.
El juez Carmel Agius ordenó cerrar las cortinas que separan el banquillo de los acusados del resto de la sala. En ese momento no se sabía si las palabras del abogado eran ciertas o si se trataba de la penúltima truculencia de Praljak. El tribunal solo anunció que suspendía la vista y que Praljak estaba recibiendo tratamiento médico.
Minutos después murió en la ambulancia de camino al hospital.
El TPIY ya pidió a la Policía holandesa que investigue cómo pudo conseguir Praljak el veneno que ingirió y si se cometieron fallos de seguridad en el acceso al Tribunal.
Llevaba 13 años en la cárcel (se entregó voluntariamente en 2004) y podría haber salido dentro de seis, pero Praljak quiso acabar su vida suicidándose en directo ante las cámaras de televisión, los jueces y su familia, presente entre el público el día que el TPIY ratificaba la condena a 20 años de prisión por crímenes contra la humanidad y crímenes de guerra durante la guerra de Bosnia entre 1992 y 1995.
La sentencia confirmó que Praljak, otros cinco acusados y “los principales miembros del gobierno croata de la época, entre ellos el presidente Franjo Tudjman y el ministro de Defensa Gojko Susak compartieron el objetivo criminal de purificar étnicamente sus territorios de bosnios musulmanes” para crear “una gran Croacia”.
Praljak, que llegó a viceministro de Defensa de Croacia durante la guerra de Bosnia entre 1992 y 1995 y después fue comandante de las fuerzas de la autoproclamada República Croata de Bosnia que no sobrevivió como entidad política a los acuerdos de paz de Dayton que acabaron con la guerra, era un personaje atípico entre los criminales de guerra de los Balcanes juzgados en el TPIY en los últimos 24 años.
Nacido en 1945 en Capljina, una pequeña localidad de la Herzegovina yugoslava muy próxima a la frontera croata, Praljak fue un estudiante aventajado que muy pronto empezó a coquetear con movimientos nacionalistas croatas en la época en que el mariscal Tito dominaba la desaparecida Yugoslavia con mano de hierro.
Aún joven, había sido ingeniero eléctrico y había terminado los estudios universitarios de Filosofía y Sociología en la Universidad de Zagreb, había publicado varias obras escritas y, sobre todo, había sido director de cine y de teatro.
Fue profesor de Universidad, se diplomó por la Academia de Arte Dramático y dirigió series y programas documentales de televisión. Durante los años 70 y 80 Praljak trabajó como director de teatro en Zagreb, Osijek y Mostar, ciudad que las tropas a su mando atacarían en 1993. Su última película fue rodada en 1989.
La guerra cambió su vida. En 1991 se alistó en las nuevas Fuerzas Armadas Croatas y empezó por liderar una unidad formada por artistas e intelectuales que consiguió defender la localidad de Sunja de un ataque de las fuerzas serbias.
Ese pequeño éxito militar, sus contactos y la necesidad de crecer rápido que tenía un nuevo Ejército provocaron que ascendiera hasta general en muy poco tiempo y que Tudjman, presidente croata, lo pusiera al mando de las fuerzas de una autoproclamada República Croata de Bosnia.
Praljak, un hombre culto, fue condenado entre otros crímenes por ordenar la destrucción de una de las maravillas culturales y arquitectónicas de los Balcanes, el puente del siglo XVI que unía las dos orillas de la ciudad bosnia de Mostar. La sentencia asegura que ese puente fue derribado en noviembre de 1993 para “provocar un daño desproporcionado a la población civil musulmana” de la ciudad. Fue reconstruido en 2004 con donaciones internacionales.
Periodistas que conocieron a Praljak aseguran que tenía un carácter muy independiente, que le hizo chocar varias veces con las decisiones de sus jefes en Zagreb, y que se convirtió en alguien excéntrico, imprevisible y violento.
Ed Vulliamy, que trabajó durante aquel conflicto para el diario británico The Guardian recordaba esta semana el día de septiembre de 1993 cuando Praljak, desde su cuartel general de aquella autoproclamada entidad croata en Bosnia, tenía enfrente a tres periodistas occidentales y negociaba si concederles un permiso para visitar un campo de concentración. Praljak les dio aquel permiso para el campo de concentración de Dretelj, donde –cuenta Vulliamy- “cientos de hombres aterrorizados llevaban 72 horas encerrados bebiendo su propia orina porque no tenían siquiera agua”.
Muchos de aquellos hombres –sus imágenes dieron la vuelta al mundo porque recordaban a los cuerpos esqueléticos que encontraron los ejércitos aliados cuando liberaron los campos de concentración nazis tras la Segunda Guerra Mundial– habían luchado junto a Praljak contra el enemigo común serbio.
Praljak, como el Radovan Karadzic serbo-bosnio que de poeta acabó convertido en criminal de guerra, se transformó en una máquina de muerte a quien la ideología nacionalista le llevó a cometer tropelías sin límite.
Su deceso puede verse como una metáfora de las guerras balcánicas: quienes cometieron atrocidades en el nombre de la defensa de sus comunidades nacionales terminarán por destruirse a sí mismos y a esas comunidades que decían defender.
Los jueces le sentenciaron por “asesinatos, persecuciones por motivos políticos, raciales y religiosos, deportaciones, traslado forzoso de poblaciones civiles, encarcelamiento ilegal de civiles, trabajos forzados, actos inhumanos, destrucción de propiedades sin justificación militar o destrucción de instituciones religiosas o educativas”. El suicidio de Praljak centra en su persona la atención, pero tras su paso criminal por los Balcanes de principios de los años 90 quedó un rastro de miles de víctimas.
En 2006 Milan Babic, presidente de la República Serbia de la Krajina (otra entidad autoproclamada, esta vez en territorio croata, y que tampoco sobrevivió a los acuerdos de paz), se suicidó en La Haya colgándose en su celda. Babic había pedido perdón, pero Praljak siempre repitió que era inocente porque aunque reconocía buena parte de los hechos que se imputaban, aseguraba que él sólo había tratado de defender a su país.

Héroe nacional

Las heridas de las guerras balcánicas siguen abiertas dos décadas después y criminales de guerra como Praljak son vistos como héroes nacionales. El miércoles, el primer ministro croata, Andrej Plenkovic, dijo que la sentencia es “una profunda injusticia” y que los croatas se limitaron “a dar refugio a cientos de miles de bosnios, incluyendo a musulmanes bosnios”.
Croacia, miembro de la UE desde 2013, empezó a intentar su ingreso en el bloque europeo en 2004. La primera condición impuesta por los europeos fue colaborar con el TPIY y la entrega de criminales investigados por La Haya. Los gobiernos croatas desde 2004 siempre defendieron a sus nacionales juzgados en La Haya y apuntaron a Serbia como responsable de los conflictos balcánicos. El duelo por Praljak, convicto criminal de guerra, fue tal en su país que la presidenta Kolinda Grabar-Kitarovic suspendió el miércoles su visita oficial a Islandia.
Las guerras balcánicas dejaron, entre 1992 y 1995, más de 100.000 muertos, cientos de miles de heridos, la destrucción de Yugoslavia y el desplazamiento de 2,2 millones de personas. El TPIY cierra sus puertas este 31 de diciembre, tras 24 años en los que juzgó a 161 personas y condenó a 90.
IDAFE MARTÍN PÉREZ
Especial para EL TIEMPO
Bruselas
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