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Tsipras, la esperanza griega contra el apretón

Aunque es ateo, mantiene relaciones con la Iglesia. Su reto es la renegociación de la deuda.

Alexis Tsipras nació en tiempos turbulentos para Grecia: el 28 de julio de 1974, cuatro días después de la caída de la dictadura de los coroneles y cuando tropas turcas invadían el norte de Chipre.
Hijo de una familia de clase media ateniense alejada de las élites políticas que gobernaron Grecia en las últimas décadas –los Karamanlis, Papandreu o Venizelos– y educado en la escuela pública, Alexis entró muy pronto en política.
Miembro de las juventudes del Partido Comunista griego (KKE) desde muy joven, Tsipras tuvo un papel destacado en las revueltas que paralizaron las universidades griegas a principios de los años 90.
En 1991 dejó a los comunistas y se pasó a Synaspismós, una escisión modernizadora creada en 1989. En la universidad tuvo un papel principal en los sindicatos de izquierda.
En 1999 llegó el primer salto al ser elegido secretario político de las juventudes de Synaspismós. Joven antiglobalización, en el 2001 Italia le impidió entrar al país con motivo de las protestas contra la cumbre del G8 que se celebraba en Génova. Tsipras tenía entonces 27 años, pero los italianos ya veían al contestatario.
Tsipras ayudó a modernizar Synaspismós añadiéndole las ideas de la izquierda europea de principios de siglo: antiglobalización, ecosocialismo y feminismo.
Synaspismós fue el germen del que en el 2004 nació “Synaspismós Rizospastikés Aristerás”, cuyas siglas son Syriza y que en español significa literalmente ‘Coalición de la Izquierda Radical’. En el 2004 consiguió un raquítico 3,3 por ciento de los votos.
Tsipras controlaba ya a la juventud del partido y en el 2006 fue elegido candidato a la alcaldía de Atenas.
A sus 32 años consiguió la tercera posición con un 10,5 por ciento de los votos, un resultado totalmente inesperado que lo impulsó dentro del partido.
En febrero del 2008 se hacía con el control de Syriza y en el 2009 era por primera vez candidato a primer ministro, con 35 años. Un fracaso: apenas consiguió el 4,6 por ciento de los votos.
Pero entonces llegó la crisis. El gobierno de Papandréu destapó que su antecesor Karamanlis había dejado un déficit público del 12,7 por ciento en lugar del anunciado 2,7 por ciento.
La era de los ajustes
Los mercados atacaron la deuda griega, Europa tomó el control de la economía helena y empezaron, a cambio de préstamos, los ajustes. (Lea también: Grecia se cansó de la austeridad).
Aunque a partir del 2012 se suavizaron, los del 2010 y 2011 se hicieron más con las artes de un carnicero que con las de un cirujano. El desprestigio de los políticos tradicionales fue brutal. Los socialistas del Pasok de Papandréu se desmoronaron.
El 2010 fue el parteaguas. Los primeros ajustes fueron brutales, el desempleo se desbocó y en las protestas hubo varios muertos.
Europa imponía a Grecia ajustes que en Atenas eran humillaciones y la prensa alemana no ayudaba, exigiendo a los griegos que empezaran a vender sus islas y el Partenón. En Atenas respondían en las calles pintando un bigote de Hitler a los carteles de Merkel.
Europa hizo caer en el 2011 a Papandréu cuando este prometió un referéndum sobre el rescate y puso a un exvicepresidente del Banco Central Europeo –y ex alto directivo de Goldman&Sachs–, el griego Loukas Papademos. Otra humillación, los griegos no podrían decidir el ajuste.
En las elecciones del 2012 ganaron los conservadores de Nueva Democracia y Tsipras llevó a Syriza hasta el 26,9 por ciento de los votos.
El empobrecimiento acelerado de los griegos fue sumando partidarios a Syriza. El semanario alemán Spiegel lo colocó por delante de la ultraderechista Marine Le Pen y del policorrupto italiano Silvio Berlusconi en una lista de “los 10 políticos más peligrosos de Europa”.
Se trataba, sobre todo, de acabar políticamente con él. Pero a Tsipras lo alimentaba la crisis, cuyas consecuencias empezaban a reventar las costuras de la sociedad griega. El 2014 fue el año de la consagración europea de Tsipras.
Fue elegido candidato a la Comisión Europea por los partidos de izquierda radical de toda Europa.
Tsipras perdió, aunque eso lo sabía de antemano. Pero su imagen era de ganador, de futuro primer ministro, del griego que se codea con los grandes de la política europea.
Un modelo aplaudido
A partir de ahí, Tsipras se moderó. Su programa es claramente de izquierda, puramente keynesiano, aplaudido por premios Nobel de Economía, como Joseph Stiglitz y Christopher Pissarides, pero ya mantiene relaciones con la Iglesia y no pide la salida de Grecia de la Otán.
El hombre que toma las riendas de un país que solo pesa el 2 por ciento de la economía de la eurozona y a quien se recibirá en las instituciones europeas con profunda desconfianza sigue siendo un ateniense de clase media. (Lea también: Con Grecia, la austeridad está a prueba / Opinión).
Tsipras es telegénico, carismático y maneja un discurso que supo hacer llegar a una ciudadanía cansada de decadencia, de pobreza, de corrupción y de humillaciones. Cuando los griegos no pudieron aguantar más, él fue el único que dijo “hasta aquí hemos llegado”. Y le creyeron.
El nuevo primer ministro vive en un apartamento alquilado en el centro de la ciudad con su novia desde los 14 años, Peristera Baziana. Nunca se casaron, se declaran ateos y tienen dos hijos. El mayor, de cuatro años, se llama Phoibos-Pavlos. El menor, de dos, Orpheas-Ernesto (escrito así, en español). No están bautizados.
Tsipras tuvo hasta hace poco un cartel del Che Guevara en su despacho. Entre los taxistas de Atenas corre un rumor: Tsipras se pasea por la ciudad de incógnito en su moto BMW de gran cilindrada y aseguran que es fanático del equipo de fútbol Panathinaikos de Atenas.
Pero Tsipras es un pragmático. Aunque el establishment europeo lo trata de bolivariano, sería más una versión mediterránea del brasileño Luiz Inácio Lula da Silva. Su ateísmo no le impidió acudir a la tradicional ceremonia de Epifanía junto al arzobispo Serafín del Pireo, jefe de la Iglesia ortodoxa griega.
Nunca apareció en público con corbata, ni este lunes en su nombramiento oficial ante el presidente de la República, Carolos Papoulias, resistente contra los nazis en la Segunda Guerra Mundial.
Prometió su cargo sobre la Constitución, no sobre una biblia como habían hecho siempre los jefes de Gobierno en Grecia. Tsipras promete ponerse la corbata cuando alcance un acuerdo con la UE para aliviar la deuda griega.
“No quiero desmantelar Europa, quiero cambiarla”. Una tarea de David contra Goliat, un David que en el fondo no es más que un producto de la crisis y el ajuste. Falta por ver si también su remedio.
IDAFE MARTÍN PÉREZ
Enviado especial de EL TIEMPO
ATENAS
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