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EEUU

El terrorismo islámico: la pesadilla del siglo XXI

11 de septiembre del 2001: Al Qaeda estrella dos aviones contra las Torres Gemelas.

11 de septiembre del 2001: Al Qaeda estrella dos aviones contra las Torres Gemelas.

Foto:AFP

Espeluznante recuento de atentados cometidos en EE. UU. y Europa. Su arma: los fanáticos suicidas.

La llegada del siglo XXI fue para mí tan fascinante que la tomé como el presagio de una nueva era de paz. Estaba en Roma. Era la primera hora del año, la primera del siglo, del milenio. Como lo escribí en una de mis novelas, aquella noche todo a mi alrededor era exaltación y alegría. Veía luces, una lluvia de luces cayendo sobre la cúpula de San Pedro. Se desgranaban lentas y tan finas como tules desgarrados, mientras otras estallaban en lo alto dibujando en el cielo bruscas estrellas o espléndidas corolas de fuego. En aquel momento, mientras divisaba bajo el efímero esplendor de las luces el vasto y solemne panorama de la Ciudad Eterna, llegué a recordar lo inalcanzable que veía el año 2000 cuando era un joven estudiante del liceo. Al escuchar el alegre tañido de las campanas tuve por un instante la sensación de que con el nuevo milenio llegaba al fin la paz para el mundo.
¿Quién iba a imaginar que un terror de otros tiempos, movido por un tenebroso fanatismo religioso, iba a convertirse en una pesadilla de nuestra era? El terrorismo islámico ha tenido como protagonistas a tres grandes organizaciones: Hezbolá, Al Qaeda y Dáesh, más conocido como Estado Islámico. Hezbolá, el partido de Dios, tiene su origen en el sur del Líbano y la mayoría de sus militantes son musulmanes chiitas. Al Qaeda, surgida a fines de los años ochenta a raíz de la guerra en Afganistán, fue creada por Osama Bin Laden, líder nacido en Arabia Saudí. Más reciente, el Estado Islámico, creado en 2004 como grupo cercano a Al Qaeda, terminaría declarándose en el 2014 ajeno a cualquier referencia geográfica y, asumiendo una interpretación fundamentalista del islam, desató una violencia brutal contra los no musulmanes y los que llama falsos musulmanes. Para darle a su lucha un aura religiosa, el Estado Islámico decidió establecer un nuevo califato, el primero desde la desaparición del Imperio otomano, para presentarse como la verdadera y suprema autoridad del mundo musulmán.
¿Cuáles son los rasgos comunes de estas organizaciones, además de servirse del terrorismo como arma principal de su lucha? El primero parece una insólita retaliación propia de los tiempos medievales. Se trata, según lo afirman, de hacer pagar a cristianos y judíos los males cometidos a lo largo de la historia contra los musulmanes. Para ello, el Estado Islámico cuenta con dóciles fanáticos que realizan sus acciones en lugares públicos (teatros, bares, aeropuertos, estaciones de trenes) para luego inmolarse con la certeza de que tendrán como premio a sus sangrientas hazañas un jannat o paraíso con bellas muchachas, vino, frutas y otras prebendas que no pueden disfrutar en esta tierra.
Lo ocurrido en Nueva York el 11 de septiembre del 2001 cambió el rumbo de la historia. Hasta entonces, los conflictos en el Oriente Medio habían sido vistos por los norteamericanos del común como algo ajeno a sus vidas. El islam era para ellos una religión tan exótica como la burka que llevan sus mujeres. Nadie esperaba que aquel día, a las 8:46 de la mañana, 19 fanáticos secuestraran cuatro vuelos comerciales. Dos de ellos los estrellaron contra las torres gemelas del World Trade Center en Nueva York y uno más contra las instalaciones del Pentágono. Milagrosamente, el cuarto avión no alcanzó su objetivo, la Casa Blanca, y al parecer por la acción desesperada de los pasajeros que tenían secuestrados cayó en un paraje de Pensilvania. La fatídica acción dejó un saldo de 3.000 muertos y más de 6.000 heridos.
Como lo diría un periodista norteamericano, “el 11-S imprimió un cambio radical a nuestras vidas y a la percepción de nuestra propia seguridad”. Esta impresión de estar bajo una amenaza terrorista en cualquier ciudad de Europa o América la cargan hoy en los pliegues más íntimos de su conciencia millones de ciudadanos que hasta el umbral del siglo XXI creían vivir en un ámbito seguro y civilizado.

Terrorismo sin tregua

Lo de aquel 11 de septiembre fue solo el comienzo. El canal de noticias ruso RT elaboró un sombrío inventario cronológico de los primeros atentados ocurridos en este siglo. En Moscú, el 23 de octubre del 2002, el teatro Dubrovka fue tomado por un comando checheno que convirtió en rehenes a 914 espectadores. Pasados tres días, las Fuerzas Especiales rusas penetraron en el teatro valiéndose del efecto somnífero de un agente químico puesto en los ductos de ventilación. A pesar del recurso utilizado hubo un nutrido cruce de disparos que causó la muerte de 130 personas, entre ellas todos los miembros del comando suicida.
También en Moscú, el 6 de febrero del 2004, se produjo un nuevo atentado. Esta vez un potente explosivo fue colocado por los terroristas en un vagón del metro, donde causó la muerte de 41 personas y dejó heridas a más de 200.
Semanas más tarde, el 11 de marzo del 2004, el terror llegó a Madrid. Diez bombas estallaron en varios trenes de cercanías que tenían como punto de llegada la estación de Atocha. El 11-M, como se recuerda al mayor atentado que ha sufrido España, dejó 193 muertos y más de 1.800 heridos.
Londres sería víctima del siguiente ataque. El 7 de julio del 2005, cuatro bombas estallaron en estaciones del metro cuando alegres multitudes celebraban la designación de la ciudad como sede de los Juegos Olímpicos. Los autores fueron cuatro terroristas suicidas de la llamada organización secreta Al Qaeda en Europa.
Cuando se creía que la amenaza terrorista tenía como único objetivo ciudades de occidente, Bombay, capital financiera de la India, fue escenario de diez ataques terroristas que ocurrieron durante dos días seguidos, del 27 al 29 de noviembre del 2008. Además de lanzar indiscriminadamente granadas en contra de blancos civiles, unos terroristas atacaron un puesto policial y otros asaltaron dos hoteles de cinco estrellas y tomaron a los huéspedes como rehenes.
En esta estremecedora serie de atentados murieron 195 personas y más de 300 resultaron heridas.
El terror regresaría a Moscú el 29 de marzo del 2010 cuando en horas de la mañana dos estaciones del metro fueron sacudidas por explosiones que dejaron 40 muertos y 160 heridos. Meses más tarde, el 24 de enero del 2011, en el terminal internacional Domodédovo, de Moscú, se hizo sentir una vez más la mano del terrorismo.
Para entonces Europa había tomado conciencia de que era víctima de una especie de guerra santa. Ni siquiera Copenhague, una pacífica ciudad visitada todos los años por miles de turistas, estuvo a salvo. Un centro cultural donde diversos académicos debatían acerca del islam fue atacado por un yihadista, con un saldo de dos muertos y cinco heridos.

Francia, en la mira

Pero la ciudad europea que recordará el año 2015 como el más trágico de su historia es París. El terrorismo islámico decidió castigar a Francia por su participación en las operaciones militares contra sus baluartes en Siria e Irak. El primer atentado tuvo lugar en la sede del semanario satírico Charlie Hebdo, el 7 de enero del 2015. Al grito de “vamos a vengar al profeta”, tres hombres vestidos de negro, encapuchados y armados con fusiles AK47, entraron en la sala de redacción del semanario y abrieron fuego contra los periodistas que estaban allí. El tiroteo dejó doce muertos, entre ellos el director del semanario y los dibujantes que habían sido autores de una serie de burlescas caricaturas de Mahoma. Tal fue, por cierto, el motivo de este atentado que sacudió a Francia y tuvo un alarmado y estrepitoso eco en la prensa internacional. Cinco días después, dos millones de personas, acompañadas por cuarenta líderes mundiales, realizaron en París una marcha de apoyo a Charlie Hebdo y de furiosa protesta contra el terrorismo islámico.
Fue también un grito de alerta que llevó al Gobierno francés a redoblar como nunca medidas de control y seguridad. Los barrios de París donde viven hoy millares de inmigrantes árabes fueron objeto de una estricta vigilancia. Lo más inquietante fue la comprobación de que los autores del atentado eran dos hermanos con apellidos árabes nacidos en Francia, Cherif y Said Kouachi. Quedó entonces demostrado que Al Qaeda y Dáesh no necesitaban enviar agentes desde el Oriente Medio, sino que cuentan con numerosos fanáticos en las capitales europeas, especialmente en Francia y Bélgica. La mayoría de ellos, por cierto, pasan desapercibidos porque no figuran en los registros policiales. De modo que todas las medidas de prevención y vigilancia tomadas por las autoridades francesas fueron inútiles. No pudieron evitar que el 13 de noviembre el terrorismo hiciera en París una nueva aparición, más cruel y sangrienta que la de enero en la sede de Charlie Hebdo.
El primer atentado ocurrió en las cercanías del estadio de Francia cuando hombres ataviados con cinturones explosivos y portando ametralladoras irrumpieron pasadas las nueve de la noche en un restaurante llamado Le Petit Cambodge (La pequeña Camboya) y desataron un tiroteo que dejó cuatro muertos y varios heridos. Este ataque fue seguido por una súbita irrupción en el teatro Bataclan donde tenía lugar un concierto de rock. Cuatro hombres dispararon durante diez minutos contra los espectadores dejando 87 muertos. Masacre que celebraron con el grito en coro de “Allah akbar” (Alá es grande). El mismo horror lo vivieron luego los contertulios de dos bares, un restaurante y una pizzería.
El Estado Islámico no vaciló en reconocer la autoría de esa noche de terror, que dejó al final 137 muertos y 352 heridos, con una desafiante declaración: “Es solo el principio de la tempestad. No viviréis en paz”.
En efecto, la tempestad siguió. Cuatro meses después de lo ocurrido en París, Bruselas fue golpeada por el terrorismo. En el aeropuerto de Zaventem, uno de los más concurridos de Europa, fanáticos del Estado Islámico, haciéndose pasar por viajeros, se inmolaron al hacer estallar las bombas que llevaban en su equipaje. Una hora más tarde se produjo otra explosión en la estación Maelbeek de la misma ciudad. Luego de registrar 35 muertos y 340 heridos, Bruselas quedó sumida en el pánico.
Niza fue objeto el 14 de julio de este año de un nuevo ataque. Esta vez, por cuenta de un solitario y desquiciado fanático. Mohamed Lahouaiej Bouhlel, un tunecino radicado en Francia, atendió el llamado del Estado Islámico en el cual advertía que “cualquier musulmán con capacidad de derramar una sola gota de sangre, que lo haga. Ya sea con un artefacto explosivo, una bala, un cuchillo, una piedra o incluso una bota o un puño”. Lahouaiej usó un camión de 19 toneladas y lo lanzó a gran velocidad contra los alegres y desprevenidos asistentes que celebraban el día de Francia, en la Promenade des Anglais. Familias enteras desfilaban por este hermoso pabellón que bordea el mar, disfrutando de un majestuoso festín de fuegos artificiales, sin sospechar que iban a ser arrolladas sin piedad por el fanático. 84 cadáveres fueron recogidos a lo largo de la avenida, además de 435 heridos.
Un mes antes, el 12 de junio del 2016, al menos 50 personas perdieron la vida en una discoteca gay en la ciudad norteamericana de Orlando (Florida). También este atroz atentado fue obra de un suicida que había jurado lealtad al Estado Islámico.
Después de registrar todos estos hechos, algo queda claro: el terrorismo islámico está dispuesto a proseguir su macabra guerra contra Occidente, y hasta el momento no hay manera de detenerla.
Basta un suicida decidido para provocar una masacre de civiles indefensos. De hecho, el número de turistas que antes llegaban en época de vacaciones a Francia y España ha disminuido. Discotecas, casinos y cafés de renombre son evitados por el miedo de que sirvan de altares de sacrificio para los fanáticos religiosos que ya no vienen de Oriente Medio, sino que viven en populosos barrios de cualquier ciudad europea.
Calificados investigadores han seguido de cerca la ruta del islamismo yihadista para advertir que de acuerdo con sus principios doctrinales, la única manera de devolverles a los musulmanes su época de esplendor es solo a través de la fuerza contra sus enemigos. ¿Quiénes son ellos? Los cristianos, los judíos, los ateos y los agnósticos; es decir, todos aquellos que no comparten su fe. Se trata, pues, de un regreso a la más dura época medieval. Sí, una pesadilla.
PLINIO APULEYO MENDOZA
Especial para EL TIEMPO
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