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EEUU

Posverdad: cuando decir ‘hola’ se vuelve una ‘charla franca’

En ciudades como Nueva York no paran las protestas de varios sectores por las actuaciones del primer mandatario estadounidense.

En ciudades como Nueva York no paran las protestas de varios sectores por las actuaciones del primer mandatario estadounidense.

Foto:Jewel Samad / AFP

De cómo la verdad fue despojada de su carácter y la mentira es la retórica deseable del poder.

Dos expresidentes colombianos son invitados por un senador republicano a un club en la Florida. En algún momento pasa frente a ellos, Donald Trump, dueño del local y mandatario estadounidense. Les dice “Hola” y se va.
Entonces, uno de los expresidentes decide poner un trino en el que agradece a Trump “la cordial y muy franca conversación sobre problemas y perspectivas de Colombia y la región”. Era un mensaje público en la red, pero iba para Juan Manuel Santos, jefe de Estado en ejercicio, con la notificación de una cierta cercanía de los dos expresidentes con el nuevo mandatario de Estados Unidos, quien les concedió audiencia para escuchar todas sus quejas y alertas por el proceso de paz con la guerrilla.
A los cuatro días, la Casa Blanca aclara que el diálogo no pasó de un “hello”; los expresidentes se quedaron callados, y la única sanción para ellos fueron los insultos, las burlas y los comentarios reprobatorios en la web. Sin embargo, también en la red, un sinnúmero de mensajes los exculpó, los defendió y legitimó su estrategia como válida porque Santos le entregó el país al comunismo.
Bienvenidos a la posverdad: una nueva dimensión de la política en la cual ese valor omnímodo que era la verdad, búsqueda original e irreducible de la filosofía, deja de tener un carácter superior para volverse prescindible, relativa, incidental, y la mentira, esa conducta indeseable, repudiada, prohibida expresamente desde la ley mosaica hebrea, y por extensión en el cristianismo, pierde toda su carga negativa y se inscribe en una nueva retórica deseable del poder.
Se trata de un extraño coctel de política y políticos pragmáticos cuya única doctrina es la de los resultados, con unos mensajes que son abiertamente mentirosos, o parcialmente ciertos o calculadamente inciertos, transmitidos sin fronteras, ni filtros ni controles, gracias a la lógica inacabada y vacilante de la web, y cuya recepción en las audiencias no produce juicios basados en la moral o en la ley, sino en la simpatía, con lo cual todo se disculpa, se justifica, se atenúa y se pasa por alto.
En resumen, la política de siempre, y como siempre fundamentada en la mentira, pero ahora con una tecnología global e inmediata, con capacidad para deformar o acomodar la realidad gracias al Photoshop, al 'hacker', al anonimato, a la reiteración incesante y viral, y una opinión más escéptica que nunca, en una defensa feroz de su desconfianza ante lo establecido y su hastío con lo tradicional y lo políticamente correcto, a quien le genera más tranquilidad aquel que vocifera, ofende, hostiliza, miente con convicción o defiende con firmeza causas, así no sean muy loables, y también lo absuelve de antemano si hay señalamientos en su contra.
Es el despuntar de una nueva era. Una terrible nueva era que apenas se empieza a catalogar y a comprender. Un neologismo que, por ahora, solo muestra acercamientos y explicaciones fragmentados, aunque todo el mundo ya se haya apropiado el término, tanto que el diccionario Oxford eligió el vocablo 'posverdad' (post-truth) como la palabra internacional del 2016.

El imperio del eslogan

Es un poco metafórico que el filósofo Zigmunt Bauman haya muerto en enero pasado, apenas a nueve días de terminado el 2016, año en el que ya tuvimos todas las certezas de esta nueva era, con Trump asentado en el poder. Y es metafórico porque el pensador polaco consiguió adelantar todas las claves que terminaron derivando en este fenómeno que hoy llamamos posverdad.
En su concepto de modernidad líquida, Bauman describió una sociedad en la cual los vínculos y los sentidos de pertenencia dejaron de tener un carácter necesario, y los patrones promulgados (por la religión, por la ley, por los consensos) que regían la conducta fueron reemplazados de manera progresiva con otros, escogidos y adaptados por cada individuo, y transitorios y eventuales. Así como un líquido adopta la forma del recipiente, el ser humano adquirió una identidad versátil y flexible, con la cual se convirtió en un nómada de su propia vida, al poder mutar constantemente de trabajo, de pareja, de patrones ideológicos, de residencia, de convicciones religiosas y hasta de opción sexual. Y con fechas de expiración y caducidad. Así, los hombres y mujeres aprendieron a vivir en una constante zozobra axiológica (valores), en un vacío cuya ansiedad viene a subsanar con relativa eficiencia la cultura del lucro y el consumo.
El siglo XX perfecciona otras dos dimensiones humanas que van a tener mucho que ver con este nuevo tiempo de posverdad: la publicidad y la cultura del espectáculo. La primera, en todas sus variantes (propaganda, relaciones públicas), logra descifrar las claves más profundas del comportamiento humano, de sus pulsiones, aspiraciones, expectativas, lealtades, y se pone al servicio absoluto del aparato consumista, o de las estrategias del poder, a menudo sin enredarse en disquisiciones deontológicas.
Mucho antes de que llegara el internet, la publicidad ya había conseguido descubrir, como en un laboratorio, el estímulo adecuado, construir el mensaje más certero, la palabra detonante, y sabía dónde, cómo y cuándo ponerlos a rodar hasta hacerlos colectivos.
Uno de los elementos fundamentales para entender la posverdad, justamente, es el eslogan, la frase corta, precisa, que encierra una explosión de significados, de promesas, de advertencias. En un mundo donde, a partir de la última década, todo debe decirse en 140 caracteres, la lucha se hace con consignas. Es muy difícil poner a combatir argumentos contra eslóganes y el ejemplo perfecto lo mostró la campaña para votar el plebiscito por la paz en Colombia. Para defender el Sí se necesitaba un razonamiento más o menos complejo, elaborado, de correcciones históricas, de inclusión política, de alternativas a la justicia, de perdón, de apuesta al futuro. Para defender el No bastaba un lema tan eficaz y lapidario como “Colombia se convertirá en otra Venezuela”.
Pero, además, el siglo XX es el tiempo en el cual la vida misma se convierte en una puesta en escena permanente, por el cine, por la televisión, por los medios noticiosos. Ralph Keyes, el ensayista norteamericano, estima que esta posverdad de hoy tuvo como aliados incondicionales a los 'talk show' televisivos y a los 'realities' porque estimulan el comportamiento engañoso de los participantes, en un contexto en el cual se pierde la honestidad como valor. Todo por ganar. Todo por el 'rating'. Y el público premia a los perversos.

El retorno del prejuicio

Llegamos, pues, a un punto donde hay una manipulación abierta y descarada de la conciencia individual y colectiva con unos fines específicos. Mentir para ganar. Así, cinco plataformas de 'fact checking' en Estados Unidos lograron detectar, entre agosto y octubre del 2016, las 171 falsedades que dijo Trump en campaña, versus las 46 que soltó Clinton.
¿Por qué se volvió tan permeable, tan condescendiente, el tejido social ante fenómenos que de frente falsean realidades? Sin negar todos los contras, creo que las sociedades del modelo comunista enfatizaban en la necesidad de un acceso del pueblo a la cultura. Luego de la debacle comunista, lo que nos queda es el capitalismo con su pobre ecuación de unos grupos intelectuales minúsculos frente al conglomerado enorme de hombres y mujeres ajenos al conocimiento, a la ciencia, al arte, al devenir histórico.
Las élites letradas, con más recursos para detectar y prevenir la deformación de la verdad, se convierten en voces inaudibles y muy minoritarias frente a la masa que no busca comprender, sino sentir seguridad.
Con todo, lo más pernicioso de toda esta fenomenología de la posverdad es que son las opciones políticas más extremas, de derecha e izquierda, las que la están usufructuando. El conservadurismo chauvinista británico consiguió sacar al Reino Unido de la Comunidad Europea; el racismo y la xenofobia de muchos estadounidenses logró llevar al poder a Donald T|rump; la ultraderecha colombiana, excluyente y guerrerista, derrotó en las urnas la posibilidad de la paz. En Venezuela, la exacerbación del resentimiento y la lucha de clases, unida a la represión y al populismo más folclórico, siguen sosteniendo un experimento fracasado.
Es muy real la amenaza que se cierne sobre varios de los progresos civilistas de los últimos cincuenta años, que parecían haber logrado un significativo retroceso del racismo, la homofobia, los dobles discursos sobre lo femenino. La posverdad envalentona a los radicales que se mantuvieron semiocultos en los tiempos de avances democráticos, y ahora el prejuicio reclama su lugar en un mundo donde el liberalismo intelectual, según ellos, fracasó.
Por eso, el eurodiputado polaco Janusz Korwin Mikke aseguró hace un mes sin ruborizarse que las mujeres deben devengar menos salario que los hombres porque son menos inteligentes. Y en la Rusia de Putin cada vez ganan más terreno decisiones como esa de prohibir a los Testigos de Jehová o de despenalizar la violencia contra la mujer en el hogar y volverla una falta administrativa, con lo cual, en la práctica, un marido le puede pegar una vez al año a la mujer sin riesgo de ir a la cárcel o ser multado. Sin mencionar los campos de tortura contra homosexuales que, según la BBC, podrían existir en la Chechenia rusa.
Es el despuntar de una nueva era, donde un 'Hola' se vuelve “una conversación muy franca”.
SERGIO OCAMPO MADRID
Especial para EL TIEMPO

El periodismo en tiempos de posverdad

En el IX Encuentro Internacional de Periodismo, organizado por la facultad de Comunicación del Externado de Colombia y la Cámara Colombiana del Libro, en la Feria del Libro de Bogotá, se tratará la cuestión del Periodismo en la era de la posverdad.
El evento se instalará mañana en Corferias a las 2 p. m. Se sentarán a la misma mesa, por primera vez en un espacio académico, el Centro Democrático y las Farc a hablar de paz. Están invitados los franceses Gilles Biassette, Florence Panoussian, Stephane Chaumet, la autora sueca Ülrika Kanburg, el mexicano Rodrigo Márquez, el ecuatoriano Rodolfo Muñoz y los colombianos Alejandro Santos, César Caballero, Fernando Quijano, Carlos Antonio Lozada, Jefferson Asprilla, Jorge Iván Bonilla, Víctor Saavedra y Rafael Guarín, entre otros.
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