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EEUU

'Durante los primeros años no me gustó nada el Nobel': Jody Williams

Jody Williams recibió el Nobel de Paz por su trabajo al frente de las organizaciones que promovieron la firma del Tratado de Ottawa.

Jody Williams recibió el Nobel de Paz por su trabajo al frente de las organizaciones que promovieron la firma del Tratado de Ottawa.

Foto:Claudia Rubio / EL TIEMPO

Williams ganó el Nobel por su trabajo en el Tratado de Ottawa y reconoce que no le cayó muy bien.

“Cualquiera puede ganar un Nobel”, lanza de entrada Jody Williams, de 66 años, que hace 20 años recibió el premio Nobel de la Paz. Miles de mujeres en diferentes lugares del mundo la escuchan como dispuestas a tomar nota de la fórmula para lograr ese reconocimiento. Pero ella, alta, de ceño fruncido y hablar enérgico, dice que no tiene nada especial. “Soy normal”, insiste casi desesperada ante su audiencia de esta ocasión: unas 200 mujeres reunidas por el grupo financiero Sura en un hotel de Santiago, para escucharla hablar sobre el liderazgo de la mujer en el siglo XXI.
Williams, que recibió el galardón por su trabajo al frente de las organizaciones que promovieron la firma del Tratado de Ottawa, mediante el cual más de 160 países se comprometieron a eliminar las minas antipersonal, reconoce que el honor –que agradece– no siempre le cayó muy bien.
“Los primeros cinco años no me gustó nada el Nobel –comenta–. De un día para otro te empiezan a preguntar cosas que nunca te habían preguntado; por ejemplo, cómo lograr la paz... Yo puedo responder, puedo unir un par de datos, pero no soy ninguna santa. Recuerdo haber llegado a mi casa a llorar porque sentía que estaba hablando cosas sin saber, que se me estaba preguntando sobre cualquier situación en el mundo y no tenía cómo contestar”.
Fue a esa edad, a los 47, que la estadounidense comenzó a preguntarse cuál era el sentido de haber ganado un Nobel. Repasó su historia. Se vio a los 18 años, cuando salió a manifestarse, motivada porque su novio había partido a Vietnam. Luego recordó cómo, trabajando como profesora de inglés, entró en contacto con una organización que buscaba condenar la intervención militar de Estados Unidos en El Salvador, Honduras y Nicaragua. Revivió sus meses de voluntariado en Centroamérica, el abuso sexual de que fue víctima por parte de fuerzas paramilitares y cómo estuvo a punto de renunciar a su activismo para buscar un empleo formal. Eso fue justo cuando la invitaron a participar en una ONG que buscaba eliminar del mundo toda mina antipersonal. Bajo su liderazgo se terminaron reuniendo más de 100 organizaciones del mismo tipo.
Solo cinco años le tomó pavimentar su camino al Nobel de la Paz y, una vez ganado, siguió preguntándose para qué. Eso fue hasta el 2004, cuando la iraní Shirin Ebadi, la primera musulmana en recibir el mismo galardón, la hizo caer en cuenta de que solo 6 de las 17 mujeres que han recibido ese premio (90 son hombres) estaban vivas, y no tenían mayor conexión.
“Me dijo: ‘¿No crees que deberíamos hacer algo para promover los derechos de las mujeres?’ Y pensé que era fascinante –recuerda sobre ese encuentro, en Nairobi–. Al día siguiente nos reunimos con Wangari Maathai, keniana que ganó el premio ese año y murió de cáncer después. Le preguntamos qué pensaba y lo encontró genial. Eso, trabajar juntas, es algo que a los hombres nobeles nunca se les ocurriría”.
Así nació Nobel Women’s Initiative (Iniciativa de las Mujeres Nobel), que reúne a seis mujeres que defendieron distintas causas pero que hoy se concentran en los derechos de la mujer. Junto a Williams están Mairead Maguire, irlandesa premiada en 1976; la guatemalteca Rigoberta Menchú (1992); Shirina Ebadi (2003) y las premiadas en el 2011, Leymah Gbowee, de Liberia, y Tawakkol Karman, de Yemen.
“Ya llevamos diez años –dice con orgullo Williams, que es la presidenta–. El propósito es usar nuestra influencia para apoyar el trabajo de las activistas de base. No con dinero, que no tenemos, sino con presencia física”.
La nobel da un ejemplo: cuenta que un grupo de mujeres de la localidad de Atenco (México) le pidió ayuda hace unos años para detener la construcción de un aeropuerto internacional en sus tierras. “Conseguí una reunión con el ministro del Interior. Él esperaba conversar conmigo y yo entré con muchas de estas mujeres. Nos sentamos, le agradecí por la cita y les pedí a las mujeres de Atenco darle a conocer lo que sucedía, porque era su problema y no el mío –recuerda riendo–. Él nunca las habría admitido si no hubiera sido por mí”.
Williams es una mujer de expresivos ojos azules y caminar pausado. Estuvo en Chile solo 24 horas y partió a Perú, Estados Unidos y Ginebra (Suiza). Su agenda es abultada y ella la cumple, pese a que desde hace cuatro años sufre de un dolor crónico en la espalda, ocasionado por levantar una roca de 24 kilos en el patio de su casa, ubicada en Rutland, su pueblo natal, en Vermont. “Estuve a punto de caer en depresión, porque sentir dolor todos los días es algo que te atrapa: cuando me siento, me duele; cuando me muevo, me duele... Así que para qué quedarme en casa. Si el dolor iba a estar siempre, prefería trabajar”, explica.
Sentada en una poltrona en la azotea de la torre Sura, recuerda que su primer acercamiento con el feminismo fue a los 6 años, en el seno de una familia de ascendencia italiana y católica.
“Yo quería ser la primera mujer papa y fue muy rudo descubrir que no podía, por ser mujer. Ni siquiera podía ser monaguillo –reclama–. Luego, en la época de Vietnam, recuerdo haber leído un libro que decía que me habían estado oprimiendo toda la vida. Y no me había dado cuenta, porque en mi casa me decían que podía ser lo que quisiera”.
En los últimos años, Jody Williams ha recorrido el mundo en defensa de los derechos de la mujer, y asegura que la presencia de activismo no varía de un país a otro. “Las mujeres no necesitan a otras personas que les digan qué hacer para pelear por sus derechos. Ellas solo necesitan que se les dé el espacio para hacerlo a su propio modo, sin importar cuánto tome, dependiendo del país donde vivan –dice–. Infortunadamente, toma más tiempo en países como Afganistán o Irán, donde muchas están en prisión solo por manifestarse. Y en otros más avanzados siento que hay un retroceso, especialmente con la llegada de The Donald (la expresión que ella usa para referirse al presidente Donald Trump)”.
Usted dijo que de ganar Trump, se iría a Canadá...
Eso fue una broma. Nuestra oficina está en Canadá.
¿Coincide con Stephen Hawking en que este es un momento preocupante de nuestra historia?
Es un momento terrorífico.
¿Y para las mujeres?
Sus dichos (los de Trump) sobre el “manoseo” y hablar sexualmente de su hija van un poco más allá de lo aceptable, por decir lo menos. Creo que es un ser humano reprochable, pero temo más por su falta de conocimiento sobre el mundo: no tiene idea de cómo funciona en términos de política y se rehusó a consultar los reportes de inteligencia que los presidentes en transición suelen mirar. Por no hablar de sus negocios.
¿Lo conoce personalmente?
Oh Dios, no. Y no quisiera hacerlo, para salvar mi alma.
¿Tomar ese riesgo no sería un acto de activismo?
No tengo interés en conocerlo. Lo que me interesa es organizar ayuda para mitigar el impacto negativo que esto tendrá en la economía, en el medioambiente, en los derechos de la mujer.
Trump aún no lleva dos semanas en el cargo y usted ya habla de retroceso. ¿Por qué?
Creo que hay algo que viene ocurriendo desde hace algunos años y que la elección de Trump puso en evidencia: a medida que las mujeres son más demandantes, diciendo “no voy a pedirte que reconozcas mis derechos, sencillamente los tengo, así que hazte a un lado”, los hombres se ponen más agresivos porque se sienten amenazados.
***
Jody Williams entrega cifras que dan cuenta del avance femenino, pero le causan preocupación: “En Estados Unidos, el 65 por ciento de las estudiantes de medicina son mujeres. Y, en Irán, el 65 por ciento de todos los estudiantes son mujeres. Todo eso, inevitablemente, traerá problemas. Ellos están asustados. Toda la elección de Trump es un reflejo de ese tipo de miedos: toda la gente blanca siente que América nunca más será blanca –si es que alguna vez lo fue–, a menos que The Donald haga América segura otra vez. Es parte del mismo retroceso”. La nobel cree que una de las manifestaciones más evidentes de este miedo es la violencia sexual contra la mujer: “Generalmente, la respuesta de un hombre que no puede manejar su frustración es golpear a su esposa e hijos. Y eso está creciendo con la llegada de refugiadas y migrantes a países que no son los propios, donde muchas veces llegan solas, sin hablar el idioma y sin papeles, lo cual las hace hipervulnerables”.
La violencia sexual en un país que no es el propio no es algo a lo que Jody Williams sea ajena. En 1988 le tocó ser víctima de violación cuando trabajaba como voluntaria en El Salvador.
¿Cree que hoy habría tenido más herramientas para manejar eso?
La verdad es que entonces no me lo tomé como algo personal. ¿Sabes qué es la disociación?
Un mecanismo psicológico de defensa, que evade el trauma.
Yo tengo una fuerte capacidad de disociación desde pequeña, porque mi hermano mayor nació sordo y luego se volvió un esquizofrénico paranoide violento. Así que lo de 1988 también lo disocié. Y dije: ‘esto no tiene nada que ver conmigo en lo personal’. Pensé: ‘ellos no pueden matarme’. Matar a un estadounidense suponía tener la autorización de los niveles superiores. Entonces, si no podían matarme debían hacer algo diferente, y eso fue abusar. Fue un mensaje no solo para mí, sino para mi organización, de abandonar el país y dejar de parar la guerra. No lo tomé personalmente, lo disocié, lo puse en una caja en algún lugar. Es como que pensé: ‘era una mujer de 38 años, no era la Virgen María’.
Pero...
Yo sé que es difícil de entender. Ahora tengo amigas que fueron violadas o víctimas de abuso y se traumatizaron. Yo no. No sé si es bueno o malo. Mi hermana sigue diciéndome que necesito terapia, pero yo le digo: “Mary Beth, te adoro. Así soy una mujer muy efectiva en el mundo, y no quiero terapia, muchas gracias”.
Quizás de ahí viene su fuerza.
En parte, sí.
CLAUDIA GUZMÁN V.
EL MERCURIO (Chile) - GDA
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