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EEUU

Adiós al último patriarca de la familia Rockefeller

Los hermanos Rockefeller desde la izquierda: David, John D., Laurence, Nelson y Winthrop.

Los hermanos Rockefeller desde la izquierda: David, John D., Laurence, Nelson y Winthrop.

Foto:W. Rockefeller Center

David Rockefeller falleció esta semana a los 101 años. Esta es la historia de un clan.

David Rockefeller era conocido como ‘el último Rockefeller’ no porque su muerte fuera a dar fin a uno de los apellidos más célebres y poderosos de la historia de Estados Unidos, sino porque hasta esta semana él era el único miembro vivo del que llegó a ser el clan más rico de la historia moderna.
Murió tranquilamente, a los 101 años, mientras dormía en su hogar en las afueras de Nueva York, la ciudad que por décadas y hasta hoy ha dado testimonio del esplendor económico de su familia. Y murió justo el mismo día en el que la revista ‘Forbes’ publicó el listado de los hombres más ricos del mundo, en el que apareció ubicado en el puesto 604, con una fortuna de 3.300 millones de dólares.
La coincidencia llevó a recordar que esa misma revista había declarado a John D. Rockefeller (1839-1937) –abuelo del fallecido– como el mayor millonario de todos los tiempos, pues si la fortuna alcanzada en el punto más alto de su vida empresarial fuera traducida a números actuales, la cifra sería desconcertante: 340.000 millones de dólares. En otras palabras, sería cuatro veces más rico que Bill Gates, quien lidera la lista de hoy con 86.000 millones.
¿Cómo alguien llegó a acumular tanto dinero? La historia nos obliga a ir a 1862, cuando John D. Rockefeller, hijo de una familia descendiente de inmigrantes alemanes, invirtió en la firma Clark & Andrews, que comenzaba a explorar el negocio de las refinerías de petróleo en Cleveland. Tenía 23 años, pero había empezado a trabajar desde los 16 como contador de empresas locales. Su disciplina de ahorro y su perspectiva de negocios lo habían llevado a emprender sus propios proyectos en el sector cafetero y a acumular un capital respetable.
La irrupción en la industria petrolera fue el paso más determinante en su carrera. Con inversiones estratégicas logró adueñarse de Clark & Andrews (convertida en Rockefeller & Andrews), y una a una fue sumando a las demás refinerías de la ciudad a fuerza de poder adquisitivo y una relación de privilegio con los pesos pesados de los ferrocarriles. En 1870 fundó Standard Oil, la empresa que lo matriculó en la competencia del mercado nacional, con un capital inicial de 1 millón de dólares.
En las tres décadas siguientes, el crecimiento de su fortuna fue meteórico. No solo comenzó a controlar el panorama del petróleo, sino el de los ferrocarriles que lo transportaban, y se apoderó poco a poco de los puntos de distribución del crudo. A la par, fundó 12 bancos que le servían para canalizar sus ganancias, además de aumentarlas con préstamos y servicios a terceros.
El monopolio se hizo insostenible para la economía nacional y generó roces entre el Gobierno y el empresario. Al punto de que tras largas disputas, en 1911, la Corte Suprema obligó a Rockefeller a desintegrar y ceder el control de Standard Oil, dueña del 90 por ciento del boyante mercado del crudo de Estados Unidos, que a su vez representaba el 70 por ciento del mercado mundial.
Esta decisión, que coincidió con el retiro de Rockefeller de los negocios, fue una especie de ‘big bang’ en la industria petrolera, porque a partir de Standard nacieron unas 30 empresas, incluidas Chevron, Exxon y Mobil, que con los años alcanzaron estatura de gigantes. John D. Rockefeller Jr., su único hijo, asumió el destino del conglomerado.

Del abuelo al nieto

David Rockefeller nació dos años después de la disolución de Standard y fue el sexto hijo de John D. Rockefeller Jr. (1874-1960). Su padre fue quien estuvo al frente del proyecto inmobiliario más ambicioso de la familia hasta entonces: el Rockefeller Center, en Nueva York.
Con un amplio portafolio de negocios y con su apellido puesto en enormes aportes filantrópicos (fundaron el Museo de Arte Moderno de Nueva York y donaron los terrenos sobre los que se erigió la sede de las Naciones Unidas en la misma ciudad, solo por citar dos ejemplos), la generación de los nietos Rockefeller pisó fuerte en el mundo de la banca y de la política.
Nelson Rockefeller fue gobernador de Nueva York, dos veces candidato a la presidencia por el Partido Republicano y vicepresidente de Gerald Ford (1974-1977). Winthrop Rockefeller fue gobernador de Arkansas (1967-1971), y David fue tentado para asumir la Secretaría del Tesoro por los presidentes Jimmy Carter y Richard Nixon, sin aceptar en ninguno de los dos casos.
El último de los Rockefeller hizo la mayor parte de su carrera en la banca. Por 35 años, hasta 1981, estuvo en los más altos puestos del Chase Manhattan Bank, una posición desde la que financió proyectos como el World Trade Center, de Nueva York, y promovió la creación de instituciones como la filantrópica Fundación Rockefeller, la Comisión Trilateral para las Relaciones de Estados Unidos con Europa y Japón y el influyente Grupo Bilderberg.
Como el último gran patriarca de la familia, y al frente del fondo común que dejaron sus hermanos, a David Rockefeller se le atribuyó la decisión de retirar paulatinamente toda participación del grupo en el sector petrolero para ser reinvertida en energías limpias.
El cambio en el discurso fue tan abrupto que el año pasado los delegados de Rockefeller, para entonces dueño del 5 por ciento de las acciones de ExxonMobil, se enfrentaron abiertamente con el consejo de administración de la petrolera al considerar insuficientes las políticas ecológicas de la compañía. Así que, dentro del sector, la última imagen del menor de los nietos del hombre más rico de la historia no estuvo muy lejos de la de un apóstata.
Hoy, el apellido legendario dentro del capitalismo mundial sigue ligado al universo de los negocios y de la riqueza, pero con mucho menos alcance que en otra época. Siguen siendo millonarios, claro, pero la riqueza alguna vez centralizada en la figura de John D. Rockefeller se ha ido atomizando entre los 174 herederos que se cuentan hasta hoy y diluyendo en los avatares propios de la economía y los mercados internacionales. Por eso, David Rockefeller era el último alfil de una era esplendorosa.
DIEGO ALARCÓN
Redacción Domingo
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