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EEUU

Eva Kor, 'la niña que perdonó a los nazis'

En enero del año pasado, Kor posó en Cracovia (Polonia) junto a una fotografía del día en que ella y otros niños fueron liberados del campo de Auschwitz.

En enero del año pasado, Kor posó en Cracovia (Polonia) junto a una fotografía del día en que ella y otros niños fueron liberados del campo de Auschwitz.

Foto:Ian Gavan - Getty Images / AFP

La rumana, de 82 años, explica a EL TIEMPO por qué decidió pasar la página del Holocausto.

La imagen le dio la vuelta al mundo: en una corte de Lüneburg (Alemania), Oskar Gröning, ‘el contador de Auschwitz’, el hombre que hacía el inventario de las pertenencias de quienes llegaban al campo de concentración más famoso de la historia, abraza a Eva Kor, sobreviviente de los inhumanos experimentos que el doctor Josef Mengele practicó dentro de esa misma máquina de exterminio.
Aquel día de abril del año pasado, 70 años después de terminada la Segunda Guerra Mundial, esta rumana, que en enero cumplirá 83 años, envió un mensaje muy potente al mundo: no hay crimen que no se pueda perdonar.
El conmovedor momento, que le ha provocado muchos dolores de cabeza a Kor, fue recogido por National Geographic en el documental ‘La niña que perdonó a los nazis’, estrenado este año.
Desde Terre Haute (Indiana, Estados Unidos), donde fundó y dirige el Candles Holocaust Museum, especializado en los niños que sobrevivieron a los mortales experimentos nazis en Auschwitz, Eva Kor conversó telefónicamente con EL TIEMPO. En esta entrevista habla sobre su vida, sobre el perdón y sobre el episodio con Gröning, de 94 años, que en el 2015 fue condenado a cuatro años de prisión por su complicidad en el asesinato sistemático de unos 300.000 judíos, pero que sigue viviendo en un centro de atención geriátrica (tiene 94 años), a la espera de que la justicia alemana resuelva su apelación.
¿Por qué decidió perdonar a sus verdugos?
En 1993 conocí al doctor Hans Münch (llamado ‘el hombre bueno’ de Auschwitz por evitar involucrarse en los asesinatos masivos). Como mucha gente estaba diciendo que el Holocausto no sucedió, le pregunté si sabía algo sobre las cámaras de gas. Y él respondió: “Esa es una pesadilla con la que vivo cada día”, y comenzó a describir la operación: una vez morían, su tarea era verificar por una mirilla y hacer un certificado del número de personas que habían fallecido en esa sesión.
Luego le pregunté si podría ir conmigo a Auschwitz, en 1995, y firmar un documento que detallara todo eso, a lo que él contestó que lo haría encantado. Por ese gesto, yo quise darle las gracias, pero durante meses no supe cómo. No quería decirles a mis familiares o amigos, porque sabía que intentarían convencerme de que no agradeciera a este doctor nazi. Al final se me ocurrió que podía escribirle una carta de perdón en agradecimiento.
Entonces, descubrí algo que me cambió la vida: yo tenía el poder de perdonar y nadie podía quitármelo. Todas las víctimas, sin importar cuál fue el crimen, se sienten heridas, enojadas, sin poder y sin ayuda. Fue muy interesante descubrir que yo, una víctima de casi 50 años para esa época, tenía un poder que no conocía.
Como no sabía cómo escribir una carta de perdón a un nazi, me tomó cuatro meses. Además, estaba preocupada de que no se entendiera porque mi ortografía en inglés no era buena, así que llamé a una antigua profesora de la universidad y le pedí que la revisara. Ella me dijo que era muy bueno que perdonara a Münch, pero que mi problema no era con él sino con el doctor (Josef) Mengele (fallecido en 1979), y yo no estaba lista para perdonarlo. La maestra me propuso que simulara perdonar a un doctor Mengele, no al real. Así que fui a casa y escribí una lista con un montón de malas palabras, se las leí a este falso doctor Mengele y luego le dije: “A pesar de todo esto, te perdono”.
Tener poder sobre el ‘Ángel de la muerte’ me hizo sentir bien. Me encantó que él no pudiera hacer nada al respecto. Luego de perdonar a Mengele, decidí perdonar a cada persona que me hubiera herido.
¿Por qué asistió al juicio de Oskar Gröning, ‘el contador de Auschwitz’?
Un amigo le dio mi nombre a un abogado que preparaba una demanda colectiva contra Gröning. El abogado fue hasta mi casa para que me uniera al juicio, pero no me interesaba porque ya lo había perdonado. Él me planteó que fuera a la corte, que estaría rodeada de jueces alemanes que me tratarían con el mayor respeto. Lo pensé y me gustó la idea.
Pero también me gustó la historia de Gröning, que había hablado públicamente de lo sucedido y estaba dispuesto a testificar sobre todo lo que vio. Él pertenece a un club de coleccionistas de estampillas y en la reunión anual de 1985 uno de sus colegas comentó que el Holocausto nunca había sucedido. Él se molestó mucho y protestó: “¿Cómo puedes decir eso? Yo estuve ahí”.
Yo sí le dije en la corte que lo perdonaba, pero también le dije que tenía que responsabilizarse por sus actos.
Usted incluso lo abrazó...
El último día del juicio le dije a mi abogado que quería una foto con Gröning. Me acerqué para darle las gracias por testificar y preguntarle si conocía a otros nazis dispuestos a hacerlo. Él me tomó del brazo, me abrazó y me dio un beso en cada mejilla. Mi abogado estaba haciendo un video y así quedó registrado. Me sorprendió, pero pensé que era una forma de decirme que mi vida le importaba.
El abrazo de Oskar Gröning a Eva Kor fue grabado por el abogado de ella en abril del 2015.

El abrazo de Oskar Gröning a Eva Kor fue grabado por el abogado de ella en abril del 2015.

Foto:

¿Por qué cree que su perdón ha sido mal visto por otros sobrevivientes judíos?
Hace dos semanas estuve en una sinagoga compartiendo mi experiencia y otra sobreviviente de Auschwitz exigió, muy alterada, que me denunciaran. Le pregunté por qué y me dijo que porque yo estaba perdonando en su nombre. Déjenme explicar lo que les digo a muchos sobrevivientes como ella: no hay manera en que yo pueda perdonar por todas las víctimas. El perdón es un acto personal, relacionado con cómo te sientes, y yo no puedo sentir lo que otros sienten. Desearía poder haber grabado ese momento en la sinagoga, para que la gente entienda por qué es tan importante perdonar: ellos siguen enojados, yo no.
Hablando de sinagogas, ¿usted es religiosa?
Lo fui. Llegué a Auschwitz como una niña muy religiosa. El primer día nos dieron pan y no lo quise comer porque no era ‘kosher’ (alimento que respeta los rituales del judaísmo). Luego fui a la letrina y vi niños muertos en el suelo. En ese preciso momento y lugar, supe que eso podría pasarnos a Miriam y a mí, e hice un juramento silencioso: haría todo lo que estuviera en mi poder para asegurarme de que mi hermana y yo no termináramos en el sucio piso de una letrina. Si hubiera seguido siendo religiosa, estaría muerta.
¿Hay actos imperdonables?
Muchos sobrevivientes argumentan cosas como: “Dios dijo que serás libre si perdonas a tus enemigos, pero no a los nazis”, y yo respondo: “¿Hablaron con Dios y él les dijo que podían perdonar todo menos a los nazis y sus grandes crímenes?” Cada persona interpreta según quiere. Yo creo que las víctimas están muy enojadas, y el enojo es semilla para la guerra. En cambio, el perdón es semilla para la paz.
¿Entonces nunca hay demasiado perdón?
No creo. El perdón pone fin a la violencia y ayuda a sanar. Por eso siento que es como una fórmula mágica para la paz.
Usted abrió el Candles Holocaust Museum tras la muerte de su hermana gemela, en 1993. ¿Qué es lo que más extraña de ella?
Los sábados y domingos la llamaba para hablar de todo lo que había pasado en la semana, de la familia, los hijos… Cuando murió, yo quería ir a Israel para su entierro, pero me dijeron que no podían esperar a que yo llegara. No tuve la oportunidad de enterrar a nadie de mi familia y quería despedirme de ella, y del riñón que le había donado. Pero no fue posible.
Luego de su muerte comencé a tener pesadillas y me sofocaba. Empecé a sentir la forma en que mi hermana había muerto, de cáncer en los pulmones. Dos años después decidí abrir el museo, y las pesadillas desaparecieron. Miriam está conmigo en espíritu cada vez que voy allí.
Las dos hicieron parte de los fatales experimentos del doctor Josef Mengele. ¿Cómo recuerda al ‘Ángel de la muerte’?
Era muy estricto, serio. No creo que fuera un loco, como muchos piensan. Me molestaban sus ojos porque había algo muy oscuro en ellos. Nunca lo traté con mucho respeto, me asustaba verlo. Él me miraba y sabía que lo odiaba. Creo que por eso nunca me habló de forma amable o me dio dulces, como era su costumbre con otros niños. Solo me daba órdenes y me hablaba en tercera persona, nunca de forma directa. Para él, los gemelos no eran realmente seres humanos.
¿Cuál fue la parte más dura en Auschwitz?
El momento en que, a la llegada, mi madre fue empujada en una dirección y nosotras en otra, y yo lloraba. Esa imagen se grabó muy profundamente en mi alma.
Se calcula que la tasa de supervivencia a los experimentos de Mengele fue de solo 6 por ciento. ¿Por qué cree que tanto usted como su hermana lograron sobrevivir?
Para sobrevivir a cualquier cosa se necesitan dos factores: un poco de suerte, ayuda de Dios o como quieran llamarlo, y un deseo increíble de vivir.
Hablando de los juicios por crímenes como los de la Segunda Guerra Mundial, ¿qué piensa cuando un acusado dice que solamente seguía órdenes?
Muchos no sabían lo que ocurría en Auschwitz hasta que llegaban allí. Sin embargo, aun si seguían órdenes, pienso que no tenían que haber sido tan buenos cumpliéndolas. Pero también habría que preguntarse si ellos no fueron también víctimas, si los habrían matado por no seguir las instrucciones. Muchas veces, los judíos fueron obligados por los nazis a ejecutar órdenes. Nadie quiere tener que debatirse entre su propia vida y las de otros.
En procesos como estos suele buscarse verdad, justicia y reparación. En su caso, ¿todo esto se logró?
La justicia, en mi opinión, no existe, es una declaración falsa que la sociedad hace. Imaginemos, por ejemplo, que Mengele hubiera sido colgado (murió ahogado en Brasil, en 1979). Él sólo tenía una vida, pero fue responsable de la muerte de cientos de miles. ¿Cuál sería la justicia ahí? En casos como este sería más útil reducir la condena a cambio de su testimonio sobre todo lo que pasó y sobre cómo funcionaba su mente. Eso, en mi opinión, puede ser más importante que el castigo.
La gente tiende a pensar que hay que llevar a cada perpetrador a la justicia. Yo les digo a todas las víctimas que le dejen eso a su sistema judicial, porque si se involucran en pensar quién les hizo qué y por qué, van a estar en una destrucción mental permanente, pensando cómo hacer pagar a esa persona por sus actos. El perdón es una acción que te libera de estar pensando cómo castigar a los victimarios. La otra cosa que le quiero decir a cada víctima es que aun si castigan al victimario, no sanarán internamente. Para mí, la única forma de sanar es perdonar.
Ninguna de las víctimas puede cambiar la tragedia que tuvo que vivir, así que solo les queda seguir siendo víctimas o perdonar y tomar el poder sobre sus propias vidas. Es simple, pero es una decisión personal, nadie puede obligarlas. Los gobiernos no pueden imponerles que perdonen, porque volverían a victimizarlas.
Ha habido muchos libros y películas sobre el Holocausto. En su opinión, ¿cuál logra capturar mejor lo que realmente pasó?
Lo mejor que he visto, en términos de abarcar la mayor cantidad de aspectos, es ‘The Holocaust’, la miniserie de NBC.
¿El mundo es mejor hoy que en los tiempos de la Segunda Guerra Mundial?
No sé si estamos mejor o peor, pero es algo similar en el sentido en que hay graves problemas y los líderes no están cumpliendo su función de oponerse al mal. Lo único que hace falta para que el mal triunfe es que la gente buena no haga nada (cita al filósofo irlandés Edmund Burke) y eso es lo que pasa ahora: mucha gente buena no está haciendo lo necesario para evitar que Estado Islámico y Al Qaeda esparzan su veneno y horror alrededor del mundo. Culpo a todos los líderes del mundo por eso.
¿Usted es feliz?
Soy muy feliz y desafío a todos a convertirse en la mejor versión de sí mismos. Eso significa que mantengan sus mentes claras y que sean gentiles. Hay tanta mezquindad en el mundo que incluso con tu más pequeño acto de bondad estarás mejorando las vidas de los demás.
MARÍA ISABEL ORTIZ F. Y BERNARDO BEJARANO G.
Redacción Domingo
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