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Donald Trump, el candidato 'imposible' que llegó a la Casa Blanca

Perfil del magnate inmobiliario y las claves detrás de su inesperada victoria sobre Clinton.

A diferencia de años anteriores, en el 2016 no fue difícil escoger al personaje que más se destacó en el plano internacional. De hecho, existe rotunda coincidencia entre medios de comunicación y expertos alrededor del planeta en que ese honor solo podía recaer en el magnate estadounidense Donald Trump. Y la razón es simple.
De ser considerado casi un bufón, al que ni sus mejores amigos le auguraban chance alguno, terminó convertido en el ‘rey’ de la mayor potencia del mundo. Y no de cualquier forma. Lo logró pese a tener cero experiencia en la vida pública, sin contar con el respaldo del establecimiento de su partido y utilizando una fracción de los recursos que gastaron los demócratas para derrotarlo. Aún más, apelando a sentimientos racistas, xenófobos y machistas, que en cualquier otro ciclo electoral –o en boca de alguien diferente– lo hubiesen descalificado de tajo.
“Mi papá siempre dijo que yo tenía el don de la ubicuidad. Ahora lo entiendo de una manera diferente. Lo que tengo es talento para descifrar a las personas, para entenderlas. Es como un sexto sentido que me ha servido mucho a la hora de hacer negocios”, dice el multimillonario, tratando de explicar el voto de los más de 60 millones de personas que lo llevaron a la Oficina Oval.
Trump, de 70 años, nació en Queens (Nueva York), en una lujosa casa de 23 habitaciones y en el seno de una familia de emigrantes que coronó el ‘sueño americano’. Su padre, Fred, construyó un emporio inmobiliario que fue heredado por Donald a los 23 años. Desde entonces, y durante las últimas cuatro décadas, se dedicó a expandir el negocio familiar, que hoy incluye hoteles, casinos, campos de golf y decenas de productos asociados a la marca Trump.
Aunque el magnate siempre fue un personaje en las altas esferas de la sociedad neoyorquina, su verdadero salto a la fama llegó a comienzos de este siglo con el programa ‘El aprendiz’, un ‘reality’ en el que personas competían entre sí para desarrollar un modelo de negocio que era juzgado por Trump.
A lo largo de todos esos años, si algo caracterizó al millonario fueron sus excentricidades, su gusto por las mujeres hermosas y un sentido de superioridad tan inflado que, por lo general, provocaba burlas.
Sus coqueteos con la Casa Blanca comenzaron por esa misma época, pero la mayoría siempre los interpretó como poco serios y más bien como una manera de resaltar la marca Trump.
Tan descabellada resultaba una posible presidencia que al popular caricaturista Garry Trudeau (creador de la famosa tira cómica ‘Doonesbury’) y a los comediantes detrás de la serie ‘Los Simpson’ les pareció divertido nombrar a Trump como mandatario en episodios que fueron publicados hace 17 años.
Ya en junio del año pasado, cuando anunció su candidatura a la nominación del Partido Republicano, muchos pensaron que el magnate, nuevamente, buscaba era publicidad.
“En esos días me preguntaron qué posibilidad le veía a una candidatura de Trump. Ninguna, fue mi respuesta obvia. Por supuesto, ni hablar de una posible presidencia”, recuerda Jeff Lane, exsubsecretario de Energía de Estados Unidos y muy cercano a los corredores del Congreso y la Casa Blanca. Pero Trump, quizá sin siquiera proponérselo, se topó con una vena que terminaría llevándolo a la Casa Blanca.
Llegó pisando fuerte
Durante el discurso que pronunció para divulgar sus intereses presidenciales, el magnate se refirió a los inmigrantes mexicanos como criminales y violadores, y prometió construir un muro entre los dos países. El comentario fue condenado de inmediato y no solo por demócratas, sino también por la mayoría en el establecimiento republicano. Se trataba de una ofensa a un sector de la población (los hispanos) que en el 2008 y el 2012 demostró su poder a la hora de definir estados claves en los comicios presidenciales. Y antes que alejarlo, la estrategia republicana para llegar al poder era atraerlo.
Curiosamente, la declaración no cayó mal entre un sector de la base del partido, especialmente en el sur del país, donde la inmigración ilegal es más prominente.
Y Trump, antes que bajar el tono, siguió subiendo de decibeles. En medio de la guerra contra Estado Islámico y recién cometidos los atentados de San Bernardino (California) y París, donde los autores dijeron inspirarse en esa organización terrorista, el magnate la emprendió contra los musulmanes, prometiendo bloquear su ingreso al país y anunciando un regreso a la tortura como método para combatir al extremismo islámico. El establecimiento reculó de nuevo, pero el apoyo a Trump siguió consolidándose en la base, que lo veía como una persona de armas tomar y sin pelos en la lengua.
“A él no le importa lo que digan los demás. Dice, además, lo que todos quisieran decir pero no se atreven porque no es correcto en términos políticos”, comentó Mark Rosenberg, un simpatizante de Trump del área de Virginia.
A esa idea, el magnate le sumó su calidad de ‘outsider’ o ajeno al mundo de Washington, algo que también sonó la flauta entre sus seguidores, que ya en diciembre del 2015 representaban, al menos, el 30 por ciento del partido, compuesto en su mayor parte por hombres y mujeres de raza blanca y sin educación superior.
“Trump supo aprovechar el profundo desasosiego entre un buen sector de la población que sigue estancado en términos económicos y que responsabiliza a la clase dirigente por ello. Asimismo, alimentó los temores, desde mi punto de vista exagerados, del terrorismo en Estados Unidos. Eso, más un discurso espontáneo e irreverente, se convirtió en una bola de nieve que arrasó con todo lo que se le puso enfrente”, sostiene Richard Reeves, experto en política electoral del Brookings Institute.
Arrasó con los 16 candidatos que le disputaron la nominación y con un partido que intentó sabotear su candidatura de manera abierta. A tal punto que todos los expresidentes y excandidatos republicanos le retiraron su apoyo después de catalogarlo como no apto para el cargo de comandante en jefe.
Pero quizá la clave en el triunfo de Trump fue apostarle a un sector de la población que los demócratas consideraban muy confiable: votantes, en su mayoría de raza blanca, que viven en el llamado corredor industrial de Estados Unidos.
Desde muy al comienzo de la carrera, el magnate adoptó una posición antiglobalización y contra el libre comercio, depositando la culpa de los cientos de miles de empleos que se perdieron en esta área del país al acuerdo de libre comercio con México y Canadá (Nafta, por su sigla en inglés), que firmó el expresidente George Bush en 1992 y se puso en marcha en 1994, durante la primera administración de Bill Clinton.
Lo irónico de su planteamiento es que fueron los mismos republicanos los que promovieron la apertura comercial a lo largo de las últimas dos décadas, pero fueron los demócratas, el partido del sindicalismo, quienes terminaron de pagar los platos rotos. El 10 de noviembre, cuando se terminaron de contar los votos, fueron Michigan, Wisconsin y Pensilvania –tres estados del ‘Rust Belt’ (literalmente cinturón de óxido) que llevaban décadas votando por candidatos demócratas– los que le dieron la victoria a Trump.
Por supuesto, muchos otros factores incidieron en su triunfo. Y más que virtudes fueron debilidades de su rival.
El papel de Hillary, determinante
El desgaste de más de 30 años en la vida pública, los constantes escándalos en los que se vio envuelta y el desprecio de los votantes por la clase política que ella representa le salieron caros a la exsecretaria de Estado Hillary Clinton.
Trump, de hecho, acabó recibiendo dos millones de votos menos de los que alcanzó Mitt Romney en el 2012. Pero Hillary estuvo siete millones por debajo de los obtenidos por Barack Obama ese mismo año.
De acuerdo con la profesora Kathy Kramer, que lleva años estudiando cambios demográficos y políticos, también sumó un factor muy difícil de medir, pero que se sintió a lo largo de toda la campaña. “Un gran sector de ese voto blanco no educado se encuentra en trabajos muy similares a los de sus padres, una generación atrás, y ese es su punto de referencia. Mientras que ellos sí pudieron sacar adelante una familia y gozar de una buena calidad de vida empleándose como obreros o campesinos, para la nueva generación eso ya no es suficiente. Han sido desplazados socialmente y han perdido estatus, pues el mercado laboral de ahora exige otros estándares. Desplazados en muchos casos por personas con la piel más oscura, frente a las que siempre se sintieron superiores, aunque de manera oculta”, explica. Y el triunfo de un afroamericano en el 2000 fue como una bofetada.
Trump, para ellos, significaba el camino de regreso a ese Estados Unidos de los años 50 y 60, donde eran clara mayoría y ocupaban un escalón superior en la estratificación social.
Pero eso es algo que, de acuerdo con Reeves, no sucederá pese a que Trump ha prometido renegociar los acuerdos comerciales y recuperar los empleos que se han perdido con México y otros países. Estados Unidos, dice ella, se ha transformado de una economía industrial a una digital y tecnológica, en la que todo aquel que no se adapta, muere.
En cualquier caso, Trump es el nuevo presidente de Estados Unidos y lo será como mínimo durante cuatro años –salvo algún imprevisto–. Y lo que viene no será fácil. Para nadie.
El multimillonario, de entrada, tendrá que gobernar un país dividido hasta la médula, y en el que más de la mitad de los ciudadanos no lo considera su presidente. Y con el agravante de haber perdido el voto popular por más de dos millones de sufragios.
Pero paralelamente cuenta con mayorías republicanas en la Cámara y el Senado, que le permitirían avanzar algunos aspectos de su agenda. Cuáles, nadie lo sabe a ciencia cierta. Pero sin duda endurecerá las políticas migratorias, intentará renegociar acuerdos comerciales –las dos promesas centrales de su campaña– y podría acabar con buena parte del legado del presidente Barack Obama en salud y regulaciones ambientales.
Muchos sostienen, a manera de consuelo, que Trump pronto descubrirá que Estados Unidos es como un gran transatlántico al que le cuesta virar. Pero tampoco tratan de tapar el sol con un dedo: su sorprendente victoria representa un giro hacia la derecha, quizá más agudo de lo imaginable; y, al mismo tiempo, un revolcón de todo el sistema político de ese país, donde el establecimiento ya no manda y en el que cualquier arma, por sucia que parezca, es válida en la lucha por el poder.
SERGIO GÓMEZ MASERI
Corresponsal de EL TIEMPO
En Twitter: @sergom68
Washington
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