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Asia

El puño de hierro del nuevo presidente de Filipinas

Rodrigo Duterte, presidente de Filipinas.

Rodrigo Duterte, presidente de Filipinas.

Foto:Erik De Castro / Reuters

A Rodrigo Duterte lo llaman el 'Castigador', pues aplica la violencia contra la delincuencia.

“Olvídense de los derechos humanos. Si logro llegar al palacio presidencial haré lo mismo que hice como alcalde. Ustedes, narcotraficantes y buenos para nada, será mejor que se vayan. Porque los voy a matar. Los tiraré a todos en bahía Manila”. “No tengo paciencia, ni término medio. O me matan a mí o los mato a todos, idiotas”.
Esas son apenas unas de las frases que acostumbra pronunciar el recién instalado presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte, quien tiene conmocionada a la comunidad internacional, pues en los menos de dos meses que lleva gobernando a su país ha apoyado que las fuerzas de seguridad hayan matado a 2.000 personas, sospechosas de ser delincuentes, especialmente narcotraficantes y adictos.
El ‘Castigador’, como se le conoce a Duterte desde cuando fue alcalde de Davao, en la isla de Mindanao, durante 22 años en distintos periodos, fue promotor de las ejecuciones extrajudiciales de delincuentes. Por eso, el delito en esa ciudad cayó drásticamente, pero eso también fue lo que le hizo subir su popularidad a nivel nacional, en un país afectado por malos indicadores económicos y sociales y en donde miles de personas se han visto obligadas a salir a buscar un mejor futuro en muchos países de Asia y de Europa. (Lea también: Presidente de Filipinas justifica el asesinato de periodistas)
Así, Duterte se presentó a la elección presidencial con una plataforma que incluía un violento discurso contra la delincuencia, recuperación económica y diálogo con el partido Comunista de Filipinas, ilegal en el país, y su brazo armado, el Nuevo Ejército del Pueblo.
Rodrigo Roa Duterte tiene 71 años, es abogado, exfiscal, exalcalde y le gusta que lo llamen ‘Rody’. Nació en la isla de Mindanao, estuvo casado por 25 años con Elizabeth Zimmerman, de ancestros alemanes, con quien tuvo tres hijos, aunque el propio mandatario presume de haber sido infiel y tener otros cuatro hijos con diferentes mujeres.
Algunos en Filipinas y Asia lo llaman el ‘Trump del Oriente’, aunque analistas consideran que en una versión más oscura y radical.
Su gestión de más de dos décadas al frente de la alcaldía de Davao fue cuestionada por organismos como Human Rights Watch, que denunció que tuvieron lugar más de 1.000 muertes desde finales de los años 90 producto de aparentes escuadrones de la muerte. (Además: Rodrigo Duterte, el controvertido nuevo presidente de Filipinas)
Ya como mandatario filipino, Duterte propugna por un enfrentamiento más contundente contra la milicia islamista radical Abu Sayyaf, además de golpear violentamente el crimen organizado y la droga, con un sistema de recompensas para acabar con los líderes. Por eso ha planteado que busca restablecer la pena de muerte por ahorcamiento, abolida desde el año 2006, como “método de venganza contra los criminales”. “Yo creo en la venganza. Si matas a alguien, debes pagar por ello”, ha afirmado Duterte.
En concreto, ha asegurado que quiere imponer la sentencia por ahorcamiento, y no solo para personas que cometan asesinatos, sino también para crímenes relacionados con drogas ilegales, violaciones o robos de vehículos en los que el propietario sea asesinado.

Las causas

En diálogo con EL TIEMPO, Pío García, profesor de la facultad de Finanzas, Gobierno y Relaciones Internacionales de la Universidad Externado de Colombia y especialista en Asia, considera que la figura de Duterte ha logrado tener éxito, pues Filipinas es un país donde por sus “desfavorables condiciones económicas y sociales ha prosperado la delincuencia y el narcotráfico, y la gente ve en él a alguien que con mano de hierro va a bajar la criminalidad”. (Lea: ONU denuncia aumento de ejecuciones en campaña antidroga en Filipinas)
Y es que el llamado ‘Trump del Oriente’ o el ‘Castigador’, gracias a sus políticas contra el crimen, de momento registra unos índices de popularidad superiores al 91 por ciento, según varias encuestas realizadas en los últimos días.
Pero García asegura que a pesar de que el gobierno de Duterte piense que está llevando a cabo una buena labor contra la delincuencia con los ajusticiamientos, “deberá buscar alternativas para combatir el delito que no sean arrasar con esas redadas tan duras”.
El mandatario filipino, quien juró en su cargo el 30 de junio, ha rechazado las críticas internacionales y respondió que “le dan igual” los derechos humanos y la cantidad de muertos porque se trata de una medida necesaria para proteger al resto de filipinos.
Aseguró que continuará su radical campaña para erradicar los estupefacientes a pesar de las críticas de las Naciones Unidas. “¿Por qué es tan fácil para las Naciones Unidas interferir en los asuntos de la república (filipina)? Son solo 1.000 muertos”, dijo Duterte en un discurso con motivo del 115.º aniversario de la Policía tras las críticas por las ejecuciones de supuestos delincuentes. (Lea: Jefes de Policía en Filipinas son acusados de proteger a narcos)
Pero fue más allá. Tras considerar que las críticas de los especialistas de la ONU son “estúpidas”, Duterte calificó a Naciones Unidas de “inútil” y amenazó con sacar al país del organismo internacional y conversar con China y otras naciones africanas para fundar una nueva institución.

Deslenguado

El mandatario filipino también muestra una faceta muy diferente, al menos en público, a la de cualquier presidente en el mundo con su leguaje procaz. En noviembre del 2015, durante el discurso de lanzamiento de su campaña a la presidencia, Duterte se refirió al papa Francisco como “hijo de puta” por haber provocado congestión vehicular durante una visita al archipiélago, un país donde el 80 por ciento de la población se identifica como católica.
Con igual calificativo, y adicionalmente de “gay”, llamó hace tres semanas al embajador de Estados Unidos en Manila, Philip S. Goldberg. El mandatario se quejaba, pero de la peor manera, de la interferencia de Estados Unidos en el proceso electoral y, en concreto, del embajador Goldberg por expresar su preocupación por las ejecuciones extrajudiciales.
Florentino Rodao, profesor de la Universidad Complutense de Madrid y especialista en Filipinas, le dijo a EL TIEMPO que otro factor que hace parte del éxito de Duterte es que él “representa valores de la provincia pobre y alejada de Manila, la cual busca una mayor descentralización, a diferencia de varios de los recientes presidentes filipinos provenientes de las familias acomodadas de la capital”.
Pero el analista español enfatiza en que “Duterte es un populista con ínfulas de caudillo” que, como tal, no tendría nada de extraño que busque cambiar la Constitución para quedarse en el poder, aunque también considera que “si comienza a incurrir en errores, esa gran popularidad podría revertirse”.
De momento, según Rodao, el presidente Duterte “ha estado amarrando a la policía y al ejército con un mayor presupuesto” y la vía libre para que lleven a cabo su política de mano dura contra la delincuencia, pero también se expone a ganarse problemas con la comunidad internacional, pues no es dado a la política exterior, y las voces de protesta subirán de nivel.
Rodao concuerda con que el país tiene graves problemas económicos y sociales que se manifiestan en hechos como la sobrepoblación, pues no hay políticas de planificación familiar, y más del 10 por ciento de la economía la representan las remesas que envían los trabajadores desde el exterior.

Proceso de paz, la excepción

El Gobierno filipino y el Frente Democrático Nacional de Filipinas (NDFP), que representa a la rebelión comunista, acordaron decretar un alto el fuego unilateral de manera indefinida y promover la amnistía de presos políticos. El gesto se dio luego de cinco días de reuniones en Oslo y en las primeras conversaciones en cinco años sobre un conflicto armado de casi medio siglo de duración y que ha cobrado 30.000 muertes.
En la capital noruega se acordaron otros cuatro puntos para ratificar acuerdos previos, reconstituir la lista que otorga inmunidad a los negociadores del NDFP, la liberación de presos y aceleración del proceso. Las partes, que se volverán a reunir en Oslo del 8 al 12 de octubre, coincidieron en su intención de cerrar en seis meses un acuerdo que incluya reformas económicas y sociales.
HOLMAN RODRÍGUEZ M.
Redacción Internacional
En Twitter @holmanrodriguez
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