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'Esta crisis no se desactiva arrinconando a Corea del Norte': experto

Amenazas de Pyongyang deben ser enfrentadas con diplomacia, para evitar un conflicto mayor.

El desafío que implica para la comunidad internacional lidiar con el discurso belicista de Corea del Norte no se hace más sencillo por el hecho de que debe tratar con un país empobrecido y, para todos los efectos, derrotado. Al contrario, es debido a estas circunstancias que la calma y la visión se hacen más necesarias.
La genialidad del Klemens von Metternich, de la dinastía Habsburgo, a la hora de dar forma a un nuevo orden internacional tras las guerras napoleónicas, fue no haber arrinconado a una Francia derrotada. Aunque Metternich buscó desestimular cualquier resurgir francés, restauró sus fronteras de antes de la guerra.
En contraste, como ha afirmado Henry Kissinger, los vencedores de la Primera Guerra Mundial no pudieron disuadir a una Alemania vencida, ni proveerle con incentivos para aceptar el tratado de Versalles. En cambio, impusieron términos muy duros, esperando debilitar a Alemania para siempre. Sabemos bien cómo terminó ese plan.
John F. Kennedy seguía el molde Metternich. Durante la crisis de los misiles no trató de humillar o vencer del todo a la Unión Soviética. En su lugar, se puso en los zapatos de Nikita Khrushchev y accedió a retirar, de manera secreta, los misiles americanos en Turquía e Italia, a cambio del retiro de los misiles soviéticos en Cuba. El pragmatismo de Kennedy evitó una Tercera Guerra Mundial.
Tristemente, Corea del Norte nunca ha alternado con hombres de Estado con visión de largo plazo. Enfrentados a este peligroso juego nuclear, debemos preguntarnos qué habría pasado si, en los últimos veintitantos años, el problema norcoreano hubiera sido enfrentado con la sagacidad de Metternich y de Kennedy.
Por supuesto, Corea del Norte no es la Francia de comienzos del siglo XIX o la Unión Soviética de 1962. A los ojos de los líderes del mundo occidental (incluyendo a los japoneses), nunca ha sido más que un pequeño país, siempre al filo, cuyos fracasos económicos parecen tenerlo permanentemente a un paso de la destrucción.
En su mayor parte, los líderes mundiales prefirieron no molestarse en pensar en Corea del Norte, y por eso reaccionaron de manera ad hoc cada vez que desde allí se planteó un problema de seguridad. Pero ahora, dadas las recientes pruebas nucleares y su cada vez mayor capacidad de lanzar misiles balísticos, ese método no resulta sostenible.
La mejor oportunidad de solucionar el problema ocurrió inmediatamente tras la caída de la Unión Soviética, en 1991. Por entonces, Kim Il-sung -el patriarca del Norte- enfrentaba el colapso económico, la disminución de su fuerza militar convencional y un casi total aislamiento diplomático.
En entrevistas con el diario japonés Asahi Shimbun y con el estadounidense The Washington Times en marzo y abril de 1992, Kim expresó con claridad su deseo de establecer lazos diplomáticos con EE. UU. Pero los líderes en Washington y en Seúl no estaban listos para recibir la apertura del clan de los Kim.
Las ideas que tenían sobre Corea del Norte les impidieron reconocer una realidad política que cambiaba rápidamente.
Otra oportunidad perdida llegó más tarde en esa misma década. Si Corea del Norte hubiera respondido a tiempo a la visita que en mayo de 1999 hizo William Perry, enviado de Estados Unidos, la política del presidente Bill Clinton de interacción con el Norte podría haber evolucionado hacia una búsqueda de la normalización de las relaciones diplomáticas. En cambio, Corea del Norte quemó tiempo, enviando a su vicemariscal Jo Myong-rok a los Estados Unidos apenas en octubre de 2000. Pocos meses después, el recién elegido George W. Bush echó atrás la iniciativa de Clinton.
Aún recuerdo las dificultades que enfrenté, como canciller surcoreano, para convencer a oficiales de la administración Bush de negociar con Corea del Norte en lugar de limitarse a esperar a que Pyongyang capitulara. Por entonces, Corea del Norte estaba reactivando sus instalaciones nucleares de Yongbyon y produciendo plutonio, con lo que fortaleció su posición para negociar. Un tiempo precioso se perdió antes de la primera prueba atómica en el 2006. Si bien Bush cambió su política hacia una de negociaciones bilaterales unos cuantos meses después, el régimen de los Kim se había vuelto para entonces mucho más obstinado.
El comportamiento de Corea del Norte se ha hecho más volátil desde entonces. Al hundir una corbeta surcoreana y al disparar contra la isla de Yeonpyeong en 2010, tomó un curso de acción sin precedentes y elevó las tensiones entre las Coreas a su nivel más alto en décadas. Hoy, poco después de la tercera prueba atómica del Norte, parecemos haber entrado en una situación, incluso, más precaria, con el régimen declarando que jamás abandonará su programa nuclear.
¿Qué debería hacerse? La primera opción debería ser suspender cualquier nueva provocación a través de la diplomacia. Pero alcanzar ese objetivo dependerá de la colaboración China, y eso requiere que se reconozcan los intereses vitales de seguridad nacional de Pekín. China no solo teme las consecuencias sociales y económicas de una implosión norcoreana, sino también las consecuencias estratégicas de una reunificación; en particular, que EE. UU., mediante su alianza con Corea del Sur, gane acceso a territorios en su frontera.
Una simple declaración de Washington para dejar claro que no tiene intención de usar esta ventaja militar no lograría despejar los temores del gigante asiático. Los líderes chinos recuerdan que Washington le prometió al presidente soviético Mijail Gorbachov que la reunificación alemana y la transición democrática en Europa del Este no significarían una expansión hacia el oriente de la influencia de la OTAN. Así que hace falta una acción más concreta, una que atienda la base de las preocupaciones de seguridad de Norcorea . Solo después de que tenga esta seguridad podrá China liberarse de toda complicidad en la política de riesgo calculado de Pyongyang y podrá así controlar mejor el comportamiento de su aliado.
Pero la cooperación china, aunque necesaria, no resolverá del todo el problema de Corea del Norte. Una aproximación comprensiva debe reconocer la velocidad de los cambios internos, en especial en las mentes de norcoreanos ordinarios. Para ponerlo de manera simple, los habitantes de Corea del Norte no están tan aislados como lo estuvieron alguna vez y conocen con creciente certeza de su empobrecimiento, en particular por el cada vez mayor comercio y las cada vez más cercanas conexiones con China.
* Excanciller surcoreano
Régimen de Kim Jong-un habría movido un misil a su costa este
Seúl (AFP). Corea del Norte movió lo que parece ser un misil de mediano alcance Musudan a su costa este, informó ayer la agencia de noticias surcoreana Yonhap, citando a múltiples fuentes cercanas a autoridades de la inteligencia de Estados Unidos y Corea del Sur.
No estaba claro si el misil estaba equipado con una ojiva, si Corea del Norte planeaba lanzarlo, o si solo lo trasladaba como una exhibición de fuerza, dijo una fuente del gobierno surcoreano, según Yonhap.
Se cree que el misil Musudan tiene un rango de 3.000 kilómetros o más, lo que pondría a toda Corea del Sur y Japón dentro de su rango, y posiblemente al territorio estadounidense de Guam, en el océano Pacífico.
No se cree que Corea del Norte haya probado estos misiles, según la mayoría de los expertos independientes.
Por otra parte, Corea del Norte bloqueó ayer el acceso de cientos de empleados surcoreanos al complejo industrial intercoreano de Kaesong por segundo día consecutivo, indicó un periodista de la AFP cerca de la frontera de las dos Coreas.
El complejo, preciosa fuente de divisas para el Norte, fue inaugurado en el 2004 con la voluntad de establecer una cooperación entre las dos naciones.
Yoon Young-kwan
Project Syndicate
Berlín.
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