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¿Somos solo los colombianos?

La semilla está en unos y explota durante esos días especiales porque la festividad lo precipita.

MAURICIO SALAS
"Es importante detectar a las personas con potencialidades de riesgo, y generar fenómenos sociales y procesos pedagógicos de respeto por el otro y por todos los organismos vivos".
¿Por qué actuamos agresivamente, violentamente, los colombianos al momento de celebrar? ¿Qué nos lleva a “festejar” así?
Habría que hacerse una pregunta inicial: ¿Somos solo los colombianos? En diferentes lugares del continente y el mundo existen fenómenos de violencia asociados a momentos de júbilo y celebración, así como a momentos de frustración importante. Lo que uno siente es un fenómeno que se ha ido generalizando y esto llama la atención. Lo segundo, es que habría que discriminar claramente entre el acto violento y la violencia; es decir, entre seres humanos que tienen la potencialidad de ser violentos y la violencia, la suma de todos estos actos violentos como un fenómeno social. Y lo tercero, es cómo o por qué todos esos jolgorios, esos fenómenos de alegría, se desbocan. Y generalmente, hay una asociación directa en las celebraciones en nuestro país y por qué no decirlo, en el continente, y es la asociación de alegría, de euforia, de júbilo, de entusiasmo, de celebración, con el alcohol. El alcohol como gran catalizador de los fenómenos de violencia, y obviamente, el desenlace de actos violentos.
Desde el punto de vista fisiológico, ¿cuáles factores hay para que algunas personas se tornen violentas al celebrar? ¿Hay algunas características físicas que hacen esto más factible?
Quizás lo que nos diferencia a los seres humanos de otras especies, es que tenemos un poco más ensanchada la corteza cerebral. El cerebro, desde el cerebro primario, ha tenido diferentes estructuras: existen unos impulsos básicos; luego, viene un techo superior que está dado por los sentimientos, los afectos, las emociones; y un tercer techo, que es la capacidad de pensar, de aplazar esos impulsos primarios o básicos. Al parecer, en algunas personas, por características propias de su personalidad o por enfermedades particulares, este último es mucho más permeable. Entonces, algunas enfermedades están relacionadas con actos violentos. Lo segundo, es que el alcohol y el consumo de sustancias sicoactivas diluye la conciencia, de tal manera que los fenómenos mentales que permiten frenar esos impulsos en la corteza frontal, se disuelven de manera significativa. Y lo tercero, sin duda, son fenómenos que pertenecen a aspectos sociales; es decir, muchos elementos asociados a la frustración, a las desigualdades, a la inequidad; terminan siendo un factor de riesgo para que esas conductas violentas se presenten.
¿Esta violencia tiene algo que ver con una naturaleza intolerante de los colombianos? ¿Somos más violentos que otros?
En realidad, lo que vemos es que esto es un fenómeno que se generaliza. Yo no me atrevería a hacer una afirmación de esas características, que los colombianos son más violentos que otros por razones biológicas, yo no lo diría.
¿Qué genera ese impulso agresivo, entonces? Una cosa es el alcohol, pero ¿qué más actúa como detonante?
Hay elementos que precipitan la situación. Decíamos que lo primero son las enfermedades, es decir, la psicopatología per se, y tendríamos que ver el alcohol como otro gran catalizador. Esto, relacionado con una serie de fenómenos sociales, como: la frustración, la inequidad, las desigualdades -terminan siendo una forma de expresión-. El otro gran fenómeno es que se da una serie de conductas de imitación que parecen impredecibles. Muchas veces, la gente sigue, sin saber por qué, a las personas. Entonces, las conductas violentas en esos fenómenos de expresión social terminan siendo formas de imitación social. Tenemos ejemplos en todo sentido: el ejecutivo formal que presenta una situación personal de frustración y muestra una conducta violenta en la emotividad del partido de fútbol o defendiendo a su equipo. Está también otro proceso: el de frustración constante asociada a fenómenos de desigualdad; cada vez existen más hipótesis que determinan esto como el elemento catalizador.
¿Qué opina ante los reclamos de muchos que alegan que eventos como las corralejas no pueden tocarse, por tratarse de tradiciones culturales?
Las corralejas, las riñas de gallos, las corridas de toros, entre otros, son formas de expresión heredadas de la colonización española. Todas son fenómenos de amplísima tradición. Las ferias de San Fermín, en Pamplona, podrían asociarse en alguna forma a las corralejas; de manera más organizada, pero no con la expresión violenta, sino en la celebración, en el jolgorio. Quizás, aquí, en Colombia, lo que se ve, es una serie de situaciones mucho más artesanales, más primarias, por las características de nuestro desarrollo. Ese tipo de conductas violentas tendrían que tener unas explicaciones mucho más específicas, es decir, fenómenos aislados; pero en la celebración, en el jolgorio, seguramente no podríamos decir que este tipo de celebración es única y exclusivamente nuestra.
Y ante la violencia contra los animales -que se ha presentado últimamente-, como el linchamiento de un toro y un caballo, y el asesinato de un perro, ¿qué decir?
Para ciertas poblaciones, la consideración por los animales está minimizada por tradición cultural. En ellas, estos organismos, supuestamente inferiores, no merecen ningún tipo de respeto; como no sienten o no piensan, pueden ser atropellados. Es un acto de dominación y un acto violento, y cuando digo acto violento, me refiero al individuo que termina generando un proceso colectivo. El respeto por los animales -por lo que decíamos anteriormente- no existe, porque lo único que importa es que son elementos de mi propiedad que me permiten sobrevivir. En esto preocupa lo que está asociado abajo, en la base, y es allí donde hay que intervenir. Este aspecto, desde luego, debería ser una preocupación neurálgica del Estado.
Diciembre es una época particularmente violenta, de riñas…
Sí, claro. De hecho, las campañas se encaminan sobre fechas particulares porque en esos momentos están los picos de violencia. Pero eso de lo que hablo: la potencialidad, la semilla, está allí, en algunos, y explota durante esos días, porque ese “algo”, la festividad, que es de lo que estamos hablando, lo precipita. De alguna manera, está allí, silenciosa, en muchos que son portadores sanos el resto de los días, por decirlo de alguna manera.
¿Influye el uso de sustancias como el alcohol y otras drogas? ¿Qué pasa en el cuerpo, en el cerebro, cuando alguien se expone a esa combinación euforia-drogas?
En términos clínicos, es uno de los factores de riesgo más altos. Fue una sombra el conflicto armado en Colombia, que se relacionó con las grandes cifras de violencia. Pero, por ejemplo, por citar solo cifras de la década de los ochenta, el conflicto armado no ponía la quinta parte de las víctimas. El 80 por ciento estaban más relacionadas con hechos cotidianos; no con la celebración masiva -es decir, la clasificación al Mundial-, no, sino con el Día de la madre, con el 31 de diciembre; todavía hay algunos personajes que siguen haciendo disparos al aire. Y el gran catalizador, el compañero permanente de todas esas fechas y todas esas situaciones, ha sido el alcohol. El alcohol es una de las sustancias más asociadas a la violencia y a las muertes violentas.
Fisiológicamente, nosotros tenemos unas estructuras biológicas y psicológicas que son como unas cuerdas, como un globo que mantiene las capacidades psíquicas, la estructura psíquica y las formas de funcionamiento social. Biológicamente, el alcohol interfiere sobre algunos de los neurotransmisores, fundamentalmente sobre el gran inhibidor del cerebro; y el cerebro se vuelve como un caballo desbocado, y todos esos fenómenos de control, de autocontrol, se diluyen. Por eso vemos que el alcohol, no solo asociado a la conducta violenta, sino a otras formas de expresión que están escondidas en el psiquismo, es el gran facilitador para que estas se expresen. Obviamente, hay algunas sustancias psicoactivas que son aún más estimulantes, más activadoras; por ejemplo, la cocaína y los derivados de cocaína, que terminan siendo activadores centrales y favorecen una conducta de riesgo, facilitando la presencia de actos violentos.
El país financia gran parte de la educación y la salud con cerveza y aguardiente, ¿por qué seguimos insistiendo en ese esquema?
Puede existir de alguna manera una forma de contradicción interna, pero yo creo que no es así. Actualmente, hay discusiones muy grandes y uno de los temas polémicos hace algunos años era si la Cola y "pola", por ejemplo, que tenía algunas formas de alcohol, podía venderse libremente a menores de edad. En los últimos tiempos ha surgido cierta conciencia de que el alcohol, así como el tabaco –que en una época era motivo de admiración social–, tiene riesgos, implica riesgos. Y sí, seguramente muchas de las finanzas están allí ancladas, pero también, es cierto que muchos de los problemas son relacionados con el consumo indiscriminado de alcohol.
¿A quién le corresponde asumir la solución del problema de la violencia en las celebraciones?
Si partimos de la premisa de que esto obedece a características biológicas, es decir, a problemas sanitarios y a algunas enfermedades mentales potencialmente violentas, a ciertas formas de personalidad, y a eso le sumamos que las inequidades sociales son factores de riesgo para la expresión de esas conductas, el tema es transectorial. Las personas que constituyen un factor de riesgo, pueden ocasionar actos violentos y generar fenómenos de violencia, deberían ser detectadas tempranamente; debería haber una intervención precoz. Este es un problema que compete a todos los agentes sanitarios, un problema de salud específico. Y cuando digo transectorial, quiero decir que, además, deberían generarse fenómenos pedagógicos, procesos de educación, respeto y tolerancia por el otro; el problema, entonces, es también un tema de educación. Es evidente que la violencia debería ser acogida y creo que en este momento así lo es, como un problema de Estado que debe significar un compromiso mucho más profundo, sobre todo en las áreas de la salud y la educación.
¿Es un problema de salud pública? La situación se presenta desde hace muchos años y de pronto no le hemos dado el cuidado adecuado, ¿qué piensa de esto?
Hace rato quedó claramente determinado que la violencia era un problema de salud pública. El estudio del CENDEX, el Centro de Estudios Económicos de la Javeriana, del 2008, estableció que -tomando una medida universal para evaluar el impacto de las enfermedades- la violencia es la quinta causa clínica en generar discapacidad, medida en años de vida saludables ("Avisas"), dato que fue corroborado en la reciente publicación del mismo centro, en el 2013. Si se remite uno a años atrás, cuando la muerte se acercaba más a picos de edad entre 25 y 30 años, es decir, gente con capacidad productiva muy importante -y la mayoría de las muertes violentas estaban en esos picos-, es claramente un problema de salud pública. Yo siento que el Estado hace rato entendió esto y el asunto se ha convertido, de alguna manera, en una preocupación grande, porque se ha comprendido que este es un país fracturado en su base y debemos hacer algo para aprender a tolerarnos y a convivir, a coexistir entre nosotros.
¿Existen otros estudios o están desarrollándose algunos más en la misma línea?
Tanto a niveles local como nacional hay estudios, pero siento que ha decrecido el número de ellos. Lamentablemente no hay una revista especializada en el tema; hubo algunas que tocaban temas sociopolíticos y situaciones en ese sentido, pero no hay publicaciones permanentes. La Organización Panamericana de la Salud, la Secretaría de Salud, el Ministerio, tienen estudios aislados, de acuerdo con preocupaciones específicas. Quizás, lo que ha sucedido es que ahora se tratan temas como violencia intrafamiliar, violencia de género, que son formas de expresión de violencia que también merecen atención especial.
¿Qué debe hacer el Estado, en temas de salud, para ayudar a controlar esta problemática?
Pensaría en dos tipos de acciones: primero, del sistema sanitario, y segundo, del sistema educativo. Si partimos de la premisa de qué es un acto violento y que los actos violentos tienen una forma de expresión de la conducta que conllevan a eventos de violencia, el sistema sanitario debería identificar factores de riesgo que tienen que ver con la salud mental. Es decir, salud mental en la medida en que la violencia sea algo que nos preocupe. No todo el mundo coge a patadas a un caballo o a un perro en la calle y menos le quita la vida a un ser humano; esto implica que hay algunas personas que tienen unas posibilidades de riesgo y el asunto compete al sistema sanitario, tanto en detección de enfermedades tempranas mentales, como en formas de personalidad. Lo segundo, es que el sistema educativo debe generar –así como hoy lo hace en el tema de medio ambiente–, una serie de procesos pedagógicos que permitan reconstruir el entramado social. Este proceso tiene que surgir de la premisa de que soy capaz de respetar al otro, de respetar la diferencia, de construirme de manera distinta, de darle espacio a una opinión contraria y pensar que no solo yo tengo la razón, sino que el otro puede tenerla también o al menos, parte de ella.
¿Debería ser una política integral desde el Estado?
Claro. Hoy estaríamos hablando de la violencia en épocas de festividad, en las emociones. Y deberíamos saber que si estalla en esas épocas es porque está allí la semilla y viene algo: la época, la festividad, la alegría, y esto hace que la violencia se active. Si nosotros detectáramos tempranamente esto y lo determináramos de manera anticipada, quizás en esas épocas particulares de que hablamos hoy, no estallarían estos brotes.
¿Qué puede hacer el Estado para que la gente sienta que está actuando con el fin de resolver el problema de violencia en las celebraciones?
Los intentos deben ser diarios. Durante el Mundial de Fútbol pasado, en los momentos de gloria por los resultados del equipo, se tomaron acciones como la ley seca y se intentó encaminar una serie de medidas que frenaran y disminuyeran esas formas de conducta. Yo creo, sin embargo, que esto no debe ser “flor de un día”, intervenciones frente al momento de crisis, del manejo de la urgencia, sino una decisión que obedezca a procesos mucho más hondos, de transformaciones mucho más profundas, entre ellas: detectar a las personas con potencialidades de riesgo, generar fenómenos sociales y procesos pedagógicos de respeto por el otro y por todos los organismos vivos. Si uno ve, estas preocupaciones de la violencia también tienen una supraexpresión, que es todo lo ecológico: el respeto por la naturaleza, por los organismos vivientes -incluso los que no tienen cerebro, como las plantas-. Todo esto tiene que obedecer a una gran política.
Perfil
Médico del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, con especialización en siquiatría de la misma universidad. Es asesor y consultor en diversos medios de comunicación, en temas de salud mental. Expresidente de la Asociación Colombiana de Sociedades Científicas y presidente de la Asociación Siquiátrica de América Latina. Es también director de la Clínica Campo Abierto y del Grupo Cisne, instituciones que desarrollan programas de bienestar del paciente, calidad de vida, estudios de investigación y proyectos académicos en el área de salud mental. Profesor de Siquiatría y Salud Mental de la Universidad del Rosario (últimos 20 años).
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