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Un nombre menos en la lista de los muertos que nadie reclama

Gonzalo Delgado murió de frío en abril del 2013 en una calle de Bogotá. Llevaban 4 años buscándolo.

MARCELA HAN*
Gonzalo no fue víctima del conflicto armado. Nunca fue reportado como desaparecido, y en el expediente judicial de su caso no se señalan responsables. Quizá por eso, porque no hay nadie a quién culpar, fue para su familia, los Delgado Torres, tan doloroso encontrar su nombre en la lista de las más de 15.000 personas que, en los últimos nueve años, han ido a parar a fosas comunes y tumbas que nadie visita a pesar de que estaban plenamente identificados.
Llevaban más de cuatro años de no saber nada de él, y muchos más desde que Gonzalo se perdió en el mundo del trago y la vida en la calle. (Además: 'Algunos han desaparecido dos veces: en vida y en el cementerio')
A finales del año pasado, Juan Carlos, el hijo menor de su hermana Luz Marina, decidió escribir su nombre en el buscador de personas del especial ‘Los muertos que nadie reclama’, habilitado desde la página web de EL TIEMPO en alianza con el Instituto Nacional de Medicina Legal. Ese día, los Delgado Torres supieron que Gonzalo estaba muerto, pero, dice Luz Marina, al menos tuvieron el alivio de saber de él después de tantos años de incertidumbre.
“Nunca es fácil aceptar su suerte”, dice la mujer, que hoy tiene 70 años. Ella era menor que él, y sus tres hijos y cuatro nietas conocían bien la historia del hermano perdido. “Pensé en mi tío, escribí el apellido y se me hizo conocido el segundo nombre de la lista”, recuerda Juan Carlos. “No me acordaba de su segundo nombre, así que mi esposa llamó a mi papá para constatar, y sí, era él”, dice. Una nueva consulta, esta vez con el número de cédula, volvió a dar resultado positivo.
Ese mismo día, un jueves, Luz Marina y su esposo fueron hasta Medicina Legal. Allí les dijeron que Gonzalo había muerto en abril del 2013 y que en octubre del año pasado sus restos fueron enviados al parque Serafín, el cementerio público del sur de Bogotá donde terminan los muertos no reclamados y los Sin Nombre. El cuerpo estuvo más de dos años en la morgue del Instituto.
En Medicina Legal les confirmaron el código que encontraron en el buscador de EL TIEMPO (que, en esencia, es el registro de defunción) y les dieron las instrucciones para ubicar su tumba.
Al día siguiente, viernes, Luz Marina y su esposo emprendieron el camino desde su casa en el barrio Santa Catalina, de Kennedy, hasta Ciudad Bolívar, donde queda el parque Serafín. “Queríamos encontrarlo, pero a la vez esperábamos que no fuera él”, confiesa la hermana. Por disposiciones legales, los Delgado Torres deben esperar un año más para poder retirar el cuerpo de la tumba provisional y entonces, sí, sepultarlo en familia. (Con 500 bóvedas en Buenaventura buscan evitar pérdida de cuerpos)
Las historias
Gonzalo murió de frío en la calle, según el acta de levantamiento que hizo la Unidad de Reacción Inmediata (URI) de Ciudad Bolívar. Para la familia terminó la zozobra, pero, dice Luz Marina, no puede dejar de pensar en las otras miles de familias que están en su situación. “¿Cuántas no saben nada de sus seres queridos y piensan que están bien, que están vivos?”, se pregunta. Al lado del nicho de Gonzalo están los restos de un hombre nacido en Pasto: “¿Su familia, estando tan lejos, tendrá idea de que él murió en Bogotá?”.
Gonzalo nunca pudo superar la pérdida de su primera esposa. Empezó a desentenderse de todo y, al poco tiempo, estaba en las calles. Su madre tenía una tienda en el barrio Claret, localidad Rafael Uribe Uribe, y por allí se aparecía de vez en cuando. Pero cuando la familia se mudó de barrio se perdió todo contacto. “Él ya nunca recurrió a la familia”, dice Juan Carlos. Las veces que lo fueron a buscar no lo hallaron. Después supieron que se les escondía. Y en el último intento que hicieron les dejó en claro que no quería nada con ellos. Luz Marina se lo encontró un día, y él la sacó con un lacónico “no me busque más”. Eso fue en el 2011. Dos años después estaba muerto en una calle.
Historias como las de Gonzalo se cuentan por miles. Muchas son de personas que se alejan de sus familias por cualquier razón y cuando fallecen ya no hay nadie que pregunte por su suerte. Otras, dice el médico Carlos Valdés, director de Medicina Legal, son víctimas del conflicto o la delincuencia y sus familias nunca los reclaman por temor a represalias o a la estigmatización social. Y en muchos más, simplemente, las familias son tan pobres que no tienen cómo enterrarlos y prefieren que lo haga el municipio.
Esos casi 15.000 cuerpos que están plenamente identificados y no tienen un doliente están sepultados en más de 1.000 cementerios del país. Tan solo en Bogotá hay 2.014 cuerpos sin reclamar. En Medellín son 1.633, y en Cali, 774. Hay 603 en Pasto, 423 en Florencia y 402 en el cementerio de San José del Guaviare. Muchos de los cuerpos de ese camposanto son de guerrilleros muertos en combate con la Fuerza Pública.
En el marco del compromiso de encontrar a las 89.974 personas reportadas como desaparecidas en el país (de estas, unas 30.000 por el conflicto), el Ministerio del Interior, el Comité Internacional de la Cruz Roja, Fiscalía y Medicina Legal han ‘barrido’ 265 cementerios, muchos de ellos en zonas rurales, y han encontrado que 4.313 personas identificadas nunca fueron reclamadas. En esos camposantos han encontrado también la macabra cifra de 23.882 cuerpos sin nombre.
Jenny Martínez, coordinadora del proyecto 'búsqueda de personas no identificadas en cementerios’ de la Dirección de Derechos Humanos del Ministerio del Interior, dice que en muchas regiones ya es imposible seguir el rastro porque los restos se perdieron por causa del desorden con el que algunos cementerios manejaban los cuerpos de los muertos sin doliente. “Independientemente de la causa de muerte, la entrega de restos es el resarcimiento máximo frente a una desaparición”, dice.
Al tiempo con la tarea de recuperar los registros en los cementerios avanza otra lucha por la memoria, esta vez en los laboratorios científicos de Medicina Legal y la Fiscalía. En Villavicencio está funcionando hace dos años un enorme centro a donde llegan las muestras de sangre y saliva de los familiares de desaparecidos, y que son recogidas en jornadas masivas para obtener muestras de ADN que luego son cotejadas con los restos óseos recuperados de cementerios y tumbas clandestinas. En este lugar, con la más avanzada tecnología se obtiene una lista de parejas de números que son únicos: son códigos que se convertirán después en una huella o una cédula de ciudadanía y, con el tiempo, es una noticia para una familia que estaba en la incertidumbre.
MARCELA HAN
Reportera de EL TIEMPO
* Con la Redacción Justicia de EL TIEMPO
MARCELA HAN*
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