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La travesía de un libro inacabable

Camilo Rendón recorre el país recogiendo en un libro las opiniones de los colombianos sobre la paz.

JAVIER FORERO
Un país en el que la gente solo muera de amor.
Ese deseo, tan irreal, tan lejano de una Colombia que se acostumbró a recoger muertos de los ríos, bien puede parecer una ingenuidad. Pero hay una obra, bautizada El libro de la paz escrito por nosotros, en la cual todos los pensamientos encuentran su espacio.
Resulta casi imposible que toda Colombia quepa en apenas 23 × 29 centímetros. Pero eso es justamente lo que intenta Camilo Rendón con este libro sobre en el cual puede escribir quien lo desee, sin importar sexo, estrato ni filiación política, para que todos podamos plasmar nuestros pensamientos en torno a lo que los une: la paz.
Camilo, de cuerpo menudo y amante de la rutina bohemia, tiene 16 años, pero la fiereza de sus palabras indica muchos más, madurados a fuerza sobre el lomo del conflicto. Tiene una mirada profunda, que apenas refulge cada vez que libera un pensamiento.
“Esa gente marginada, esa gente que ha vivido la guerra es la que sufre los problemas de Colombia. Esas personas no tienen la oportunidad de expresarse o adentrarse en ese mundo de la paz. Lo que hace el libro es permitir que en estas páginas entre todo el país”, expresa.
Esta obra, que carga siempre bajo el brazo, ya completa casi 600 páginas, con reflexiones de víctimas, desmovilizados, vendedores informales, intelectuales, políticos y dos nobel de paz.
Página tras página aparecen todas las Colombias, porque no hay solo una. La Colombia de María Fernanda, una niña de siete años que escribió: “La paz es amor”. Pero también la de Ciro Guerra, creador de la película El abrazo de la serpiente, para quien “la paz está en el cementerio”.
Cada pensamiento es un retazo de país. Un lugar particular que, como si fuera un destino de vida, Camilo se ‘condenó’ a caminar. Cada esquina de las 20 ciudades en las que ha estado suena y huele diferente.
Y así, caminando por Colombia, aparece la terrible ópera de la muerte, en los gestos de cadáveres petrificados. La muerte dejó su trazo en miles de rostros. En cada músculo del país, el gesto no es el de la sorpresa, porque nadie tuvo tiempo ni siquiera de morir. Fue tan repentina la intensidad de la guerra que todos los rostros guardan solo ese mínimo instante en el que ya no se está vivo pero tampoco se ha muerto.
Pero, ahí mismo aparece una tierra vasta y productiva, bañada por dos océanos, que se menea al ritmo del acordeón, el paganismo de la cumbia y el verso improvisado.
“La paz está en la calle, está en el centro de Barranquilla, Bogotá o San Bernardo del Viento. La paz está en las plazas, en la alegría del estudiante o en el rostro del trabajador. Allí se unen los pensamientos de los personajes más ilustres junto a los héroes anónimos”, cuenta Camilo mientras recorre las calles de su natal Soledad, Atlántico.
Inclusión
Firmas con todo tipo de letra, dibujos u ortografía arbitraria, cualquier forma es válida para expresar un pensamiento de paz, pero todos los escritos guardan un elemento en común: en ninguno se identifica la profesión de quien lo hizo.
“Ese es el principal estereotipo de la humanidad, llamarnos por el nombre que nos otorga un título. La idea es desenmascarar a la humanidad para mostrar su verdadera esencia, a través de encontrar un pilar tan importante como es el de la paz”, apunta Camilo, quien además recuerda que él apenas está a punto de graduarse de bachiller.
Hasta la persona más humilde puede tener una lección para enseñar. “Siembra la semilla de la paz en tu corazón, abónala con amor, riégala con honestidad, deja que entre la luz del perdón. Cuando dé fruto, regálala al mundo”, escribió Lewis, vendedor de libros.
Jon Lee Anderson, escritor estadounidense, firma el libro de la paz en Barranquilla. Archivo particular
“Luchar por la paz puede parecer una ingenuidad. No hacerlo es una ingenuidad aún mayor”, apuntó por su parte Moisés Naím, escritor venezolano.
Algunos de los relatos invitan a la esperanza, otros son de melancolía y unos tantos fueron escritos desde los lamentos. Pero a todos los une el recuerdo. La memoria.
“Nos estamos olvidando de una parte de la historia de Colombia, nos va a tocar hacer como en Macondo: poner letreros, pero esta vez no van a decir ‘la vaca que ordeña’, sino ‘recuerden que después del proceso de paz del 91 mataron a este y a este’. Así, con nombres y apellidos”, expresa Camilo.
Cenizas de los 90
El libro de la paz nació en el contexto de la reinserción del Ejército Popular de Liberación (Epl), en 1991, cuando un joven, desmovilizado de este grupo y adherido a la vida fuera del campo, sin olvidar sus principios y su causa, decidió hacer un libro escrito por todos que se llamó El libro blanco por la paz.
“¡Pero un trágico final abarca la historia de este primer libro! –exclama Camilo–. Ese joven me comentó que la obra había desaparecido en una de las oficinas donde se atendía a los reinsertados en Barranquilla. Lo quemaron con todas las esperanzas que tenía él sobre la paz. Ese joven es hoy mi padre, Luis Rendón”.
Tenía la misma esencia y el mismo objetivo: la esencia era la inclusión social y el objetivo, llenarlo con pensamiento acerca de la paz.
Personajes como Jaime Garzón, Antonio Navarro y Horacio Serpa, junto con desplazados, campesinos, prostitutas y vendedores ambulantes escribieron en ese primer libro.
“Hace dos años, él me comentó la idea y decidí retomarla. Mandamos a empastar el libro con una y media resmas de papel”, recuerda Camilo.
El libro parece tener un número limitado de hojas, pero es realmente inacabable, pues en cualquier lugar donde haya alguien dispuesto a expresarse, una página se abrirá de nuevo.
“Es un proyecto que hace parte de mi existir y del existir del otro. Este libro se va a acabar para mí cuando me llegue la hora. Es una obra tan grande que puede durar toda la vida, porque recorreré con él hasta donde me alcance el tiempo y el caminar”.
El libro es una historia de inclusión. Pero entre sus páginas se esconde un propósito noble y conmovedor, porque habrá quienes nunca podrán escribir allí su pensamiento.
Es un homenaje a las víctimas. A los que no volvieron. A los que un día desaparecieron y por los que no se pudo volver a preguntar.
JAVIER FORERO
REDACCIÓN POLÍTICA
JAVIER FORERO
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