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'Aceptar el error es lo que realmente te hace libre': Adriana Arango

La periodista, ya libre, eligió tres lugares de Bogotá para hablar sobre el encierro y el renacer.

"Teníamos una empresa de comercialización de flores. Decidimos empezar a cultivar en La Sabana (Bogotá). Para poder crecer: hacer todo el montaje de los equipos y la compra de las plantas, nos prestaron plata personas conocidas, amigos, familiares; y no la pudimos devolver porque el préstamo con la Bolsa Nacional Agropecuaria nunca salió. Ensillamos sin tener las bestias, crecimos demasiado confiados en que nos iban a entrar unos recursos. Todo ese montaje multimillonario quedó ahí enterrado y ahí es donde está enterrada la plata".
La recordada presentadora Adriana Arango habla sobre cómo, hasta el pasado 6 de agosto, la justicia la privó de la libertad durante seis años y dos meses, la época de su vida en la que, confiesa, alcanzó la libertad de su espíritu.
La comunicadora eligió tres lugares para hablar sobre el error, el encierro y la libertad: la quebrada ‘Las Delicias’ -en los Cerros Orientales-, el Jardín Botánico José Celestino Mutis y la localidad de La Candelaria –la cual recorrió en un tour en bicicleta-.
Los colores pasteles y vivos de sus prendas, su pelo corto –un poco más rubio-, y su tenue maquillaje facial delatan su renacer. La mujer fotografiada hace unos años con esposas, vestuario gris y ojos inundados de tristeza; hoy respira con calma y sonríe: está libre y en unas semanas celebrará 50 años de vida.
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Quebrada ‘Las Delicias’
“Me tocó enfrentarme a un bosque lleno de trochas y de caminos resbalosos”.
La primera vez que Adriana sintió miedo fue ante los acreedores, cuando tenía vacíos sus bolsillos, y su actual esposo, Javier Coy, los de él. "Fue una experiencia muy dolorosa, muy irresponsable. No fui capaz de decir: 'Estamos en dificultades'. Y tratando de no quedarle mal a la gente, seguíamos sosteniendo y sosteniendo, pensando en que podíamos vender la empresa. Así fue por casi dos años".
Solo hasta que la justicia la buscó, Adriana asumió su error. Sin embargo, aceptó con dificultad uno de los cargos que se le imputaban: captación de dinero y su no devolución, y estafa agravada; fue este último delito el más amargo para ella, pues asegura que solo lo reconoció para reducir a la mitad su condena de 15 años. “Le decía al fiscal: ‘Yo no estafé a nadie’ (…) La connotación de la estafa es la más dura y la más dolorosa”.
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Jardín Botánico José Celestino Mutis
“El contacto con la naturaleza es lo que más nos permite anclarnos. Estoy muy emocionada. Estoy sintiendo un proceso de sanación y de gratitud”.
Más que a la privación de la libertad, Adriana huía a las rejas. En un principio, consiguió escapársele a su miedo: estuvo detenida cuatro meses y medio en su casa; pero estaba escrito que debía cruzar la conocida puerta azul de ‘El Buen Pastor’, la cárcel para mujeres, en Bogotá.
“Ahí sentí mucho miedo. Y recuerdo cuando salí de la audiencia, hacia los calabozos de Paloquemao -antes de que llegaran del Inpec (Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario)-, haciendo todo ese recorrido con las cámaras, las personas mirándome. La primera imagen que se me vino fue la de Dios y la de La Virgen, y dije: ‘No me suelte, no me suelte, no me suelte’”.
Recuerda que durante el encierro, su fuente de valor eran los entonces uniformados secuestrados por las Farc.
Muchos de ellos -amarrados a un árbol, con cadenas- fueron mi motor. Recorté la foto de uno de estos policías o militares, con una sonrisa… Era como la sonrisa de La Mona Lisa, que hay un sentido de placidez en su interior así no esté mostrando la risa; y él me miraba y yo lo miraba. Era la primera imagen que tenía apenas me levantaba y le decía a mis compañeras: ‘Si ellos han podido, cómo no vamos a poder nosotras’”.
Esa fotografía alivió su paso por la reclusión, en la cual vivió durante nueve meses y medio, el tiempo que demoró el destino en regresarle una oportunidad: la prisión domiciliaria.
Durante los restantes cinco años de condena, y con “el apoyo de muchas personas”, descubrió una nueva Adriana: escritora anónima e investigadora “lúcida y activa intelectualmente”, que dedicó buena parte de sus días al cuidado de niños –sus sobrinos- y a la preparación de pasabocas –pedidos por amigas cercanas-. Aprendizajes que se sumaron a las enseñanzas que le había dejado El Buen Pastor: crear y dirigir un periódico, y tejer.
“Miles de personas estuvieron manifestándose, presentes de una u otra manera, con una llamada, una oración, un detalle, un regalo, cualquier gesto de solidaridad y apoyo, y eso es muy valioso. Los cumpleaños, las navidades y los 31, los celebré con las personas que estuvieran a mi lado, no necesariamente siempre estuvieron todos mis seres queridos”, recuerda.
En cambio, según Adriana, sus contradictores no se han silenciado. “Mucha gente piensa que tengo la plata en Suiza y digo: ‘No tengo el Lamborghini, ni el apartamento en Panamá ni en Miami, ni joyas, ni testaferros. Nosotros empezamos de la nada’ (…) No quisiera volver a saber de una empresa en mi vida”.
Esos ‘rumores’ se convirtieron en pequeñas piedras del camino cuando Adriana enfrentó la mayor prueba de su encierro: la muerte de su padre, en Medellín.
“Me acuerdo cuando me dieron la pena. Decía: ‘Bueno, voy a salir de 50 años, cómo irá a ser mi vida’; pero siempre conté con que iban a estar todos los que estaban, mi mamá ya había muerto, pero nunca imaginé que mi papá fuera a morir. No lo fui a ver. Me despedí de él en su lecho de enfermo, por Skype. Fue íntimo, fue personal, le dije todo lo que lo amaba, le di gracias, y con la gratitud de haber tenido ese papá maravilloso, me despedí de él”.
Adriana prefirió la privacidad que le ofrecía internet, al protocolo de seguridad del Inpec, que le ordenaba asistir esposada a las exequias, durante 48 horas.
Aunque ser alejada de su esposo –quien también estuvo privado de la libertad por el mismo caso- también supondría una gran prueba, la periodista confiesa que “nunca apareció el fantasma de la separación”. “Es una relación basada en el amor y no en la coyuntura; y el amor aguanta todo”, dice.
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La Candelaria
“Pedaleo porque no me puedo quedar quieta, porque la vida sigue, porque el pasado en el pasado se quedó, porque me tengo que reinventar”.
La libertad iluminó el rostro de Adriana el 6 de agosto del 2015. “Mi esposo vio (en el portal de la Rama Judicial) como a las cinco de la tarde del 5 de agosto: ‘Se ordena la libertad inmediata por pena cumplida’ y pegó el grito. Estaba en mi cuarto. Quedé como en shock, y él me cogía, brincaba y me besaba. Quedé quieta, paralizada, miraba esa pantalla y no podía creer. Me senté y miré la hora, eran las 5:13 minutos, di gracias a Dios y lo primero que hice fue llamar a mis hijos, sí…”. Adriana aprieta sus labios y las lágrimas se apoderan de sus mejillas. La periodista recuperó su libertad al otro día, cuando el Inpec le quitó el brazalete electrónico que llevaba en su tobillo izquierdo.
Pero el verdadero renacer aún demoraba. Unas semanas más tarde, en una convivencia, Adriana se encontró, fortuitamente, con uno de los acreedores que la denunció. Sin una pizca de rencor, el hombre le entregó una flor y fue este detalle, y no dicho brazalete, el que liberó el alma de la presentadora. “Aceptar el error y decir ‘Me equivoqué’ es lo que realmente te hace libre”, añade.
Nunca quise hacer daño, nunca tuve la intención de cometer el dolor. Fue una operación malograda, no estaba preparada para manejar esa empresa y creí que lo estaba; y sí, lo lamento muchísimo, porque muchos sueños se truncaron, muchos planes se fueron al piso por decisiones equivocadas y me arrepiento. Pero no me puedo quedar en el pasado y quisiera que ellos (las víctimas) también pudieran cerrar ese capítulo y sanar su corazón hacia mí, hacia mi familia, hacia mi esposo, hacia el sentimiento que les genere la situación tan incómoda, tan bochornosa que les tocó vivir”.
Ese estado pleno tomó fuerza el pasado 6 de octubre, cuando su esposo, quien en los últimos meses también pagó casa por cárcel, recuperó la libertad.
Adriana Arango cumplirá 50 años el próximo 30 de diciembre. Dice que se siente tranquila. “Quiero acumular experiencias, más que bienes, títulos o cargos”, anota con firmeza.
También reconoce que, por su familia, quiere conservar el bajo perfil y continuar “la vida de una mamá”. “Comprarle una plastilina a Natalia, caminar por el barrio, comprar el pan, ir a misa, sacar el perrito; para mí, algo tan simple y cotidiano es el regalo más grande de la vida. Me estoy gozando cualquier momento con mucha consciencia”.
Recuerda que hace un tiempo se sentó en la banca de un parque para ver el picoteo de una paloma. Cuenta que en ese momento comprendió que, para ella, existir, respirar y ver, representan un estado de conciencia, el “ejercicio más importante para volver a la vida”.
MARÍA DEL PILAR CAMARGO CRUZ
Redacción EL TIEMPO
pilcam@eltiempo.com
En Twitter, @PilarCCruz
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