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La Clase C es un motor económico del gigante

Programas de asistencia social crearon una clase media con mayor poder a la hora de las elecciones.

La casa de la familia que forman Janira, Thaís y el resto de sus nietas es una edificación de autoconstrucción de una planta en un terreno irregular y en pendiente, invadido hace décadas, cuando los servicios eran deficientes y el poder lo ejercía el narcotráfico. Ahora ya no lo hace y los servicios han mejorado algo.
Pero además esa casa ahora tiene una nevera, una lavadora, un microondas, dos ventiladores, un televisor de plasma de 50 pulgadas y un módem con servicio de internet.
La casa es el prototipo de cualquiera de una favela urbana de una ciudad como Río de Janeiro, pero al mismo tiempo esa familia forma parte de la llamada clase C o nueva clase media brasileña, el mejor espejo del país en transformación que ha sido Brasil en este siglo.
Los C, más felices
Si la clase A es la elite económica del país, formada por menos del 5 por ciento de la población y la B la clase media-alta, con poco más del 20 por ciento, la clase C sería la clase media, entendiendo por eso la familia de hasta cuatro miembros que ingresan entre 500 y 1500 dólares al mes.
Entendido así, y según datos oficiales, hay 118 millones de personas sobre los 200 que pueblan Brasil, casi un 60 por ciento, de los cuales más de 40 millones salieron de la pobreza (clases D o E) en los últimos doce años para formar parte del sector social que mueve la hélice brasileña: la nueva clase media es responsable del 58 por ciento del crédito.
Lo que ocurre es que no es lo mismo una renta familiar de 1500 dólares que de 500, de ahí que según los datos de una encuesta del Instituto Data Popular un 65 por ciento de los casi 12 millones de personas que viven en comunidades pertenecen a la citada clase media.
Así le ocurre a Janira y su familia. Pueden no tener saneamiento de agua al ciento por ciento o un suministro garantizado de energía eléctrica, pero consumen y se apuntan a hábitos tradicionales y clásicos de la burguesía.
“Vivir aquí es una delicia, no puedo decir que me falte nada”, asegura sonriente Thaís.
“Es impresionante cómo (el expresidente ) Lula mejoró nuestra vida. Tenemos acceso a más cosas, mucho más poder de compra. Antes, las familias tenían el mismo auto por 20 años. Ahora uno de cinco nos parece viejo”, dice Daniel Alves, de 33 años, un trabajador del sector bancario que pasea por el lujoso centro comercial Itaquera.
“En Brasil, el consumo construye ciudadanía”, opina Michel Alcoforado, sociólogo y antropólogo especialista en la nueva clase media.
“En una sociedad de raíz clasista se ha conseguido que tener un automóvil no sea cosa de unos pocos como antes, con lo que las barreras sociales dejan de tener sentido”, advierte.
Alcoforado cree que la movilidad social está representada en las franjas de edad, como ha comprobado en una familia objeto de su estudio, residente en un suburbio de Sao Paulo.
“La madre es empleada doméstica, el padre tornero mecánico. Hace diez años ingresaban salarios irrisorios. Hoy han multiplicado su renta y tienen dos hijos. Uno estudia informática y la otra farmacia, y se va ahora de intercambio a Canadá”, relata.
“La clase C es un segmento que tuvo acceso a bienes de consumo y a educación, que mejoró su vida y que ha seguido mejorando hasta por lo menos el inicio del gobierno de Dilma Rousseff” en 2011, asegura Mauro Paulino, director de la empresa encuestadora Datafolha.
Para otros expertos, sin embargo, la clase C es un mito que no se corresponde con la clase media real, sino una situación engordada artificialmente por los planes sociales de distribución de renta para las clases más humildes, la D y E, especialmente el llamado Bolsa Familia, que ha alcanzado a 12 millones de familias, casi 50 millones de personas, desde su puesta en marcha en el primer mandato de Luiz Inácio Lula da Silva, en 2003.
Según esa tesis, la parte baja de la clase C ha sido aupada a esa situación, pero jamás sería clase media en otro país, por más que hayan accedido al crédito o a bienes de consumo.
Sea como sea, ese sector social se ha dejado oír en el último año y medio.
Primero, con las protestas del 2013, donde una buena porción de las personas que salieron a la calle eran aquellos que habían alcanzado cierto poder adquisitivo que fue perdiendo fuelle con el peso de la inflación y que, además, empezó a percibir que los servicios –salud, educación, transporte– no eran lo suficientemente buenos para el estándar que habían alcanzado en otros aspectos de la vida diaria.
Este año, en 2014, las elecciones les dieron la oportunidad de hablar en las urnas.
Los sondeos auguraban que la clase C estaba totalmente dividida en la segunda vuelta, con una ligera ventaja para Rousseff frente a Aécio Neves.
Si la nueva clase media, con el 55 por ciento del censo, es el espejo de Brasil, así fue a la luz de los resultados electorales.
Y ahí queda a los gobernantes el recado del sector más grande del país, el mismo que deja otros datos de color que representan fielmente al país.
Solo en 2011, fin del pico de crecimiento brasileño, viajaron en avión por primera vez más de siete millones de personas.
ARTURO LEZCANO CON AFP
Para EL TIEMPO
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