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Perdón sin olvido: Diana y el temor a que su tragedia se repita

"No se puede olvidar; estoy en proceso de perdonar, pero tengo miedo de que la historia se repita".

En el mundo se registran decenas de casos de mujeres que han sido víctimas de ataques con sustancias químicas. De acuerdo con el Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses (INMLCF) durante 2012 se registraron 162 casos (94 mujeres, 58.02%) y en el 2013, 69 casos (40 mujeres, 57.97%) en todo el territorio nacional. Diana Yate, madre de una niña de 7 años, vive una historia que refleja una de las expresiones más crueles de violencia de género.
Ella tenía 18 años cuando fue atacada con ácido y su hija apenas tenía un año de edad. Estaba saliendo de su casa el 9 de octubre de 2010 a las 7 p. m., en el barrio Alfonso López, cuando una persona se le acercó y le lanzó un líquido en su rostro, el cual en ese momento desconocía qué era.
“Empecé a sentir ardor y empecé a gritar; como a la hora llegó la patrulla, ellos me llevaron hasta el Hospital Meissen. Nunca llegó la ambulancia, si llegó nunca supe (…). En ese hospital nadie sabía lo que me había pasado hasta que me trasladaron al hospital Simón Bolívar a las 5 a. m. del día siguiente, porque aunque se habla mucho de este tema, la gente realmente conoce muy poco”, relata la víctima.
Los primeros meses fueron los más difíciles. El dolor, la depresión y la falta de esperanza eran constantes. En dos meses y medio le realizaron 15 cirugías, estuvo en total aislamiento por la posibilidad de contraer una infección y sus ojos estuvieron vendados por un mes. No obstante, la salida fue aún más traumática.
En medio de lágrimas, con la mirada perdida y con un dolor insoportable, Diana recuerda la llegada a su casa después de haber estado cerca de dos meses vendada: “Cuando mi hermana me vio quería gritar (…), mi hija se escondió debajo de la cama y decía que había un coco; fue uno de los momentos más difíciles después del ataque. Es que es muy duro que mi niña, tan pequeña, tenga que vivir estas cosas”.
Una de las marcas más penosas que ha tenido que llevar Colombia fue la de quedar categorizado, en el 2011, como el país con mayor número de ataques con ácido en el mundo, por encima de territorios como Bangladesh y Pakistán.
Según Diana, esta vergüenza, sumada a la ineficiencia de las EPS e incluso del Estado por su omisión e inoperancia, hicieron más críticos sus días. La falta de psicólogo para ella y para su hija hizo más dramático el caso. Recuerda que sin ayuda de un especialista su hija le explicó a sus compañeros que su mamá era bella y que, como ella lo dice, unas personas le hicieron algo malo: “Una vez los amigos le dijeron: ‘¿Ella es su mamá?, pero es fea’. Mi hija respondió: ‘No, ella no es fea, ella es linda y estoy orgullosa de mi mamá’”, dice.
Diana libra diariamente una guerra silenciada, su segunda piel le recuerda todos los días la existencia de esas ‘personas malas´, pero no solo de quien cometió este crimen, sino de quienes le cierran las puertas por su condición.
“Antes trabajaba en casas de familia, después del ataque no he podido laborar. La gente me ha cerrado las puertas porque creen que puedo generar problemas, o simplemente porque no cumplo con los parámetros de belleza. Pero ni yo ni ninguna de nosotras somos el problema, somos la solución.
“Es duro que la gente no sea consciente de que somos seres humanos y de que debemos ser tratadas como tal. Yo puedo correr, caminar y trabajar. Es muy difícil que lo excluyan a uno de esa manera”, denuncia.
El machismo, ¿la principal causa de este fenómeno?
En la Edad Media, en el año 1234, la Iglesia católica prohibía que las mujeres cantaran en las iglesias, porque eran sinónimo de ´impureza por naturaleza’ y ‘ensuciaban’ la música sagrada que solo podía ser cantada por niños varones o por hombres castrados. Esta medida estuvo vigente durante siete siglos
Y aunque la realidad de estos tiempos es muy distinta, la vulneración de la integridad de las mujeres sigue presente.
En Colombia, el 98 por ciento de las víctimas de ataques con agentes químicos son mujeres. Un fenómeno que, aseguran ellas, corresponde al pensamiento machista de la sociedad.
La precursora del feminismo moderno –y quien fue guillotinada por sus pensamientos– lideró la misma batalla que hoy. Después de más de tres siglos, mujeres como Gina, Patricia, Diana y Esperanza la continúan disputando, incluso cuando el mundo proclama esta igualdad que en ocasiones parece no existir.
El miedo como un estado de permanencia
El agresor de esa mujer se encuentra en la cárcel. Lleva cuatros años purgando una pena por la cual, pese a ser el principal sospechoso, aún no ha sido condenado.
Con algo de mesura, tal vez por el miedo que todavía se percibe en su forma de hablar y hasta de mirar y caminar, Diana cuenta que su atacante nunca la agredió, pero sus celos obsesivos de su pareja hoy la hacen reflexionar sobre la persona con la que compartió más de dos años y que le dejaron grandes heridas en su cuerpo y alma. Hoy su proceso solo busca el perdón; sin embargo, es imposible que no percibir que el dolor persiste, que la persona que un día amo y a la que le entregó los mejores momentos se convirtió en su verdugo y en su agresor.
“Él era muy celoso. Yo tenía un diario y un día lo leyó, me peleó porque se dio cuenta de que no escribía de él (…), yo me acuerdo que eso fue un problema terrible. Cuando terminamos, por ejemplo, me perseguía. Llegaba a donde yo trabajaba, una vez lo vi mirándome escondido detrás de un árbol”, relata.
Después de varios meses de una investigación interrumpida, lograron hacer un seguimiento y allanaron la vivienda del principal sospechoso, su expareja. En su casa encontraron cartuchos, un arma de fuego y pornografía.
Hoy, ese hombre de 46 años puede quedar en libertad. De acuerdo con el proyecto de Ley 232 de 2015, se estableció que la medida de aseguramiento privativa de la libertad no puede exceder un año. La investigación no avanza y los términos podrían vencerse, pero el miedo de Diana está intacto, incluso es cada vez más grande: “Me da mucho susto que pueda quedar en libertad y pueda tomar represarias; es terrible que estas personas estén en sueltas y puedan volver a hacer estos crímenes”, confiesa Diana.
Su silencio es más diciente que cualquier discurso, es un grito de impotencia y rabia por tener que enfrentar a una sociedad que olvida rápido y actúa muy poco. Las cicatrices físicas y emocionales están en recuperación. Su autoestima y fortaleza regresan. Las sombras comienzan a irse y está dispuesta a darse una nueva oportunidad.
“Llevo un año con mi pareja, me apoya, me siento muy bien con él, no me da vergüenza quitarme la bufanda al frente a él. Creo que estoy joven, puedo seguir y me merezco otra oportunidad. Definitivamente él es lo más lindo que me ha pasado después de lo que pasó, me demostró que no todo el mundo es malo”, dice.
DIANA PAOLA AVENDAÑO
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