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'La profe que nos mostró por primera vez un computador'

Lucy Mosquera es la maestra que se ingenió clases para padres campesinos con sus niños en Chocó.

CATALINA OQUENDO B.
Ese día, para variar, no llegó comida para los niños al restaurante escolar de Pie de Pepé, (Chocó). En la escuela Nuestra Señora de la Pobreza, ese nombre, que quién sabe a quién se le ocurrió, se convierte en una cruel realidad.
Lucy Mosquera resopla. A eso de las 10 de la mañana –ya lo sabe– los niños empezarán a pedirle comida.
“‘Seño, tenemos hambre”, le dirán a esta mujer fuerte y dulce, cuyas trenzas de pelo muy negro le atraviesan la cabeza como viejos caminos.
Ella, la profe de primerito, la querida profe que les enseña a usar computadores aunque no haya internet, tendrá que contestarles con voz aplomada– que nunca noten su tristeza– que sí, que podrán irse antes a sus casas porque hoy no, no hay comida.No puede pedirles demasiada concentración a sus niños, aunque ellos se emocionen al escuchar el cuento Vaya apetito tiene el zorrito o canten con sus voces niñas: “si estudio, seré cuando crezca un gran señor”.
Pero esta no es una mañana cualquiera en esta escuela de Pie de Pepé, corregimiento de Puerto Meluk, a unas 4 horas de Quibdó, la capital de Chocó, a donde se llega por entre carreteras destapadas, que solo se pavimentan en sus sueños.
A las 11:30 de la mañana llegarán los padres a tomar clases con sus niños. La profe Lucy, que se ingenió una clase en la que tanto papás como niños aprenden a manejar un computador, se pregunta si llegarán todos.
Esa es otra de las formas que ella se ha buscado para reducir la brecha de estos niños campesinos en términos de tecnología, aunque, sin internet, los pequeños apenas puedan aprender lo básico.
La profe no se queja, aunque le encantaría, como a todos en el pueblo, que la escuela tuviera internet. “Ayy, ¿se imagina toodo lo que podría enseñarles?”, dice.
Mientras eso pasa, Lucy Arlethy les saca jugo a 15 PC Smarth, que enviaron de Computadores para Educar hace ocho años y que comparten 400 estudiantes de la escuela y del colegio.
Son las 9 de la mañana y hace calor húmedo en Pie de Pepé. Los niños ahora aprenden las combinaciones del castellano. ‘Pl: plátano, pluma, tiple y playa’, se ve en el tablero donde se proyecta una imagen gracias a un video beam.
“Levanten la mano quienes tienen mamás que van a lavar oro en la playa”, dice la profe para vincular a los niños con su entorno, uno que habla de la minería, de los árboles o del plátano. “Yo he ido con mi abuela y mi mamá”, contesta Juan Esteban Moreno, un niño de la clase, y otros cuatro estudiantes, orgullosos, alzan la mano.
La profesora Lucy Arlethy Mosquera, de la escuela Nuestra Señora de la Pobreza, de Pie de Pepé, en Chocó. Fotos: Ana María García / EL TIEMPO
La profe Lucy siempre toma fotos en los lugares reales, luego las guarda en su computador, organiza una presentación de Power Point y la proyecta en el video beam.
“Uso los computadores en matemáticas, en lenguaje, para todo”. Las pruebas Saber ahora van a ser computarizadas, entonces necesitamos que los niños estén familiarizados desde pequeños, que vayan subiendo con ese ambiente de los computadores”, dice la profe, y se va a calmar a los niños, que ya andan alborotados esperando a sus padres.
–¡Marineros!
–Sí capitán’ –responden.
–El barco se hunde, y para que no se hunda todos los niños deben estar sentaditos.
Y los niños le hacen caso a esta capitana, que, aunque parece de hierro, tuvo momentos en los que creyó que de verdad el banco se hundía y ella no podía más.
Fue justo cuando, hace un par de años, comenzaron a llegar muchos niños desplazados y los grupos se ampliaron para recibirlos. “Fue difícil, eran niños con poca concentración, indisciplinados, pero con la tecnología logré que cambiaran”, cuenta.
Ella todavía recuerda cuando muchos de ellos, con sus padres, llegaron con las balas zumbando en sus espaldas.
Se desplazaron de zonas como Unión Berrecui, a unas horas de Pie de Pepé, después de que un grupo armado asesinó a un viejo y todo el pueblo huyó por miedo a ser los siguientes. “Fue una cosa horrible. Uno caminando así, con los niños, y se oían las balas, uno las veía cómo rebotaban en el agua, y el pueblo quedó sooolo”, contó María Mosquera, madre de una de las alumnas de la profe Lucy.
Clase con los padres
Son las 11 en la escuela y los alumnos comienzan a cambiar. Poco a poco van llegando los padres a la clase de computadores.
Ya en el salón, Manuel Mosquera, un egresado de la escuela, pone los computadores en los pupitres de los niños. Él todavía recuerda cuando solo había uno para todo el colegio, y por eso cree que la clase de la profe es una bendición para los niños y sus padres campesinos.
“Esto se inició sin piso, como una idea loca. Yo decía: pues lo mismo que van a ver los niños lo ven los papás, y así aprenden juntos. Hay que sacarles el jugo a los mismos computadores. Quiero que ellos salgan adelante”, dice la profe.
Pero al principio no fue fácil. Algunos padres no entendían cómo les serviría a ellos dejar sus labores en el campo y sacar una hora para una clase de computadores, algo que muchos no habían tocado en su vida.
“Me les fui metiendo, de a poquitos, y aquí están. Ay, por ejemplo, esa familia que está allá completa, qué bueno que vinieron”, dice la profe, y se va a felicitarlos. Son Carlos, Elsa y su pequeña hija, una familia de la etnia indígena embera que llegó para acompañar a su hijo, Wallington.
Esa mañana Carlos no tuvo trabajo. Es jornalero, pero estudió hasta octavo, así que está convencido de que para algo le servirá esta clase.
En otro pupitre, junto a su nieta Alexa, está la señora Elvia Mosquera. Cuenta que sueña poder escribir sobre su vida en un computador. “Ahí uno puede guardar muchas experiencias. Si usted no lo mueve, eso va a vivir ahí establemente, va escribiendo y queda ahí”, dice la mujer, que empezó aprendiendo a encender el computador, luego a tocar las teclas.
Es que al principio ningún padre quería tocarlos. “Pensaban que si los tocaban, se iban a dañar y se los iban a cobrar después. Les dije que los computadores eran máquinas en las que si uno escribía algo mal, siempre había una tecla que lo arreglaba, y que solo se dañaban si unos los azotaba o les echaba líquidos encima. Así les quité el miedo”.
Pero no todos los padres pueden asistir a la clase, y los niños solos se las arreglan como pueden. Jarly Metegay, un embera menudo, batalla con el mouse. Mueve sus dedos pequeños para poner el cursor en el lugar que quiere. Están aprendiendo a conocer el teclado.
Quizás una clase sencilla y básica en una escuela citadina, pero que resulta revolucionaria en una región alejada y afectada por el conflicto armado. Tampoco allí es la misma realidad, y la mayoría de los habitantes no tienen computadores en sus casas, y menos internet, pues en Pie de Pepé hay dos puntos de internet oficial, proporcionados por el Ministerio de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (Mintic), llamados Vive Digital, que abren por horas y donde deben pagar mil pesos por navegar 60 minutos, dinero que muchos no tienen.
Mientras los padres, con sus niños, siguen escribiendo letras y borrando cuando se equivocan, la profe Lucy decide felicitar a un niño que, según ella, ha mejorado gracias a la tecnología. “Mauricio Murillo no sabía leer muy bien, se le pegaba la lengua –dice–, pero desde que viene la mamá a esta clase, lee mucho mejor”. Y el niño abre sus ojotes y levanta la mano para que sus compañeros vean que es él.
La clase va llegando a su fin y todos los pequeños, con sus padres, comienzan el camino por el pueblo bajo un sol ya abrasador. Juntos, se graduarán de clase de computadores en los próximos días y celebrarán con un paseo al río que todos anhelan.
Salen de la escuela, llegan a la playa del río, se quitan los zapatos, las medias; los niños se remangan el pantalón y atraviesan un riachuelo para llegar a sus casas, esperando al día siguiente su clase con la querida profe Lucy.
CATALINA OQUENDO B.
Enviada Especial
Chocó.
CATALINA OQUENDO B.
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