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Del Caguán a la Universidad de los Andes

Sebastián sueña con ser ingeniero y ayudar a su pueblo. Su plan inicial era estudiar en el Sena.

El pito insistente de una moto se adelantó al despertador. Eran las 6:30 de la mañana del sábado, en la periferia de San Vicente del Caguán. Carlos, el que manejaba la moto y pitaba, le traía a su amigo Sebastián Duque Quintana la noticia que le había hecho la noche más larga y angustiante. La ansiedad la generaban tres simples números que, como en una lotería, podían cambiarle la vida a él y a su familia.
“Me ganó por tres puntos”, le dijo Carlos y luego se escuchó un ‘345’, que Sebastián no supo si era real o hacía parte del sueño interrumpido.
Para salir de dudas, Sebastián volvió a la casa de Carlos, donde estaba el único punto de internet entre su grupo de amigos.
Allí había comenzado la espera la noche anterior –viernes 10 de octubre– fecha de publicación de los resultados, pero fue tal la avalancha de consultas que noqueó el sistema y la espera se alargó hasta el sábado. Ese día, la red funcionó y el 345 se confirmó: representaba el mejor puntaje del pueblo en las pruebas Saber 11 y el séptimo del departamento.
Le aseguraba, además, una de las 10.000 becas para educación superior otorgadas por el Gobierno a jóvenes de escasos recursos con alto nivel académico.
Era la primera vez que el resultado de un examen causaba alboroto en San Vicente del Caguán, población caqueteña, que salió de su anonimato por haber sido el epicentro de las frustradas negociaciones de paz entre el Gobierno y las Farc (enero de 1999-febrero del 2002).
Sebastián es el reflejo de que las balas, que, amedrentaron a la población por décadas, no frenaron a los jóvenes en la construcción de un mejor futuro, en una región en la que hace ya varios años comenzó la lucha de unos padres por arrebatarles sus hijos a la violencia, como los de Sebastián.
Irse a los grupos armados dejó de ser una opción para los niños. Su apuesta fue la educación, pese a las brechas que persisten entre la ciudad y el campo en cobertura y calidad.
Un alumno maestro
Por las calles del Caguán, municipio de clima cálido, serpenteado por el río que lleva su mismo nombre y adornado por enormes montañas de distintos verdes, se respira paz. Los sanvicentunos, en especial los jóvenes, desmienten que la guerra sea el símbolo de su tierra. No la sufrieron como sus familiares y por eso hoy son el motor de cambio.
Sebastián, un joven trigueño, flaco y ligeramente encorvado, ha vivido completos sus 16 años en esta población, en la que los muchachos juegan fútbol, se reúnen en grupos, arman recocha y se conectan a través de redes sociales. Sacarles una sonrisa no es fácil.
Patricia Duque, su mamá, Eustasio Quiza, su padrastro, y Juan David, su hermanito de dos años, son su familia. Comparten una casa de una planta, con dos habitaciones, fachada de ladrillo, sala, comedor y cocina en un mismo espacio, a la que se llega por una calle destapada. Asegura que siempre hay comida y techo, que es lo importante. Reconoce que con el trabajo de su padrastro, quien maneja una volqueta llevando arena de un lado a otro, viven felices.
No es de muchas palabras. Tampoco de muchos amigos; Héider, Ferney, Diego y Claudia, para ser preciso. Hizo toda su vida escolar en la Institución Educativa Nacional Dante Alighieri, con cerca de 2.000 estudiantes y fundada hace 55 años, que por tradición está siempre entre las tres mejores del departamento. Este año logró –con Sebastián– tres becados.
Las matemáticas, la física y la química son sus áreas fuertes. Es el tipo de estudiante que pregunta y analiza, el que no se queda solo con la explicación del profesor. “Uno quisiera que así fueran todos los estudiantes, no por su resultado en las pruebas sino porque es inquieto por saber más”, dice Edwin García Caicedo, docente de física.
Sus últimos días de clase los pasó ayudando a un grupo de seis estudiantes que tenía a cargo para que recuperaran materias y pasaran el año. Dice que no es dedicado sino inteligente, que pone atención en clase y que tiene la facilidad de entender los temas rápido.
“Es un joven muy receptivo, un poco serio, centrado en sus responsabilidades y compromisos, respetuoso con sus compañeros y muy hábil en la parte académica”, dice el hermano Juan Carlos Blanco, rector del colegio.
Fuera de clases es un aficionado al fútbol. “Pero a jugarlo, más que a verlo”, aclara. Y no hay cuaderno u hoja blanca que no lleve uno de sus dibujos animados asiáticos de manga con su firma. De ahí su apodo ‘Uchiha’, sacado de personajes de estas series.
Temor a la ciudad grande
La beca le trajo a su madre, Patricia, una felicidad extraña. Confiesa que de no haberse dado había pensado que su hijo estudiara en el Sena, donde lo máximo que podía aspirar era a un técnico en sistemas. El plan B era una licenciatura para que el Estado se la pagara.
Sabe que ser profesional es el sueño de Sebastián y no le puede poner trabas. Pero en cada palabra se le escapa la angustia de una madre de 33 años de soltar a su hijo para que se vaya a otra ciudad. Y no a una cualquiera, a Bogotá.
La sorpresa fue mayor cuando Sebastián le dijo que quería ser ingeniero civil de la Universidad de los Andes.
Lady Polanco, psicóloga y orientadora del Dante Alighieri, dice que podría ser el primero del pueblo en hacer su carrera en esta prestigiosas universidad, donde un semestre de esta ingeniería cuesta unos 13 millones de pesos.
Por esa elección, Sebastián recibió muchos comentarios. Compañeros, profesores y su mamá le pidieron que lo pensara. Algunos le advirtieron que por llegar de un pueblo podrían tratarlo diferente. Otros, que por su procedencia hasta llegarían a llamarlo guerrillero.
No hubo charla, mentira, verdad, terror o consejo que cambiara los planes. Su confianza se respalda en sus capacidades, su carácter y su seriedad para afrontar el reto.
“Él desde pequeñito molestaba mucho diciendo que se iba a ganar la lotería y así fue. Viendo lo que vale esa carrera, de verdad es una lotería”, cuenta Patricia, ama de casa dedicada también a las ventas por catálogos.
Hace una semana (el miércoles 26 de noviembre), Patricia y Sebastián visitaron por primera vez la universidad en Bogotá para iniciar los trámites de admisión y registro. Fue una primera dosis de tranquilidad para ella, que salió encantada con los amplios espacios abiertos que ofrece la institución.
Pero faltan detalles por resolver, entre ellos, el hospedaje, la alimentación, el transporte y los gastos diarios. Si bien las becas incluyen un subsidio de manutención, es consciente de que la vida en Bogotá es costosa.
“Tengo pensado moverme por un lado y por otro para bregar a ver de dónde voy a financiarlo. Es una oportunidad muy grande para él y hay que luchar para sacarlo adelante”, afirma.
El viaje le descuadró el ahorro para el portátil que Sebastián necesita. El 5 de diciembre fue el grado y el 10 tiene que volver a sacar plata para que vaya al Batallón de Florencia a presentarse para resolver su situación militar.
Hoy, Patricia lo deja levantarse solo y que haga su comida. Es la manera de entrenarlo para la vida que comenzará, lejos y cargado de retos, desde enero en una universidad de unos 13.500 estudiantes para dejar atrás un pueblo de 62.000.
Lady, la psicóloga, sabe que Sebastián no perderá la batalla. El mismo éxito le auguran sus amigos del colegio.
Sebastián asegura que volverá a su tierra todas las vacaciones y adelanta que a mitad del próximo año tiene el compromiso de ayudar con el preicfes en su colegio. Desde ya sueña con ser profesional y trabajar en proyectos importantes de grandes empresas. Hasta piensa en vivir su retiro en la tranquilidad del pueblo en el que nació, no sin antes cambiarle la cara con calles y puentes modernos.
Bien se lo decía su mamá cuando luchaba para que ayudara en los oficios de la casa: ‘Mijito, a usted le tocará ser ingeniero porque para trabajar, sí difícil’.
“Era la frase con la que lo molestaba de niño y ahora, si Dios quiere, será una realidad”, dice Patricia.
NICOLÁS CONGOTE GUTIÉRREZ
Enviado Especial de EL TIEMPO
San Vicente del Caguán (Caquetá).
niccon@eltiempo.com
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