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El tormentoso ejercicio del periodismo en Colombia

Jueves 1 de septiembre de 2016

El tormentoso ejercicio del periodismo en Colombia

Indicadores han mejorado, pero intimidaciones se concentran en zonas con poca presencia estatal.

Intimidación y autocensura, los riesgos de ser periodista en Colombia

Aunque la cifra de homicidios ha bajado notablemente, persisten las amenazas y agresiones.

El número de periodistas agredidos en Colombia en el año 2014 es del tamaño de la sala de redacción de EL TIEMPO en su versión papel. Un total de 164 colegas de todo el país fueron amenazados, perseguidos, golpeados, obligados a callarse o a dejar de hacer lo que dice este oficio que somos: informadores de la verdad.

Esta cifra se mantiene en el histórico reportado por la Fundación para la Libertad de Prensa (Flip), desde 2006 hasta 2014; lo cual contrasta con la baja en los asesinatos a periodistas.

Es decir que practicar el oficio desde la línea del periodismo como perro guardián de la democracia, sigue representando un riesgo porque o matan a los reporteros, o los persiguen, o los obligan a autocensurarse.

 

“La única salida, irse”

 

 

Un caso que hace parte de este universo de violencia contra el oficio es el de Amalfi Rosales Rambal, una mujer de 40 años que tuvo que dejar de reportear en La Guajira para mudarse obligatoriamente a Bogotá.

El 3 de septiembre de 2014 ella y su familia fueron víctimas de un atentado. Varios hombres dispararon contra su vivienda. Las balas rompieron vidrios y atravesaron las tejas de la casa. Hace seis meses que abandonó su ciudad y fue acogida por Noticias Uno, en donde trabajó hasta el domingo primero de febrero de este año. Ese día sus compañeros le hicieron una despedida y le desearon lo mejor.

Amalfi no hace pausas cuando relata su caso. Su voz es consistente: “Todo comenzó cuando empecé a cubrir lo sucedido con el gobernador Juan Francisco Gómez y su relación con la empresa criminal dirigida por Marcos Figueroa. Me empezaron a llamar al celular, a dejarme mensajes amenazantes ‘Ya puede comprar el cajón’, me decían”. Por este caso otros periodistas, como Gonzalo Guillén, también han sido amenazados en Colombia.

La comunicadora barranquillera, egresada de la Universidad Los Libertadores de Bogotá, vivió durante 12 años ininterrumpidos en la capital de La Guajira, siendo corresponsal de conocidos medios de comunicación como RCN Noticias y el periódico El Heraldo.

“En Bogotá todo ha sido complejo. Si bien me acogieron y me dieron trabajo, haberlo dejado todo y asumir esta nueva vida tan solo con mi hijo de 4 años ha sido muy duro”, relata Amalfi. La atención que recibió de la Unidad Nacional de Protección (UNP) fue un chaleco antibalas, un celular y parte del apoyo financiero para la vivienda.

“Sin embargo, nada de eso es suficiente cuando es tu vida la que está en juego. Finalmente me quedé esperando el esquema de seguridad y como no quiero correr más riesgos, me voy”.

La historia de Amalfi sobrecoge porque es la de los 142 periodistas muertos en Colombia que denunciando, se quedaron solos. Por eso, la voz de esta mujer comunica tristeza, incertidumbre, desesperanza.

 

Los riesgos que corren los periodistas en Colombia

 

Amenazas, intimidaciones, extorsiones, desplazamientos, obstrucción del ejercicio periodístico y hasta casos de exilio como el del Amalfi son los que más siguen sufriendo los comunicadores en el país, según datos de la Fundación para la Libertad de Prensa (Flip) conocidos por la Unidad de Datos de EL TIEMPO.

Lo positivo es que cada vez hay menos comunicadores muertos a manos de los violentos. De hecho, desde 2006, cuando se reportaron tres asesinatos, la tendencia siempre ha sido a la baja. Tanto así que el año pasado (2014) hubo un solo caso de periodistas asesinados, aunque no aparece en la base de datos de la Flip porque no habría sido por situaciones relacionadas con el oficio.

Pero todavía no se puede decir que el país es seguro para ejercer la profesión. Muestra de ello es que en el 2014 hubo 157 hechos de riesgo que afectaron a 164 comunicadores. La mayoría fueron amenazas y obstrucciones por la fuerza para realizar el trabajo de informar a la comunidad. Sin embargo la cifra es inferior a la del 2013, cuando se presentaron 168 denuncias.

Ese, el 2013, no fue un buen año para la prensa si se contrastan las cifras. De hecho, después de 2007, cuando hubo 180 denuncias de ataques a la prensa, es el tercer periodo con más hechos de riesgo reportados. En contraste, el más positivo fue 2012, cuando la cifra bajó hasta 112 registros de amenazas o agresiones a periodistas. La más baja en los últimos 7 años.

Aunque es claro que la situación ha mejorado mucho si se compara con lo que sucedía a finales de los años 80 y durante 90, cuando las intimidaciones del narcotráfico, sumadas a las de las guerrillas azotaban a los medios de todo el país, todavía hay mucho por hacer.

De hecho, resalta el director ejecutivo de la Flip, Pedro Vaca, que la violencia contra el gremio periodístico se ha alejado de las grandes ciudades, pero ahora se concentra en las regiones, en especial en aquellas donde la presencia del estado es débil.

Se trata, dice Vaca, “de zonas donde la institucionalidad es permeada por actores armados ilegales y mafias locales que a través de distintos métodos siguen intimidando la labor periodística”.

Según el directivo de las Flip, “la violencia, sumada a la presión de la pauta publicitaria oficial también han instaurado una atmosfera de autocensura en la cual los periodistas conocen de muchos hechos pero evitan abordar temas o que los pongan en peligro o les impliquen una consecuencia en disminución de ingresos por pauta. En las capitales se presentan restricciones puntuales de obstrucción, detenciones arbitrarias o robo de cámaras en situaciones de conflictividad social como cubrimiento de protestas sociales".

Y cuando el periodista se niega a las presiones o a la autoncensura, vienen las amenazas y la persecución, como le ocurrió a Amalfi, a quien no le queda otra salida que huir. La ex corresponsal de Noticias Uno se va del país con la ayuda de la Fundación para la Libertad de Prensa (Flip) y con sus propios recursos.

“Entendí ‘a la brava’ que tengo que hacer mi vida en otra parte, fuera de Colombia, porque incluso acá a Bogotá me han llegado mensajes de que esos señores no perdonan. La única salida es irse, porque quedarse es sumarle más muertos al periodismo, y en un país como el nuestro lo que se necesitan son colegas vivos”, comenta.

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