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Yuri Buenaventura, el sonero que llegó en metro

El artista vallecaucano abrirá esta nueva edición del Hay Festival de Cartagena.

Cuando Yuri Bedoya tenía 19 años, vivía en un cuartico modesto en el norte de París y no soñaba con volverse un músico famoso. En realidad solo pensaba en ser un alumno destacado: empezaba a estudiar economía. Eran los años ochenta y había vendido lo poco que tenía en su Buenaventura natal para poder llegar a la capital francesa.
Aterrizó en París con treinta dólares en sus bolsillos y sin un lugar donde dormir. Al final encontró esa pequeña habitación en una casa llena de extranjeros que venían de todas partes del mundo y que estaban tan desubicados como él. Yuri no sabía un ápice de francés. Así que, al mismo tiempo que tomaba las clases de economía, debía empezar a estudiar el idioma. Casi no salía de su cuarto, apenas lo necesario para ir y venir de los salones de la universidad. Una tarde, en esa casa, dejó a un lado todos los cuadernos y se quedó concentrado frente al televisor que tenía encima del lavamanos. No podía quitar los ojos de la pantalla: transmitían un documental sobre la vida del cantante belga Jacques Brel. “Recuerdo una imagen de él cantando Ne me quite pas en el Olympia. Aunque no entendía nada, me quedó grabado el sonido del pá”, cuenta Yuri. Muchas vueltas dio la Tierra antes de que él mismo se diera cuenta del valor que cobraría ese momento en su carrera artística. Mientras tanto, se vio obligado a dejar la universidad. Se dedicó a cantar Moliendo café y otros temas colombianos y latinoamericanos en los metros de París. “No tenía permiso para trabajar. Debía ganarme la vida en forma paralela al sistema”.
–¿O sea que ya era músico desde entonces?
–No, para nada. Fue en los metros de la ciudad donde llegó el francés y también la música. Mejor dicho: llegué a la música en metro –dice Yuri y suelta una carcajada–. Eso fue caminando y aprendiendo. Como me había salido de la universidad, tenía tiempo para dedicarme solo a la música. Y ya le había cogido el gustico. Me despertaba y me quedaba todo el día dándole al bongó.
–¿Solo o alguien le enseñó?
–¡Solo! Tan pronto me levantaba empezaba y no paraba hasta que se iba la luz de día. Ni siquiera me detenía a almorzar, por ese amor que ya le tenía a la música. Pero al principio la música no te quiere. Ella te deja ahí, que botes corriente. A mí me arrastró como a un trapo por los metros de París. Hasta que un día ya no pude más y fue cuando le dije: “Bueno, listo. No voy a dejar que me trapee más” y me tiré al río Sena. Fue una noche de invierno… Sólo después de ese día la música empezó a quererme. Ahora tenemos una relación de amor.
Yuri había dejado la habitación donde vivía y empezado a andar la calle. Vivía y dormía en las estaciones de metro de la ciudad. Se metía en ellas antes de que las cerraran al público y allá pasaba las noches, con algo de calor. Muchas veces comía de lo que encontraba en los andenes. Para arriba y para abajo de París, Yuri iba con sus bongoes en la mano. Una noche de esas fue cuando sintió que no aguantaba más y se lanzó al Sena. Su idea era morirse, pero sobrevivió. Cuatro años después de aquella noche, regresó a Cali para grabar Herencia africana, su primer disco, que le dejó no solo un puñado de deudas –que para el momento no sabía cómo costear–, sino también la canción que lo hizo sonar en miles de estaciones radiales.
Fotografía: Nikos Aliaggas y Anne-Laure Boveron
Durante todo el tiempo de grabación no dejó de pensar ni un momento en Jacques Brel y su Ne me quite pas en el Olympia. "Cerraba los ojos y me acordaba de él. Lo veía sudando y cantando. Cuando ya habíamos terminado, le dije al arreglista: ‘Tengo en mi cabeza una canción, pero es en francés. Es así y así’. En esa época no había ni Google ni YouTube, así que él me dijo que fuéramos a buscarla y corrimos a comprar el disco. Cuando la escuchamos, me propuso que la hiciéramos. Pero yo no tenía más plata para grabar. Así que hicimos solo una maqueta y lo que pegó en el mundo fue la maqueta”.
De regreso a Francia, nadie le puso atención a ese disco. Pero Yuri no dejó de intentar. Le entregó una copia a un amigo periodista que tenía un programa de radio en la madrugada y una noche, ya hacía la una de la mañana, el locutor puso al aire su versión de Ne me quite pas. En ese momento un hombre que trabajaba en Universal Music iba en un taxi que llevaba sintonizada esa emisora. El hombre le preguntó al taxista qué estación era: él le respondió que se llamaba Radio Nova. Al otro día, llamó a la emisora, preguntó quién estaba de programador a esa hora –era Remy Kolpa Kopoul– y por medio de él contactó a Yuri. “Así empezó la historia”, recuerda el vallecaucano.
Herencia africana y, en particular Ne me quites pas, pegó con fuerza de locomotora. Lo curioso es que no fueron ni los franceses ni los latinos quienes lo aceptaron primero, sino los francoparlantes negros de Marruecos, Senegal, Martinica, las Guyanas, Madagascar, Nueva Caledonia, Tahití… “Ellos dijeron: ‘Esto es África, pero en francés’”, agrega el artista.
El disco lo grabó Yuri Bedoya, por supuesto, pero ya en ese momento había decidido llamarse Yuri Buenaventura. Incluso antes de que todo se pusiera a andar, él tenía claro su deseo de difundir la música de su tierra. “Está marcado en mí de la misma manera en que marcaban a los esclavos africanos con un hierro –dice–. Con la misma intensidad y con la misma profundidad”.
Desde entonces sus seguidores son más francoparlantes que hispanoparlantes. Se ha posicionado en ese público, que para él tiene algo especial: “Son personas que no sólo van a escuchar y bailar, sino que buscan el encuentro. Al comienzo, cuando tenía como 24 años y salía a tocar, había muchachas que se hacían en las primeras filas de los conciertos y empezaban a gritar y yo decía: ¿para qué gritan? Ese público se fue y no me interesa”.
–¿Y cuál es el público que le interesa?
–El que ama las artes, lo humano. El que no se deja influenciar por lo que le ponen en una pantalla de televisión, sino que siente curiosidad por saber quiénes somos en mi país… Es una batalla grande y pesada.
–¿A qué se refiere con batalla?
–Nosotros estamos frente a grupos económicos que difunden una imagen de usted como una puta, porque decidieron que todas las latinas se deben mostrar siempre en minifalda, con un mojito, debajo de una palmera, y disponibles para ser compradas por cincuenta euros. Y, claro, con toda la caracterización que eso implica: pechugonas –con senos hechos–, que no leen, que no se instruyen, que son buenas para bailar salsa, para salir con un gringo, casarse con él y patinar al lado de las playas. Eso es lo que está vendiendo esa caricatura de quiénes somos nosotros. Es una tropicalización falsa y muy desagradable. La tarea es descaricaturizar todo eso con un proyecto cultural.
Fotografía: Nikos Aliaggas y Anne-Laure Boveron
Yuri está convencido de que eso se puede hacer con la música. Mediante el trabajo duro, la honestidad; sin miedo a que el público que llega a gritar se vaya y no regrese, con la idea de que el que se quede sea quien esté interesado de verdad en el intercambio y su proyecto cultural. “Y eso se hace desde la composición de las canciones –explica–. Por ejemplo, tengo una canción romántica que parece dedicada a una mujer, pero es a la patria.
Dice así: “Sé que cabalgarás sobre un valle de rosas / buscando el cielo en el que has creído / y en el viento buscando la risa perdida / siguiendo la luz de las estrellas. / Sé que de esta pena sin medida / saldrás cantando y no llorando / secando lágrimas de alegría / con una explosión de amor eterno / con una flor en vez de heridas… / y cuando escuchen tu canto ahí en el cielo / saldrá la mentira de su guarida / saldrá la rosa de los vientos / y el amor por nuestra patria unida / la verdad no volverá a estar escondida / cantarán los campos con la vida. / Tanta risa y tanto amor mi niña / tanta esperanza recorriendo las esquinas / Le dará a mi pueblo pan y vida / entregándote la paz que necesitas”.
–¿Cómo se da en los conciertos ese intercambio del que habla?
–Haciendo un viaje musical. Y no lo digo metafóricamente, sino marcando un recorrido verdadero. Mejor dicho, mi propio recorrido por la música. Comienzo con sonidos que salen de mi tierra –Buenaventura–, luego llego a París y suena la chanson francesa, después me choco con las músicas del Pacífico y de África, sin que deje de sonar nunca lo que soy. En Francia, donde desde hace siglos existen movimientos de inmigración muy fuertes, la gente logra encontrarse y reconocerse en esos sonidos. Sobre todo en el tambor.
Yuri Buenaventura habla con autoridad, no solo por las convicciones que lo mueven, sino porque se siente respaldado por Francia, que en 2014 le otorgó el título de Caballero de las Artes y las Letras. Eso le dio confianza, sintió que era un apoyo para lo que hace y defiende. “Soy un caballero del arte para ellos, pero de un arte que no es del todo suyo, sino nuestro. Significa que reconocen mi trabajo y, sobre todo, nuestra tradición”.
**Yuri Buenaventura conversará con Roberto Pombo el jueves 26 de enero, a las 12:30. Teatro Adolfo Mejía.
MELISSA SERRATO RAMÍREZ
LECTURAS
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