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Rendición de cuentas

Otra entrega de la autobiografía de un testigo de este tiempo desde la religión.

HANS KUNG
La vida sigue, pero ¿cómo? Eso fue lo que me pregunté a mí mismo hace tres décadas después de las semanas más sombrías de mi vida. Y hoy puedo responder con solo una palabra: ¡mejor de lo que entonces era previsible!...
Al igual que en esas dos anteriores entregas, tampoco en este III y último volumen, dedicado al tiempo que se extiende desde 1980 hasta la fecha, se trata sin más de ‘memorias’ en el sentido habitual del término, sino de narración y reflexión a la par: de la historia de nuestro tiempo, de historia de la Iglesia, de la teología y de las religiones, vivida por un testigo de la época que es teólogo. Humanidad vivida con todas sus luces y sombras…
Se quiera o no, la historia personal de mis recuerdos no es separable de la historia de las controversias de política eclesiástica e internacional, y la exposición de las grandes argumentaciones puede con frecuencia ilustrarse certeramente al hilo de pequeños sucesos. Las anécdotas no solo sirven para la relajación y la diversión, sino a menudo también para aclarar lo fundamental.
Más de un lector o lectora se alegrará de conocer conjuntamente las grandes religiones, la historia universal y la política internacional. Y así espero que numerosos lectores tengan la perseverancia de leer el libro entero, necesariamente prolijo; aunque también entenderé que haya quien, de los 12 capítulos, escoja primero aquel que más le interese.
La retirada de la licencia eclesiástica de enseñanza justo antes de la fiesta de Navidad de 1979 fue para mí una experiencia profundamente deprimente. Pero al mismo tiempo significó el comienzo de una nueva etapa de mi vida. Pude ocuparme de toda una serie de temas nuevos, que preocupan no solo a la Iglesia sino a la humanidad: la mujer y el cristianismo, teología y literatura, religión y música, religión y ciencia de la naturaleza, el diálogo de las religiones y las culturas, la contribución de las religiones a la paz mundial y la necesidad de una ética común a toda la humanidad, de una ética mundial.
Como es evidente, todo este trabajo no lo he podido hacer permaneciendo constantemente ante el escritorio, por muy importante que en este contexto fuera la actividad académica y publicista. Me ha llevado a realizar innumerables viajes por el mundo entero y a un sinfín de encuentros con importantes –y otros no tan importantes– contemporáneos del mundo de la religión, la política, la economía, la cultura, la ciencia y la sociedad; además, ha tenido que ver tanto con universidades como con miradas al mundo concreto de la vida, tanto con la Unesco como con las Naciones Unidas, tanto con el Foro Económico Mundial en Davos como con el Parlamento de las Religiones del Mundo en Chicago. Coincide con un periodo en el que el mundo se ha reorientado y reordenado de un modo en ocasiones dramático.
Y así, al narrar la historia de mi vida, debo tener también siempre presentes los desarrollos de la historia universal. A pesar de todos los errores y enredos, mi punto de vista fundamental, que es el de un cristiano ilustrado, ecuménicamente abierto y socialmente crítico, no ha variado. Esta visión holística del mundo la he presentado entre tanto en una síntesis de mi espiritualidad que lleva por título ‘Lo que yo creo’ (2009).
Naturalmente, al ver el título de este capítulo, ‘Rendición de cuentas’, el lector se habrá preguntado ante quién quiero rendir cuentas. ¿Acaso le debo cuentas a alguien? Sobre mi vida privada, personal, en todo caso a Aquel al que se alude en la carta del apóstol Pablo a los romanos: “Así pues, cada uno de nosotros rendirá a Dios cuenta de sí”. Pero siempre he vivido y actuado también como persona pública; a menudo he sido un teólogo ‘controvertido’; mis superiores eclesiásticos reiteradamente me han pedido –es más, me han obligado– a dar cuentas; para muchos personifico un camino alternativo del ser católico. Es comprensible, pues, que tenga interés en que la visión jerárquico-oficial de la Iglesia no disfrute del monopolio sobre la historiografía y la opinión pública.
Pero en último término veo mis últimos tres decenios bajo una luz totalmente positiva. He experimentado mucha humanidad en el sentido más verdadero de la palabra y he podido abogar, contra todas las formas de inhumanidad, a favor de más humanidad en el género humano: a favor de la unidad de las Iglesias cristianas, de la paz entre las religiones, de la comunidad de naciones. Y me es sencillamente grato constatar cuánto se ha desarrollado de forma esperanzadora, a pesar de la continua lucha, en mi vida y en mi acción. No podía predecir que sería capaz de concluir esta rendición de cuentas sobre 33 años de mi vida, y haberle puesto punto final es para mí una gracia inmerecida.
Pero de la condición humana forma parte asimismo la muerte. También con ella me gustaría confrontarme en este mi último volumen, en especial en el Epílogo: ¡también aquí!
HANS KUNG
HANS KUNG
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