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Libro al viento: 10 años

Proyecto de fomento a lectura y bibliotecas, que le mereció a Bogotá ser Capital Mundial del Libro.

CLARISA RUIZ
Suelen rememorar historiadores como Thompson y filósofos como Rancière el caso del obrero inglés o francés del siglo XIX que no solo exigía un aumento salarial sino que luchaba por tiempo libre para leer, para hacer poesía y compartir.
Leer no para ser “mejor ciudadano” o para “ilustrarse”. Simplemente leer, pero produciendo sus propias lecturas, es decir asumiendo la libertad de leer lo que se quiere leer. Leer a Balzac o a Victor Hugo, lo hacían no por hacerse ‘cultos’ o ser ‘incluidos’ en una cultura ‘letrada’, sino porque la lectura significaba un espacio nuevo, un espacio propio en el que se es soberano y se deciden los caminos. Este es el aspecto político de la lectura.
No se trataba de lecturas individuales, se trataba de lecturas colectivas y nocturnas. Se leía afirmando el deseo de no ser considerado solo como un homo aeconomicus y se rechazaba de plano una división social del trabajo (de la vida) en la que unos deben leer solo lo que necesitan para su oficio y para ser “mejores ciudadanos” y otros leen por el placer de leer. Aquellos obreros cuestionaron el orden de lo sensible y se negaron a ser instrumentalizados y a ser solo destinatarios pasivos.
‘Libro al Viento’, un proyecto derivado de la política de fomento a la lectura y a las bibliotecas que le mereció a Bogotá, entre otros programas, ser Capital Mundial del Libro en 2007, cuenta con antecedentes en una serie de colecciones y bibliotecas que editaron el Ministerio de Educación, la Biblioteca Nacional y Colcultura. Si bien encontramos similitudes, es interesante conocer cómo se demarca este último proyecto. En 1927, Luis López de Mesa se refería a la Biblioteca Aldeana como un “núcleo de iniciación” a las “obras fundamentales de la cultura humana”.
Una selección de literatura nacional y universal a través de la cual “el espíritu humano ha dejado huellas ideales”. Cerca de 200 títulos de literatura y cartillas sobre asuntos de salud y cultura cívica, conformaron este proyecto de modernización distribuido a través de los municipios del país. Luego, a mediados de los años setenta, el poeta Jorge Rojas, al frente de Colcultura, inició la Biblioteca Básica Colombiana en la que se recogieron memorables textos de Álvaro Mutis, Hernando Téllez y Ernesto Volkening, entre otros.
La colección ‘Libro al Viento’, fundada por Ana Roda, cuyos ejemplares caben en un bolsillo, comporta excepcionalmente autores contemporáneos y está destinada a pasar gratis de mano en mano, buscando con ello no constituirse en una competencia para las editoriales independientes. Con 8 títulos al año en tirajes de 20 mil ejemplares en promedio, la colección inició con la publicación de Antígona. Es el sueño de una ciudad que recrea la vida apoyado por esos volúmenes –semillas de literatura en movimiento–. Como otros componentes de la política, se han desarrollado espacios alternativos para la lectura en las plazas de mercado, los parques, las istaciones de TrasMilenio y los hospitales. Espacios que al sumarse a las bibliotecas escolares y públicas, están resignificando la literatura como un mundo de lo posible y no como un museo para ‘ilustrados’.
‘Libro al Viento’, y en general la política de fomento a la lectura en Bogotá, es una invitación a repensar el papel de la lectura y la escritura en la vida cotidiana, más allá de una simple instrumentalización de la literacy (alfabetización / culturización) como funciones sociales modernas.
Para celebrar los 10 años de ‘Libro al Viento’ se publicarán en diferentes soportes 12 títulos en 2014, se reeditarán números especiales, se analizarán y debatirán los criterios que hoy, en el contexto de la cultura digital y de la interactividad, configuran la colección. Y, desde 2013, ya se han desarrollado los talleres de escritura creativa en todas las localidades y la Biblored. Estas acciones apuntan a potenciar los espacios de encuentro entre escritores-lectores, no solamente como escritores que les hablan a lectores, sino enfatizando la acción en las diferentes fases de los procesos creativos. Rompiendo el exceso de solipsismo de las bellas-letras, se multiplican hoy los espacios colectivos (laboratorios) donde aprenden unos de otros, se movilizan nuevas visiones de la literatura y es posible ampliar los horizontes creativos haciendo eco a la petición de Rolland Barthes, para quien el gran reto es hacer del lector un escritor. “El día en que se llegue a hacer del lector un escritor virtual o potencial, todos los problemas de legibilidad desaparecerán... toda una transformación está por hacer”.
CLARISA RUIZ
Secretaria de Cultura, Recreación y Deporte de Bogotá.
CLARISA RUIZ
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