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Descubriendo el territorio

Artistas viajeros por América Latina. de la colección Patricia Phelps de Cisneros, en Nueva York.

Natalia Vega
 Realidad desmesurada es el término que utilizó García Márquez para describir la naturaleza de América Latina y es el título con que se presentan 150 obras de arte de la Colección Cisneros realizadas por artistas viajeros de diversos orígenes entre 1638 a 1887, quienes exploraron la belleza y complejidad de los paisajes de esta región, y quiens registraron las impresiones de sus extraordinarios viajes en pinturas, obras en papel, fotografía, grabado y libros.
Muchas de estas obras, al basarse en tradiciones pictóricas europeas, comparten un lenguaje transnacional. Los artistas, en su mayoría ilustradores de expediciones científicas a territorios remotos, siguieron el ejemplo establecido por los primeros que acompañaron al capitán James Cook en sus viajes por el sur del Pacífico, combinando rigurosa observación e imaginación para, con frecuencia, presentar sus imágenes como temas artísticos y no solo documentales.
Frans Post, holandés con sólida formación como paisajista, fue uno de los iniciadores de esta práctica al hacer parte, de 1637 a 1644, del séquito del príncipe John Maurice de Nassau, quien a la cabeza de la Compañía Holandesa de Indias estaba a cargo de gobernar la colonia de Brasil, que había tomado de los portugueses; lo acompañaba Albert Eckhout, quien fue responsable de los primeros dibujos de la población indígena. Una de las tempranas pinturas de Post en el nuevo continente es la ‘Vista de la ciudad Frederica en Paraíba’, 1638, en la cual el artista, en la soledad ante una desconocida inmensidad, y al contemplar la naturaleza y su reflejo en el agua, congela un instante y se deleita observando minúsculos detalles de flora y fauna.
En otra obra, ‘Paisaje con capilla’, c. 1663, realizada después de su vuelta a Europa, recuerda la vida de los colonos holandeses y sus esclavos en un exótico ambiente habitado por garzas, osos hormigueros, lagartos y armadillos. Por Venezuela viajaron el alemán Ferdinand Bellerman, quien representó ‘La cueva de los guacharos’, 1843, como un lugar sublime de majestuosa arquitectura; Anton Goering y Fritz Melbye George, y el almirante sir Michael Seymour, cuyas acuarelas topográficas no son meros registros militares sino testimonios de experiencias ante la belleza de las costas.
De mediados del siglo XIX, la colección incluye obras de los viajeros estadounidenses asociados con la escuela del río Hudson, como Frederic Church y Martin Johnson Heade, quienes pasaron por Colombia, así como del luminista Norton Bush. El alemán Albert Berg (1825-1884), quien estuvo en Colombia en 1848-49, fue uno de los artistas que siguió los procedimientos y recomendaciones de Humboldt, de ser verdaderos con la naturaleza y resaltar su belleza, lo que logró en dibujos como ‘Palmas, bambú (guadua) y follaje tropical’.
Exploró la cálida región del Magdalena en la estación lluviosa y las montañas del Quindío en la estación seca, pasando la cordillera central entre Ibagué y Cartago, y la oriental entre Ocaña y Bogotá. Maravillado ante que todos los climas se reúnen en estas latitudes, compiló su biodiversidad botánica en ‘Fisiognomía de la vegetación tropical en América del sur’, que publicó en 1854; enfocó su atención en las palmas regionales para su identificación, registrando detalladamente la Oreodoxa frígida y la palma de cera Ceroxylon andicola, pero dentro del contexto de fisionomía de paisaje (hábitat) y relación con el espectador que da la sensación de estar dentro de la escena, en un espacio real. Auguste Morisot (1857-1951) documentó la región del Orinoco un siglo después de la anterior expedición europea, participando en 1886-87 en el segundo de los tres viajes dirigidos por el naturalista francés Jean Chaffergon, quien tenía como objetivo registrar datos antropológicos, geológicos, botánicos y zoológicos, además de llegar a la fuente del Orinoco.
El artista produjo su obra en una ecléctica serie de técnicas que resultaron en más de 400 dibujos, acuarelas, óleos, mapas e ilustraciones zoológicas y botánicas, además de algunas de las 67 fotos en blanco y negro de la expedición, como la de los rápidos de Maipure. Su fascinante diario de viaje con anotaciones e ilustraciones evidencia la fascinación de un observador empírico que en algunos casos se permitía descripciones pictóricas, en muchos casos poéticas, como la de su impresión de Caracas: “Todo es amarillo en este país amarillo.
La casa, la gente, el polvo y hasta la fiebre. El amarillo es el color dominante de la tierra seca de esta triste tierra”. Se encontró con inclemencias de tiempo, hambre, mosquitos y malaria en los 2735 km que comienzan en la meseta de Guayana y atraviesan selvas, zonas inundadas, pastizales y deltas antes de llegar al Atlántico; por falta de provisiones se devolvieron, habiendo llegado a 149 km de su objetivo.
Morisot abordó su labor con habilidades artísticas pero de manera fresca, sin haber recopilado imágenes precedentes. En su ruta realizó un bosquejo del lugar donde Colón llegó a Martinica, en 1502; también repitió temas populares del siglo XIX, como la gran ceiba con diminutas figuras, y los dramáticos amaneceres y atardeceres que pudo ver a plenitud; su sugestivo dibujo de la noche en la selva, que se deleita con la fogata del campamento, recuerda la imagen de la expedición de Humboldt de una escena similar.
Presentó un maravilloso mundo nuevo mirado con atenta observación: icónicos dibujos del llanero, caras de mujeres indígenas y estudios de hombre en la hamaca; registró sus días de viaje con amaneceres en un lugar y atardeceres en otro, detalles de las malocas, de dibujos antiguos, de peces como la vieja loca, bocachica y el caribe o piraña dorada.
Impresionan sus elaborados bocetos de rutas de viaje, mapas parciales del Orinoco, como su imaginativa técnica de impresión con humo negro, que desarrolló para ilustraciones de especímenes botánicos que se marchitarían: realizaba frotages o impresiones en papel de las plantas cubiertas con carbón de madera, dejando unos 337 armoniosos monotipos sobre papel de las plantas a tamaño natural. Después del viaje continuó su prolífica carrera en Lyon, su ciudad natal, e inspiró a Verne, quien sin haber salido de su estudio escribió ‘El Soberbio Orinoco’ (1898) como parte de su serie ‘Viajes Extraordinarios’.
También se incluyen en la Colección Cisneros obras del costumbrista danés Fritz Georg Melbye, quien estuvo en Jamaica y fue mentor del futuro impresionista Pissarro -nacido en St. Thomas, isla danesa de las Antillas-, con quien viajó a Venezuela; de este se incluyen paisajes tempranos como ‘Ensenada con velero’, 1856. Entre los viajeros por México se encuentran el bávaro Johann Moritz Rugendas, quien antes de seguir a Chile hizo pinturas de ruinas precolombinas y paisajes de haciendas, además de crear la tradición icónica del valle de Méjico, que sería desarrollada por pintores locales como José Ma. Velasco, quien adoptó la tradición paisajista europea para expresar el creciente sentimiento nacionalista en obras como ‘Valle de México’, 1875, con sus emblemáticos volcanes. Otro personaje ilustre e influyente fue el Barón Jean Baptiste Louis Gros, diplomático, senador y viajero que estuvo en Portugal, Egipto, México, Brasil, Colombia -de 1838 a 1842- antes de ir a China, Japón y Grecia, uno de los pioneros del daguerrotipo siendo reconocidos los realizados en la Acrópolis.
Historia fascinante, después de la independencia de las colonias; todos los países de Europa querían descubrirlas. La exhibición explora la evolución del género del paisaje en América Latina, que se constituiría posteriormente para los locales en lenguaje para inventariar su territorio y para aserción de identidades nacionales. Los viajeros extranjeros modelaron maneras de articularlas, algunas veces de manera documental, otras pintorescas o sublimes. Aún es necesario reconocer nuestras regiones y paisajes, y tener voz propia para relacionarnos con ellas; el diálogo con el paisaje es un ámbito inagotable y siempre pertinente.
Natalia Vega
Natalia Vega
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